GRECIA - DIA 16. Peloponeso: Olimpia, castillo de Chlemoutsi y llegada a la isla de Zakynthos

10 de Septiembre de 2022.

OLIMPIA

Tenía por delante unos 75 kilómetros y algo más de hora y media hasta llegar a Olimpia, otro de esos momentos sublimes del viaje. Y es que Olimpia forma parte de aquellos lugares célebres que mantienen con su historia una armonía tal que es la fuente de su encanto: la naturaleza ha establecido una íntima correspondencia entre estos lugares y los acontecimientos de los cuales fueron marco. Olimpia simboliza la unidad de Grecia, la fraternidad de sus pueblos consagrada por medio de los juegos y de la oración. No es que las ruinas sean majestuosas. Por el contrario, sumergidas en la vegetación, son en general discretas. Pero el lugar, con fértiles llanuras, pequeños valles y el discurrir de las apacibles aguas del río Alfeo, invita a la paz y el sosiego.

El origen del lugar se confunde con las primeras leyendas de Grecia: aquí Zeus venció a su padre Cronos, el ogro devorador y Heracles (Hércules), venido a descansar aquí después de su épica limpieza de las caballerizas de Augías, fundó los primeros juegos en los que participaron los mismos dioses. La fecha mítica de estos primeros juegos sirvió de punto de partida al calendario griego, organizado en torno a las olimpiadas o periodos de cuatro años.

Todo empezó, según la leyenda, en el 775 a. C., y el lugar se convirtió en un centro religioso y deportivo de prestigio. Los griegos venían a zanjar aquí sus diferencias a través del deporte, lo que daba lugar a treguas sagradas. Las fiestas fueron célebres hasta el año 393, en que el emperador Teodosio prohibió definitivamente los cultos paganos. En el 426 los templos fueron destruidos por un terremoto y se construyó una ciudad bizantina en este lugar.

Olimpia era pues una ciudad religiosa, pero la monotonía de la vida litúrgica era rota por las fiestas en honor de las numerosas divinidades de la ciudad. Las de Zeus eran las más importantes. Tenían lugar cada cuatro años cuando había luna llena, entre finales del mes de junio y principios del mes de septiembre y duraban cinco días. Entonces se proclamaba una tregua sagrada. Los participantes debían ser helenos y libres (pero los romanos fueron después admitidos) y el juramento que pronunciaban comprometía también a su familia y a su ciudad de origen.

Las pruebas comprendían la carrera a pie, la lucha, el lanzamiento de disco y jabalina, el salto. Después fueron introducidas las carreras de carros. Los juegos iban acompañados de conciertos, conferencias y lecturas o declamaciones poéticas, y los artistas también venían a exponer sus obras. Todo concurría para que fuera una fiesta a la gloria del cuerpo y del espíritu.

A los vencedores se les entregaba una corona de olivo y todo terminaba con proclamas y banquetes.

La visita del yacimiento de Olimpia y su museo ocupa buena parte de la mañana si se quiere ver todo con calma y hacer fotografías, por lo que siendo conocedor de ello no había planificado nada más para la primera parte del día y así poder disfrutar al máximo este lugar de suma importancia.

Su horario es de 08:00 a 20:00 en verano y el precio de la entrada es de 12 euros.

Pocos metros después de pasar la entrada y tras bordear el pórtico del Gimnasio, en el que los atletas realizaban sus ejercicios de entrenamiento, me topaba con la Palestra, todavía rodeada de columnas y que servía de alojamiento a los atletas, además de también poder entrenarse en el patio central. Ambos son de época helenística, es decir posteriores a Alejandro Magno.

Palestra. Olimpia

Palestra. Olimpia

Palestra. Olimpia

Un poco más lejos, a la derecha, podría ver las ruinas de una basílica paleocristiana del siglo VI situada en el lugar donde presumiblemente se hallaba el taller del gran escultor Fidias a quien se atribuye la decoración del Partenón. Sería aquí donde el genio esculpiría la soberbia estatua de Zeus que estaba dentro de las siete maravillas del mundo antiguo y que los otomanos trasladaron a Constantinopla en el año 394.

