NUEVA YORK - DIA 04. Museos emblemáticos y en bici por Central Park

15 de Julio de 2008.

El tramo de la Quinta Avenida que flanquea Central park por uno de sus laterales, siendo más exactos, el que corresponde al adinerado barrio de Upper East Side, posee una de las concentraciones más densas de museos del mundo entero. En esas 22 manzanas que van de la calle 82 a la 104 y sus alrededores hay tal cantidad de museos que necesitarías de mucho tiempo para poder verlos todos. No era esa nuestra idea, ni mucho menos, en el día que comenzábamos, pero sí que teníamos interés en visitar en este sector uno de los centros de arte más importantes de la ciudad: el Metropolitan Museum of Art (MET).

The Metropolitan Museum of Art

The Metropolitan Museum of Art

Dicho centro es el más grande del hemisferio norte y uno de los mejores, con una colección de más de dos millones de obras de todo el planeta que van desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI. Entre sus puntos fuertes destacan las galerías de arte griego y romano; las colecciones de arte chino y bizantino; las de cuadros europeos, con obras de Tiépolo, Cézanne, Monet y Vermeer; la colección de armaduras y armas; la de arte egipcio, con sus momias, esfinges y el asombroso templo de Dendur, que data del siglo I antes de Cristo y fue un regalo del Gobierno de aquel país africano por la ayuda prestada por Estados Unidos en el traslado de los templos situados en el lago Nasser, que hubieran quedado sepultados bajo las aguas de no ser por la ayuda de la UNESCO y muchos de sus países miembros; y las salas dedicadas al arte precolombino y africano que tampoco te dejan indiferente.

Arte Romano.The Metropolitan Museum of Art

Adoración de los Pastores. El Greco. The Metropolitan Museum of Art

Arte Egipcio.The Metropolitan Museum of Art

Aunque nosotros nos centramos especialmente en las salas de pintura y de arte egipcio, también pudimos pasear un rato por las otras áreas, pues estábamos allí casi nada más abrir y todavía no había mucha gente, lo que agradecimos bastante. Por cierto que la entrada no nos costaría nada ya que estaba incluida en la New York Pass.

Tras casi dos horas en su interior y cuando aquello empezaba a ser un hervidero de grupos y gente, abandonaríamos las instalaciones para marcharnos a otro museo fundamental que recomiendo encarecidamente a cualquiera que visite Nueva York, inclusive para aquellos que odien a muerte pisar uno. Me estoy refiriendo al Museo de Historia Natural.

Para llegar hasta él sólo tendríamos que atravesar Central Park, eso sí no hay que asustarse ya que sería a lo ancho y es algo bastante factible pues no llega ni a un kilómetro. Nuestro primer contacto con este importante pulmón verde de la ciudad ya nos gustaría bastante, pero decidimos no profundizar ni detenernos en ningún punto famoso, pues ya tendríamos tiempo para ello más tarde.

En apenas quince minutos nos habíamos plantado en su puerta, así que accedimos al vestíbulo, enseñamos nuestra New York Pass, por lo que no tuvimos que pagar nada, y comenzamos con la visita, la cual se preveía larga dado todo lo que ofrecen sus instalaciones.

Museo de Historia Natural

Museo de Historia Natural

Estábamos en el mayor museo de historia natural del mundo con millones de objetos, muestras y exhibiciones de todo tipo relacionadas con la materia. Esqueletos de dinosaurios, rocas lunares, inmensas gemas talladas y un sinfín de exposiciones de minerales, mamíferos, aves y civilizaciones nos iban a acompañar en nuestra intensa visita.

Lo primero que nos encontraríamos en su inmensa sala central sería el esqueleto del barosaurus, dándote la bienvenida, lo que ya te deja con la boca abierta.

Esqueleto de barosaurus.Museo de Historia Natural

Acto seguido nos dirigiríamos al primer piso en el que podríamos ver sucesivas maquetas de gran tamaño que muestran a los diferentes mamíferos de América del Norte y que tienen tal realismo que parece que en cualquier momento van a romper la cristalera y van a salir detrás de ti. Bisontes, osos o renos son, entre otros muchos, los protagonistas de estas.

Maqueta de Osos en el Área de Mamíferos de América del Norte. Museo de Historia Natural

Otra descomunal sala nos invitaría a introducirnos en las especies marinas, destacando en ella una inmensa ballena azul situada en el techo, un buen lugar para colocarla y así tratar de ahorrar algo de espacio ante tales dimensiones.

