DIA 02. PADUA y PISA. Una visita fugaz

26 de Septiembre de 2000.

Nos despertábamos a una hora bastante aceptable para lo que suelen ser estos viajes, las 08:00, pues hoy teníamos por delante algo más de 300 kilómetros a recorrer en unas cuatro horas y es que aunque nuestro destino final no era otro que la espectacular ciudad de Florencia, en el camino nos esperaban dos desvíos para conocer algunos ejemplos de las tantas ciudades monumentales que posee Italia.

Nuestra primera parada sería en Padova o Padua a la que llegaríamos después de recorrer unos ochenta kilómetros en hora y media y es que la carretera dejaba bastante que desear.

Corte medieval de la poderosa familia Carrara, Padua consolidó entonces su importancia como centro cultural. Por sus pórticos transitaron artistas y humanistas procedentes de los más remotos rincones del continente europeo, atraídos por la fama de la Universidad, aún hoy una de las instituciones académicas más prestigiosas de Europa. La lista de los huéspedes ilustres que pisaron el suelo del antiguo burgo, hoy próspera capital del norte italiano, difícilmente puede ser más granada.

En la universidad tuvo cátedra Galileo y Petrarca hizo de la ciudad su última residencia en la tierra, prefiriéndola a Venecia, la cercana rival. También aquí Donatello fundió en bronce los rasgos de una famosa estatua ecuestre que puede verse en la plaza del Santo desde 1453, y, en fin, Giotto, otro de los grandes, realizó el más ambicioso de sus trabajos: el ciclo pictórico que cubre por entero el interior de la capilla de los Scrovegni.

Nuestra primera imagen de la ciudad sería la del Pratto della Valle, una enorme plaza ovalada en el centro de la urbe que se integra a la perfección con el resto del conjunto urbano, pese a sus colosales dimensiones. Ocupa el emplazamiento del primitivo teatro romano, y todavía sigue siendo uno de los lugares de encuentro y recreo preferidos por los paduanos. Si pudiéramos apreciarla a vista de pájaro, advertiríamos que es un islote rodeado por un canal, a cuyo centro se accede por cuatro puentes simétricos. Sobre el gran número de pedestales se aprecian estatuas de personajes ilustres  que vivieron en la ciudad o estudiaron en su Universidad. Aunque no todos, pues de ellos quedaron excluidos aquellos que alcanzaron la santidad. Ésta es la razón de que el omnipresente San Antonio no haya dejado su huella en esta galería de celebridades.

Pratto della Valle

Nuestra siguiente y última visita sería para conocer la basílica de San Antonio, donde se veneran los restos del santo, en la tumba situada a la izquierda, provocando enormes peregrinaciones. Su interior es de transición entre el románico y el gótico e impresionan sus ocho cúpulas bizantinas que recuerdan a San Marcos. El altar mayor esta presidido por un Cristo y ocho esculturas de Donatello.

Basílica de San Antonio

Como decía, no daba tiempo para más en Padua, aunque pueda parecer increíble, y es que nuestro guía, con una falsa simpatía, nos pediría que volviéramos al autobús al mandar el programa turístico.

Era el momento de afrontar casi 300 kilómetros hasta nuestro siguiente destino: la ciudad de Pisa, donde llegaríamos tras tres horas de admirar, durante buena parte del recorrido, los paisajes de llanuras rojizas y suaves colinas, con el color verde de eterno telón de fondo, de la Toscana.

En la época de máximo apogeo – hasta el siglo XVI, cuando el río Arno era navegable hasta el mar -, Pisa fue al Tirreno lo que Venecia al Adriático. En aquellos tiempos, la flota toscana había extendido su influencia hasta lugares tan distantes como Cerdeña o el norte de África. Es curioso que de esta tradición marinera, tan sólo se conozca desde hace unas pocas décadas.