Taller de Fidias. Olimpia

Taller de Fidias. Olimpia

Continuando el camino hay amplios enrasamientos que indican los cimientos del Leonidion, construido en el siglo IV a. C. para alojar a los atletas e invitados oficiales de los juegos. Destacaba la espectacularidad del recinto gracias al gran número de columnas jónicas de su exterior, con un patio adornado con fuentes y jardines en su interior, rodeado a su vez por una nueva columnata con pilares de orden corintio.

Leonidion. Olimpia

Leonidion. Olimpia

En frente, a cien metros, yacen las ruinas del Buleuterio, palacio del Senado Olímpico donde los atletas prestaban juramento. También aquí se publicaban los resultados de las competiciones y se resolvían las quejas sobre las supuestas irregularidades que se pudiesen cometer durante las competiciones por atletas y jueces.

Buleuterio. Olimpia

Buleuterio. Olimpia

El campo de ruinas caóticas y ciclópeas que se extiende allí cerca, marca el lugar del que una vez fuese el mayor templo del Peloponeso, el de Zeus Olímpico. Obra del arquitecto Libon de Elide, era un edificio de columnas alineadas de una perfecta ortodoxia con seis columnas en la fachada y trece laterales. Su cella albergaba la famosa estatua de oro y marfil, obra de Fideas que ya hemos mencionado y que medía doce metros. El lugar sigue siendo conmovedor, a pesar de que sea difícil hacerse una idea concreta de su antiguo esplendor.

Templo de Zeus Olímpico. Olimpia

La explanada está cerrada por su parte norte, al pie del monte Kronion, por una especie de pequeñas capillas consagradas por las ciudades griegas llamadas Tesoros. Adosada a estos también se puede ver una fuente circular dedicada a Herodes Ático que se construyó para solucionar el problema de abastecimiento de agua cuando el lugar era visitado por los peregrinos durante la celebración de los juegos. El agua se consiguió gracias realmente a un sistema de canalización a través de un acueducto que lo conectaba con otra fuente cercana.

Fuente o Ninfeo de Herodes Ático. Olimpia

Cerca de los anteriores se puede ver el Templo de Hera, la esposa de Zeus. Se le considera el templo dórico más antiguo que se conoce remontándose a finales del siglo VII.  Es aquí donde se prende la antorcha olímpica cada cuatro años en una emotiva y simbólica ceremonia para poco después partir hacia la sede que le haya correspondido en el mundo. No sabéis la ilusión que me haría estar en semejante lugar.

Templo de Hera. Olimpia

Recinto del encendido de la Llama Olímpica. Olimpia

Casi adosado al anterior se halla el llamado Philipeion, otro de los iconos más famosos de Olimpia. Y es que su singular construcción circular lo hace fácilmente identificable. Lo mandaría erigir Filipo II de Macedonia tras su victoria sobre los griegos en Chairóneia. En el interior llegó a haber varias estatuas de marfil que representaban a la familia real macedonia, entre ellos Alejandro Magno, que se encargó de que terminaran las obras tras la muerte de su padre. Es la única estructura dedicada a humanos.

Philipeion. Olimpia

Philipeion. Olimpia

Y no podía faltar en la visita el estadio, al que accedería a través de un pasaje de piedra abovedado. Su aspecto actual se remonta al siglo IV a. C. Podía albergar hasta 20.000 espectadores y todavía se puede ver las líneas de salida y llegada, el lugar donde se sentaban los jueces o la base del altar en la que se situaba la escultura de Deméter, diosa de la agricultura.

Estadio. Olimpia

Estadio. Olimpia

Estadio. Olimpia

Finalmente, antes de abandonar el lugar, optaría por visitar el museo del recinto arqueológico, una auténtica maravilla que justifica por sí sola el viaje a Grecia. Se alza en un edificio moderno, fuera del yacimiento.

Está organizado en torno a un gran salón donde se encuentran reunidas las esculturas de los frontones del templo de Zeus. Antes de entrar en él, pasearía por las salas que lo rodean empezando la visita después de haber estudiado una gran maqueta del lugar en época romana. Las primeras salas albergan las colecciones de bronces de época arcaica (S. VII y VI), especialmente placas votivas adornadas con relieves y pequeñas estatuillas  representando atletas. La sala cuatro está presidida por una gran estatua en tierra cocida, obra maestra del estilo severo, sin duda obra de un artista corintio representando a Zeus raptando al joven Ganimedes. Hay que destacar también, en la misma sala, un pequeño caballo de bronce que sin duda formaba parte de una cuadriga votiva.