Maqueta de Aves en el Mundo Marino. Museo de Historia Natural

Sin detenernos en exceso, y todavía en la primera planta, también tendríamos oportunidad de ver la vida animal de los bosques de Norteamérica, la referente a los orígenes del hombre, así como las habitaciones especializadas en gemas, minerales e incluso asombrosos meteoritos.

Había pasado una hora de reloj sin apenas ser conscientes de ello y sin detenernos en exceso en ninguna maqueta, lo que nos hizo darnos cuenta que nuestras expectativas en cuanto al tiempo aquí eran demasiado altas y que no íbamos a poder ver tanto como queríamos.

En nuestro breve paseo por la segunda planta hallaríamos ejemplos de pueblos asiáticos, sudamericanos y de América Central y México, además de nuevas maquetas dedicadas a las aves del mundo y a mamíferos africanos.

Una planta más arriba, la tercera, podríamos observar ejemplos de primates, reptiles y anfibios, además de continuar con las exposiciones de los pueblos del mundo, en este caso haciendo referencia  a los del Pacífico y a los indígenas que poblaron las praderas y las tierras boscosas del este.

Para las dos plantas anteriores dedicaríamos otra hora, es decir una media por cada piso, lo que a todas luces es insuficiente para apreciar tantos detalles, pero queríamos intentar disfrutar algo más de la cuarta  y última planta del museo, ya que en ella se concentra una sublime colección de fósiles y reproducciones a tamaño real de esqueletos de dinosaurios pertenecientes  a diferentes épocas de su existencia. Uno de los que más sobrecoge es, sin duda, el del Tiranosaurio, sin desmerecer otros como el del Triceratops o el Stegosaurus. Una colección fascinante y que es imposible que te deje indiferente.

Esqueleto de Tiranosaurio. Museo de Historia Natural

Esqueleto de Diplodocus. Museo de Historia Natural

Tengo que reconocer que las fotos dejan bastante que desear pero por aquél entonces ni hacía tantas como hago ahora, ni me esmeraba casi en ellas, por lo que apenas tengo material decente para acompañar al texto, pero bueno algo es algo.

Después de algo más de tres horas en sus instalaciones abandonábamos el museo con la sensación  de que nos había sabido a poco la visita, pero mejor esto que nada, así que si algún día vuelvo a Nueva York, está claro que tendré que volver a pasar por aquí.

Eran casi las 15:30 cuando nos encontrábamos otra vez en la calle, tomando la decisión de demorar la comida un poco más para acercarnos un momento a ver el tristemente famoso Dakota Building en cuya puerta sería asesinado el 8 de Diciembre de 1980, John Lennon. Por otro lado hay que destacar que se trata del primer complejo neoyorquino de apartamentos de lujo que ha seducido a estrellas de la talla de Lauren Bacall o Judy Garland.

Dakota Building

Desde la calle 72 empezaríamos a caminar por el lateral oeste de Central Park y al cabo de unas diez manzanas llegaríamos hasta Columbus Circle, una gran plaza bautizada con ese nombre para celebrar el 400 aniversario del descubrimiento de América, erigiéndose una columna de mármol con una estatua de Cristóbal Colón.

Columbus Circle

Entre otros rascacielos de la zona uno de los que más destaca es el Time Warner Center, un imponente edificio cuya base está ocupada por un centro comercial para luego dividirse en dos espectaculares torres de cristal.

Time Warner Center. Columbus Circle

En otro de los extremos de la plaza también destaca la escultura Maine Memorial, realizada para conmemorar  el navío americano Maine, hundido en 1898 por los españoles en el puerto de La Habana. Este conflicto desataría el conflicto entre ambos países.

Maine Memorial. Columbus Circle

Estábamos casi desfallecidos así que decidimos parar y buscar un sitio para comer, por lo que entramos en un centro comercial cercano y allí tomaríamos unas hamburguesas, lo que nos vendría estupendamente para recargar las pilas y llevar a cabo con éxito la actividad de la tarde.

En una de las esquinas de este inmenso espacio, podríamos apreciar cómo había un joven que alquilaba bicicletas, así que nos acercamos hasta él y le preguntamos que por cuanto nos dejaría el alquiler para unas cuatro horas, más o menos lo que nos quedaba de luz. En mi opinión nos haría una buena oferta pues nos dejaría por diez dólares cada una de ellas, lo que me pareció bastante económico.

Ya con ellas nos dirigimos a la entrada en la que estaba situado el Maine Memorial, del que acabo de hablar unas líneas atrás, y nos dispusimos a disfrutar del mayor pulmón verde de la ciudad con diferencia.

