TEMBLEQUE Y CONSUEGRA

24 de Mayo de 2025.

Hace años publiqué un diario en el que recorría algunos de los lugares más emblemáticos mencionados en Don Quijote de la Mancha —El Toboso, Campo de Criptana, Puerto Lápice, entre otros—, y que invito a leer a quienes sientan curiosidad por esos parajes tan ligados al imaginario cervantino. En aquel texto dejé abierta la posibilidad de ampliar la ruta con nuevas localizaciones que he ido visitando con el paso del tiempo. Hoy, por fin, me decido a retomarla.

Han transcurrido ya dos décadas desde mi primer viaje a Tembleque y Consuegra, dos escenarios manchegos que bien podrían haber sido testigos de ciertos desvaríos caballerescos bajo el sol implacable de la llanura. Aprovechando que mis amigos José y Laura no conocían estos enclaves, no encontré mejor ocasión para volver y, sobre todo, para recordar aquellos hermosos parajes por donde Don Quijote vivió mil aventuras, acompañado de su fiel escudero Sancho y su fiel corcel Rocinante. Así, una vez más, me dejé llevar por la magia de esos lugares donde la realidad parece confundirse con la ficción, y donde los molinos aún se alzan desafiantes, como si aguardaran otro caballero andante.

TEMBLEQUE

La silueta blanca de Tembleque asoma en la llanura manchega como si el tiempo aquí hubiese decidido ralentizar su curso. Para quienes siguen las huellas de Don Quijote, este es un alto obligado en el camino. Aunque Cervantes no lo menciona por su nombre, es aquí donde se nos relata una de las aventuras más disparatadas del hidalgo: la del cuerpo muerto que, según él, era transportado por encantadores y no por los frailes que en realidad lo llevaban a su sepultura. La escena, descrita con ese humor seco tan cervantino, nos sitúa en la comarca de Toledo, y no pocos han identificado los caminos de Tembleque como posibles escenarios de aquel malentendido que, como tantos otros, terminó con Don Quijote por los suelos.

Pero más allá del eco literario, Tembleque es un pueblo de rica historia y patrimonio. Su origen podría remontarse a época romana o visigoda, aunque su consolidación llega en tiempos de la repoblación medieval. Situado en un cruce de caminos, en plena ruta entre Toledo y La Mancha, el pueblo fue creciendo al abrigo de la agricultura cerealista y la ganadería, y con el tiempo desarrolló una fisonomía típica de villa manchega con ciertos toques señoriales que aún se perciben hoy en sus casas blasonadas.

El corazón de Tembleque late en su Plaza Mayor, una de las más singulares de toda Castilla-La Mancha. De planta cuadrangular, porticada en madera y con corredores cerrados en su parte superior, la plaza resume la arquitectura popular de la comarca, pero también habla de un pueblo que, sin ser capital de nada, supo darse cierta prestancia. Su diseño recuerda a las plazas de corral de comedias, y no es difícil imaginar representaciones populares o celebraciones en torno a ella. En sus soportales se refugiaban los comerciantes, y aún hoy acoge celebraciones, mercados y fiestas, como antaño. La plaza es una lección de equilibrio entre lo funcional y lo estético, entre lo rural y lo noble.

Playa Mayor. Tembleque

Playa Mayor. Tembleque

A pocos pasos de allí se encuentra el Museo Etnográfico, un espacio concebido para preservar la memoria de las gentes del pueblo. Instalado en una antigua casa manchega, el museo reúne herramientas agrícolas, utensilios domésticos, mobiliario antiguo y documentos gráficos que permiten reconstruir la vida cotidiana en Tembleque hasta bien entrado el siglo XX. No es un museo grande ni lujoso, pero sí entrañable, y consigue lo que se propone: que el visitante comprenda cómo se vivía cuando el calendario lo marcaban las cosechas y las estaciones, y no los relojes digitales.

Museo Etnográfico. Tembleque

Museo Etnográfico. Tembleque

La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción se alza como el principal edificio religioso del pueblo. Su construcción comenzó en el siglo XVI, en un estilo de transición entre el gótico tardío y el renacimiento, y fue ampliada y modificada en los siglos posteriores. La fachada, sobria y elegante, da paso a un interior de tres naves separadas por columnas toscanas. Destacan el retablo mayor, de estilo barroco, y algunas capillas laterales con imágenes de profunda devoción popular. En ella se celebran aún las festividades más importantes del calendario local, y sus campanas marcan, como lo hicieron siempre, el pulso de la vida del pueblo.

Iglesia Parroquial de la Asunción

Más modesta, pero igualmente interesante, es la iglesia de la Purísima Concepción, situada en uno de los barrios tradicionales. Se trata de un templo más recogido, quizá erigido para responder a las necesidades de una comunidad más limitada, pero que guarda el encanto de lo sencillo. Su interior ofrece un ambiente de recogimiento, y su retablo, aunque más humilde, no carece de valor artístico.

Un testigo de la antigua autonomía judicial de la villa es el rollo jurisdiccional, situado a la entrada del pueblo. Esta columna pétrea, rematada con una cruz y escudos, recuerda que Tembleque tuvo fuero propio y que aquí se administraba justicia en nombre del rey.