Museo de Olimpia

Museo de Olimpia

A continuación entraría en la sala reservada a las esculturas que decoraban el templo de Zeus, una de las obras más considerables que nos haya legado la antigua Grecia en la época en que los talleres del Peloponeso estaban en el apogeo de su arte. El estilo de los dos frontones y las doce metopas es de una gran homogeneidad, y parece obra de un único escultor, de fuerte personalidad e inspirado en fuentes religiosas. Las doce metopas ilustran los trabajos de Heracles y parecen inspiradas en las soberbias obras de Pindaro. La composición, muy sencilla, transmite una impresión de calma y de potencia.

Museo de Olimpia

Los frontones, composiciones mucho más amplias, testimonian la misma imaginación y la misma sencillez. Su originalidad reside en la variedad; todas las edades y todas las condiciones sociales están representadas. En resumen, igual que las metopas, los frontones son producto de una alianza única entre una geometría rigurosa y una acción tan intensamente viva que alcanza lo sublime.

En el centro de la sala se abre un paso que conduce a la sala llamada del Hermes de Praxíteles, obra maestra capital del siglo IV a. C.

Hermes de Praxíteles. Museo de Olimpia

CASTILLO DE CHLEMOUTSI

Después de casi cuatro horas disfrutando de este espectacular yacimiento, pondría rumbo hacia la costa, donde tras una hora y sesenta kilómetros llegaba a Glarentza, donde estaba interesado en visitar su espectacular fortaleza de Chlemoutsi, situada en la parte más occidental del Peloponeso.

Castillo de Chlemoutsi

También conocido como castillo Tornese por las monedas de oro (tournoi) acuñadas aquí en el Medievo, fue erigido entre 1219 y 1223 por los caballeros franceses de la cuarta cruzada para defender el próspero puerto de Glarentza (Kyllíni).

Se sitúa en lo alto de una colina de 250 metros y es uno de los castillos más grandes y mejor conservados de Grecia. Tras la caída de Constantinopla, pasaría a manos otomanas y más tarde fue tomado por los venecianos. En la guerra de Independencia griega sería tomado por las tropas del general egipcio Ibrahim Pasha que la derribaron.

Castillo de Chlemoutsi

Castillo de Chlemoutsi

Cuenta con una ancha muralla y una enorme entrada, pudiéndose recorrer una gran parte de la parte superior de dicha muralla. La grandiosa torre hexagonal alberga salas abovedadas que documentan el gran talento de los maestros constructores. Desde el tejado hay vistas de las islas jónicas y la llanura costera. Su patio es usado para conciertos estivales.

Castillo de Chlemoutsi

Castillo de Chlemoutsi

Castillo de Chlemoutsi y su entorno

Su horario es de 08:30 a 16:00 durante el verano y cierra los martes.

No quería ir con prisas, así que me dirigí con tranquilidad a la cercana terminal de ferries de Kyllini, situada a sólo siete kilómetros de donde me encontraba, por lo que en diez minutos ya me encontraba en ella. Este era otro de esos momentos emocionantes del viaje, por si fueran pocos, ya que en poco tiempo estaría embarcando rumbo hacia una de las islas Jónicas, lo que me hacía especial ilusión, ya que después de Elafonisos, sería la segunda y última isla griega que visitaría en este viaje.

Terminal de Kyllini

ZAKYNTHOS

De las islas Jónicas había elegido Zante (Zakynthos), simplemente por proximidad y porque me pillaba en ruta. Bueno y porque había visto imágenes de ella que me habían dejado sin palabras, ya que contiene paisajes y playas que te dejan sin aliento.

Isla de Zakynthos

Para llegar hasta ella es necesario coger un ferri en el mencionado puerto de Kyllini, cuyo pasaje lo compraría varios meses antes en la página https://www.levanteferries.com/en/.

En estas fechas salían cuatro al día, optando por el de las 15:15. El precio sería de 11,30 euros por persona y de 38,40 euros por el coche. Sólo por el trayecto de ida. La vuelta la tenía prevista para pasado mañana, donde pondré el horario y los precios respectivos.