Hay lugares tan míticos como este que parece que llevan así desde siempre, pero muchas veces no es así y la historia de Central Park da buena muestra de ello, pues es cuanto menos novelesca. Retrocediendo en el tiempo a mediados del siglo XIX nos encontramos con que en este mismo lugar tan sólo había una gran extensión de ciénagas nauseabundas, donde se concentraban las clases sociales más pobres y marginadas. Sería a raíz de una enérgica campaña, lanzada por un afamado periodista de la época llamado William Cullen Bryant, por la que se empezaría a pensar en crear un parque similar a los grandes espacios verdes europeos. Esta tendría éxito y no se tardaría mucho en comprar el terreno, pero lo más complicado vendría después.

Serían necesarios, nada más y nada menos, que veinte años y 20000 obreros para que el proyecto llegara a buen puerto y es que habría que luchar contra la violenta oposición de las clases bajas de la zona, traer tres millones de metros cúbicos de tierra en barcazas desde la otra orilla del Hudson para rellenar el espacio que quedó libre tras la destrucción de 300000 toneladas de rocas y el correspondiente a las mencionadas ciénagas y gastarse la friolera del doble de lo que se pagaría por el estado de Alaska.

Pero gracias a todo lo anterior hoy podemos disfrutar de un paraíso natural entre las moles de piedra que pueblan Manhattan, un parque para descansar de la ciudad sin realmente salir de ella porque, a pesar de su lejanía, la hilera de rascacielos sigue estando omnipresente.

Durante las cuatro horas de las que dispusimos nos dedicaríamos a recorrer los lugares más emblemáticos del mismo. Todo gracias a los caminos asfaltados, habilitados para las propias bicicletas y de los que no te puedes salir salvo que quieras que te llamen la atención o incluso ponerte una multa. De todas maneras y si te interesa algún punto en concreto, siempre se puede dejar la bici aparcada e ir andando hasta él, aunque nosotros dejaríamos esos paseos para otro día y hoy lo que más haríamos sería pedalear y quedarnos embelesados durante bastante tiempo con lugares como “The Great Lawn”, una inmensa explanada donde la gente hace deporte y se recrea con picnics o toma el sol en días tan espléndidos como el de hoy. Ha salido también en infinidad de películas y en ella se han llevado a cabo multitud de conciertos.

The Great Lawn. Central Park

Pero si hay un lugar del que te quedas enamorado para siempre ese es el que forma el lago Jacqueline Kennedy Onassis, en el que se reflejan los rascacielos y donde sentado en alguno de los bancos que lo rodean puedes disfrutar de una calma y una quietud maravillosas, mientras ves como la gente corre a su alrededor, intentando perder alguna que otra caloría.

Jacqueline Kennedy Onassis Reservoir. Central Park

Gente corriendo en Central Park

Jacqueline Kennedy Onassis Reservoir. Central Park

Aunque parezca mentira no se me da muy bien lo de montar en bicicleta y es que cuando era niño no aprendí demasiado bien y en espacios pequeños no mantengo muy bien el equilibro y eso me hace pasarlo un poco mal, pero aquí disfrutaría bastante, pues las zonas habilitadas para este medio de transporte son bastante amplias, la mayoría de las veces, por lo que si te pasa como a mí ya sabes que no hay ningún problema ni nada que temer, pues además los coches brillan por su ausencia en la mayoría del recorrido.

La tarde empezaba a languidecer y había que volver a nuestro punto de inicio, por lo que entre los tupidos bosques que cubren los caminos de Central Park, llegaríamos otra vez a la entrada de Columbus Circle.

Central Park

Rascacielos El Dorado desde Central Park

Allí nos encontraríamos que ya no había nadie en el punto donde habíamos alquilado las bicicletas por lo que no nos quedó más remedio que llevar a cabo una llamada al responsable de los alquileres para que nos dijera donde teníamos que dirigirnos. Afortunadamente Isabel se maneja bastante bien con el inglés y no tuvo el mayor problema para enterarse de donde era. Así que otra vez montamos en las bicis y por las calles de Nueva York nos dirigimos hacia la dirección, la cual era un pequeño garaje en un antiguo edificio, lo que tenía pinta de que el negocio no es que fuera muy legal.

Ya era de noche y entre unas cosas y otras ya era más tarde de las 22:00, por lo que no dudamos en comprar unas porciones de pizza en una pequeña tienda cercana y dirigirnos hacia nuestra casa de Staten Island, pues estábamos molidos.

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