Después de un fugaz paseo por el centro, donde apenas pudimos fijarnos en los secretos y encantos que esconde la Ciudadela Vieja, llegaríamos al Campo dei Miracoli donde se encuentran los más famosos monumentos de Pisa: la Torre Inclinada, el Duomo o Catedral, el Baptisterio y el Camposanto.

Campo dei Miracoli

No tendríamos suerte con la Torre y es que esta se encontraba cerrada al público como consecuencia de un importante plan de restauración con el fin de reducir su inclinación y evitar el posible derrumbe. Los trabajos estaban consistiendo en  retirar tierra del subsuelo, debajo de los cimientos, para provocar que éste cediera por la parte contraria a la inclinación a la vez que se inyectaba cemento con el fin de crear una base más sólida. Todo ello mientras la torre se mantenía sujeta por unos gruesos cables de acero que le quitaban parte de su encanto, pero que aún así no nos impidieron hacernos la famosa foto sujetando el edificio.

Torre de Pisa

Tiempo después me enteraría de que el anterior proyecto sería todo un éxito y se logró reducir en varios centímetros la inclinación, hasta alcanzar la que tenía en 1700, esperando que se mantenga estable al menos durante tres nuevos siglos. Actualmente su puede volver a subir, aunque las visitas se realizan en grupos limitados de unas cuarenta personas cada vez con el fin de no provocar nuevos daños.

También de enorme belleza es la Catedral de Santa María Assunta, más conocida como el Duomo. Es una obra maestra de un románico que daría nombre a un estilo y su fachada es bellísima realizada a base de galerías con columnas. Como curiosidad decir que aquellos que toquen una serie de figuritas  de animales de las puertas de bronce, conseguirán que se cumplan sus deseos. Esos serían un perro, una rana y un par de lagartijas.

Duomo Santa María Assunta

En su interior, entre otros muchos detalles, destaca la lámpara de Galileo, en el centro de la nave principal, donde dicen que descubrió, observando su oscilación, la teoría del isocronismo en los movimientos pendulares.

Respecto al Baptisterio, que tan bien armoniza con la catedral, continúa siguiendo el estilo románico de Pisa. Antes de entrar conviene fijarse en las columnas que hay a ambos lados de la puerta. Según una leyenda, fueron robadas por los pisanos en Constantinopla y traídas a la ciudad. La verdad es que las esculturas no parecen del siglo XII. En su interior se verá una de las primeras obras góticas italianas, el maravilloso púlpito de Nicola Pisano. Además de la pila bautismal de rigor, otra particularidad es su impresionante acústica.

Para finalizar la visita veríamos el Camposanto, donde lo más interesante son los excelentes frescos góticos que representan el tema de la muerte. Una lástima que durante la Segunda Guerra Mundial, sufrieran graves desperfectos y sólo unos cuantos consiguieran salvarse.

Y así terminaba nuestra breve visita de Pisa, con cierta sensación de frustración pues en algunos momentos parecía que se trataba de una carrera, no teniendo tiempo para casi nada en contraposición a las ganas e ilusión por quedarte en cada sitio una eternidad. Pero es lo que hay en este tipo de viajes organizados, por lo que lo mejor es mentalizarse y llevarlo de la mejor manera.

Con la oscuridad como acompañante llegábamos a Florencia, una ciudad desbordada por el arte, los palacios, la belleza y los grandes museos a la que dedicaríamos la jornada de mañana.

Nos alojaríamos en el hotel Delta Florence, de cuatro estrellas. Estaba bastante alejado del centro por lo que era inviable acercarse a dar una vuelta por él. Además su categoría no se correspondía a la realidad, pues las instalaciones eran bastante viejas, teniendo las paredes desconchones y marcas de que se había matado algún insecto en el pasado. El baño también era cutre y no brillaba por su limpieza, pues de refilón se veía algo de suciedad y polvo en algunas zonas. Afortunadamente sólo pasaríamos una noche aquí.

Para cenar nos darían pasta, que no estaba mal pero tampoco podemos decir que fuera para chuparse los dedos. De postre tomaríamos panacota que, esta vez sí, estaba muy buena.

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