Rollo Jurisdiccional

Por último, merece una visita pausada la Casa de las Torres, probablemente el edificio civil más destacado de Tembleque. Construida en el siglo XVIII por un hidalgo local, responde al modelo de casona señorial manchega. Su fachada combina el ladrillo y la piedra, con una portada sobria pero de gran elegancia. El interior, que ha servido para distintos usos a lo largo del tiempo, conserva aún restos de decoración original, patios interiores y detalles constructivos que hablan de un tiempo en el que algunas familias del pueblo aspiraban a dejar huella más allá de lo utilitario.

Casa de las Torres

CONSUEGRA

A sólo 18 kilómetros de Tembleque, cruzando los campos dorados por los que alguna vez cabalgó la imaginación de Cervantes, se alza Consuegra, uno de los escenarios más emblemáticos de la geografía quijotesca. Aunque, como ocurre con tantos lugares de La Mancha, su nombre no aparece de forma explícita en la novela, pocos dudan de que estas colinas, coronadas por molinos, son las que inspiraron al autor para situar la famosa escena en la que Don Quijote, confundiendo gigantes con aspas, embiste sin temor alguno al viento.

Es cierto que algunos estudios sitúan esa aventura en Campo de Criptana o incluso en Mota del Cuervo, localidades también con notables conjuntos de molinos; sin embargo, la fuerza visual del paisaje de Consuegra ha hecho que esta localidad se haya convertido en el símbolo más reconocible de aquella escena legendaria. Basta verlos recortados contra el cielo para comprender que el error era verosímil, y que el alma del caballero podía encontrar aquí un enemigo digno de su lanza.

Consuegra

Más allá del mito, Consuegra tiene una historia densa y fascinante. Fundada probablemente sobre un asentamiento romano —Consaburum—, fue también plaza fuerte visigoda y, más adelante, enclave estratégico en la frontera entre cristianos y musulmanes. Su ubicación, al pie de una colina y en medio de la llanura, la convirtió en punto clave durante siglos de conflicto. Todo ese pasado se resume y se materializa en su construcción más señera: el castillo de la Muela.

Esta fortaleza, construida originalmente por los musulmanes en torno al siglo X como bastión defensivo, fue conquistada por Alfonso VI en el siglo XI, aunque no sería hasta el siglo XII cuando pasara a manos de la Orden de San Juan, que la reformó y la convirtió en una de sus principales encomiendas en la península. Durante la Edad Media, el castillo de la Muela tuvo un papel destacado en las luchas fronterizas entre cristianos y musulmanes, y en el siglo XIII se consolidó como sede prioral de la Orden, lo que confería al enclave una gran relevancia militar, religiosa y administrativa. Su posición estratégica en el cerro Calderico le permitía vigilar amplias extensiones de la llanura manchega, función que cumplió eficazmente durante siglos. Hoy, tras varias fases de restauración, sus salas, patios y almenas se pueden recorrer por libre o mediante visita guiada, contemplando así la huella de una historia que entrelaza batallas y órdenes militares.

Castillo de Consuegra

Consuegra desde su Castillo

Junto al castillo, y como si fuesen su guardia personal, se alinean los molinos de viento, doce en total, cada uno con su nombre propio y su historia particular. Algunos conservan la maquinaria original, como el molino Bolero, que permite ver el proceso tradicional de molienda, mientras que otros han sido reconvertidos en centros culturales y turísticos. Desde allí arriba, el paisaje es puro simbolismo manchego: campos infinitos, la silueta del castillo, y el eco persistente del caballero que creyó ver gigantes donde había viento.

Molinos de Consuegra

Molino de Consuegra

El núcleo urbano de Consuegra guarda también importantes ejemplos de patrimonio histórico. La Plaza de España, su centro neurálgico, es una de las más bonitas de la provincia. Con sus soportales, sus edificios señoriales y el Ayuntamiento presidiendo el conjunto, conserva la armonía propia de las villas manchegas con historia. A un lado se alza la Torre del Reloj, que marca el paso del tiempo entre el bullicio de los cafés y las tertulias al sol.

Plaza Mayor. Consuegra

Plaza Mayor. Consuegra

En cuanto al patrimonio religioso, destaca la ermita del Cristo de la Vera Cruz, construida en el siglo XVII. De una sola nave y aspecto sobrio, acoge la imagen del Cristo que da nombre al templo, muy venerado en la localidad. Cada año, durante las fiestas patronales de septiembre, esta ermita se convierte en centro espiritual y festivo, cuando los vecinos de Consuegra se engalanan para rendirle homenaje.

Ermita del Cristo de la Veracruz. Consuegra

También merecen una visita dos templos de mayor porte. La iglesia parroquial de San Juan Bautista, de traza renacentista con añadidos barrocos, destaca por su sobriedad castellana. En su interior guarda retablos e imágenes de valor, y sigue siendo el principal punto de referencia religiosa para los consaburenses. Más antigua aún es la iglesia de Santa María la Mayor, de origen románico mudéjar, que aunque muy transformada conserva aún vestigios de su fábrica original. Su torre es uno de los elementos arquitectónicos más singulares del conjunto urbano.

De esta manera, y tras otra breve parada en la plaza mayor de Puerto Lápice —del que ya hablé en su momento—, pondríamos de nuevo rumbo a Madrid. En el horizonte se iban quedando atrás los campos de La Mancha, dorados y extensos, salpicados de recuerdos y viejas historias. A medida que avanzábamos, uno no podía evitar pensar en Cervantes, en Don Quijote y en cómo, siglos después, estos parajes siguen alimentando la imaginación de quienes se atreven a recorrerlos.

Plaza Mayor. Puerto Lápice


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