Ferry hacia la isla de Zakynthos

El trayecto duraría una hora y cuarto, por lo que llegaría al puerto de la ciudad de Zante a las 16:30. Sí, se llama igual que la isla. Desde aquí lo primero que haría sería dirigirme a mi alojamiento durante las dos próximas noches. Había elegido la Pansion Mary Studios situada a once kilómetros y veinte minutos de recorrido. El precio por las dos noches sería de 82 euros. Se trataba de un agradable estudio dentro de una villa  rodeada por jardines, siendo un auténtico remanso de paz. Lo único que se encuentra aislada de cualquier población cercana por lo que es necesario coger el coche para ir a cualquier lugar. La habitación era amplia y estaba limpia, al igual que el baño. El dueño era de lo más agradable pero hablaba menos inglés que yo, por lo que tuvimos que entendernos con el traductor de google, ya que sólo hablaba griego.

CIUDAD DE ZANTE

Tras acomodarme optaría por irme a pasar la tarde a la propia ciudad de Zante y ya mañana disfrutar del resto de la isla.

Me pareció buena idea comenzar con una visión general de la misma antes de adentrarme por sus recovecos, por lo que para ello me dirigí con el coche hasta un mirador en la cercana localidad de Bochati desde donde se consigue una panorámica espectacular tanto de la urbe como del mar Jónico. A pocos metros se encuentra también el castillo del mismo nombre pero a estas horas la puerta de acceso estaba ya cerrada a cal y canto, por lo que regresé sobre mis pasos y conduce hasta Zante.

Ciudad de Zante desde Mirador de Bochati

Destruida por el terremoto que en 1953 asoló las islas Jónicas, la capital ha sido reconstruida con esmero y ha recobrado su antiguo encanto. Las calles tradicionales con soportales discurren paralelas al muelle, al que todas las mañanas arriban las barcas que traen el pescado fresco.

Paseo Marítimo. Zante

Calle Comercial. Zante

En el extremo sur del puerto está la imponente iglesia de Agios Dionysios, patrono de la isla. El templo, que guarda el cuerpo de San Dionisio en un ataúd de plata, fue construido en 1925 y sobrevivió a las sacudidas del terremoto. El alto campanario se alza con orgullo sobre los edificios circundantes y, por la noche, la iglesia está bellamente iluminada. Este está inspirado en la Catedral de San Marcos de Venecia.

Iglesia Agios Dionysios. Zante

Féretro de San Dionisio. Agios Dionysios. Zante

Bordeando todo el paseo marítimo, lleno de ambiente, llegaría a su otro extremo donde se abre la plaza Solomós, la cual lleva el nombre del poeta griego  Dionysios Solomos, quien escribió la letra del himno nacional de Grecia. En el centro está su busto sobre una columna.

Plaza Solomós. Zante

Los edificios que flanquean el espacio datan de la época neoclásica y están decorados con ventanas arqueadas y arcadas. En uno de esos edificios se encuentra la Biblioteca Pública. El museo bizantino también se encuentra en la plaza.

Pero lo que más impacta en la misma es la iglesia de Agios Nikolaos Molou que se remonta a la época veneciana y también es la estructura más antigua de la plaza. El campanario se añadió más tarde en la época bizantina. Además de una serie de hermosos iconos, la iglesia también contiene algunos manuscritos del santo patrón Agios Dionysios, quien predicó misa aquí durante varios años de su vida.

Plaza Solomós e Iglesia de Agios Nikolaos Molou. Zante

A sólo cinco minutos caminando de la anterior también destaca otra bonita plaza llamada Agios Markos, donde se encuentra el museo del poeta que comentaba anteriormente por si alguien está interesado. También aquí se encuentra la iglesia católica del mismo nombre que la plaza, pero sobre todo este es un lugar repleto de ambiente donde la gente viene a tomar algo y a cenar.

Plaza de Agios Markos. Zante

Plaza de Agios Markos. Zante

Después de varios paseos y de disfrutar del hermoso atardecer, optaría por sentarme en la terraza de un restaurante llamado Marpesa Gastro Bar, de la que ya no me levantaría hasta después de cenar. Optaría por pedir Skioufichta (especie de pasta fina tradicional) con migas de cordero y copos de queso gruyere y una cerveza. (17 euros)

Estaba recién llegado y todo hacía presagiar que esta isla iba a enamorarme y es que ya tenía indicios claros de que podía haber encontrado un sitio más con el que asociar el paraíso.


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