VIENA - DIA 01. Año de reencuentros y una nueva capital

23 de Junio de 2017.


Creo que un viaje, aunque sea a un lugar en el que ya habías estado antes, nunca es el mismo, pues son muchos los factores que se dan a tu alrededor que hacen que con la variación de alguno de ellos, ese destino ya conocido te pueda parecer un lugar cambiado y diferente al que tuviste oportunidad de descubrir meses o años atrás.

Desde la época del año, las personas que te acompañen, los cambios que la propia ciudad o espacio natural haya sufrido por el paso del tiempo, o incluso por tus circunstancias personales, son factores, todos ellos, que pueden provocar que un lugar no te parezca el mismo que conociste o que te trasmita sensaciones completamente diferentes a las que pudieras tener en la primera ocasión que lo visitaste.

Así me sucedería a mí con Londres, al que volvería quince años después desde la primera vez que lo pisé, o con el reciente caso de París, al que regresaba tras cuarto de siglo sin haber puesto desde entonces un pié en la capital francesa. Estos casos, entre otros, me permitieron vivir dichas ciudades de una forma muy distinta, disfrutándolas de una manera diferente en cada ocasión, sin que ninguna de ellas fuera mejor o peor que la anterior, sino simplemente distintas porque cada persona te aporta unas cosas y cada momento en la vida, aunque estés en el mismo lugar, te trasmite sensaciones dispares que pueden llegar a sorprenderte.

Por otro lado también está la siempre frágil memoria que con el transcurrir del tiempo te va haciendo olvidar, dejándote las mejores y más destacables vivencias o anécdotas y desechando el resto.

Aunque es cierto que en muchas ocasiones me cuesta volver a repetir destinos, porque el mundo es demasiado grande y hay tantos lugares maravillosos que me gustaría conocer y tan poco el tiempo que tenemos para ello, sin embargo y desde hacía ya unos años, me apetecía mucho regresar a dos ciudades excepcionales de las que guardaba muy buenos recuerdos y el paso de los años, como ya comentaba,  me habían hecho olvidar en gran parte, dejándome sólo los mejores momentos vividos en las mismas, los cuales ya no eran suficientes para mí, pues necesitaba volver a admirar sus palacios, iglesias y monumentos. Estoy hablando de Viena y de Praga, dos de las ciudades europeas más bellas que existen.

Vista de Viena desde La Glorieta. Palacio de Schönbrunn

Vista de los barrios de Mala Strana y Hradcany. Praga

Si a ellas, además, le sumamos Bratislava, capital de Eslovaquia, muy cercana a Viena, lo que suponía  pisar un nuevo país, aunque fuese sólo por dos días, pues creo que no se podía pedir más a este pequeño viaje, de algo más de una semana, por Europa central.

Sería en julio de 1995 cuando mi abuela cumpliría la promesa que me haría algunos años atrás de invitarme una semana a un viaje organizado por dichas ciudades imperiales, una de sus mayores ilusiones. Yo sería el nieto afortunado y es que la pasión por los viajes ya había hecho mella en mí y no era extraño oírme decir que me moría de ganas de ir a este o a ese otro sitio del mundo.

La única condición que me impondría para poder ir con ella sería la de aceptar el tener que hacerlo con una agencia, pues le daba miedo hacerlo por nuestra cuenta. Así que tengo que reconocer que por aquel entonces tampoco me importaría, pues lo único que quería era descubrir el mundo de la manera que fuera.

Así que dicho y hecho lo pondríamos todo en manos de Halcón Viajes y llegada la fecha volábamos a la primera de las ciudades imperiales de la ruta: Viena.

No tardaríamos mucho en conocer, en el mismo avión y poco después en tierra, a las que ya serían parte del pequeño grupo que formaríamos para movernos por las calles de las capitales, cuando la agencia nos dejaba tiempo libre y una vez que habíamos hecho los típicos tours introductorios. Dos señoras pertenecientes a Aldeas Infantiles, dos profesoras de secundaria a punto de jubilarse y nosotros dos, seríamos los componentes. Un número perfecto para movernos sin prisa pero sin pausa por los lugares más característicos de Viena y Praga.

En la capital austriaca el primer contacto lo tendríamos con el palacio de Schönbrunn y su gran parque, para poco tiempo después, el mismo autobús en el que viajábamos, dejarnos  en los exteriores de otro gran palacio como es el de Belvedere. Desde allí nos llevarían a los exteriores de la casa Hundertwasser, para a las 13:00 acercarnos a la entrada de grupos de la ópera de Viena, donde realizaríamos una visita guiada a sus entresijos. Así es, esto sería en una mañana y sin entrar en ninguno de los dos palacios, pero es cierto que por aquel entonces y con tan sólo 18 añitos, el simple hecho de estar con mi abuela en Viena ya era algo único e increíble y eso era lo que me importaba.

Viviendas Hundertwasser. Viena (1995)

El resto de la tarde y la mañana del día siguiente ya nos dejarían a nuestro aire y ahí sería cuando por nuestra cuenta llegaríamos hasta la catedral de San Esteban; pasearíamos por lo exteriores del Parlamento y del Palacio Hofburg; disfrutaríamos de una feria gastronómica con una gran cantidad de puestos y especialidades culinarias, mientras en grandes pantallas éramos testigos de conciertos de música clásica de los mejores compositores; nos quedaríamos perplejos con la iglesia de San Carlos; nos relajaríamos en las explanadas verdes del Stadtpark mientras observábamos como parejas de jóvenes bailaban a ritmo de vals, etc.

Bailando Vals en Stadtpark. Viena (1995)

Bailando Vals en Stadtpark. Viena (1995)

Pero por si acaso no habíamos tenido suficiente con todo lo anterior la agencia nos llevaría la última tarde a disfrutar de un pequeño crucero por el Danubio, poniéndole la guinda al día con una cena en el barrio de Grinzing, donde en una de sus típicas tabernas, sentados en mesas de madera, en plan camaradas, pudimos disfrutar de un gran festín consistente en grandes fuentes de codillo, quesos y vinos, ¡menudo empacho!

Respecto a Praga, los recuerdos que tengo son más difusos aún de los que tengo de Viena. Me viene a la memoria que el primer lugar que conocimos sería el viejo castillo dominando toda la colina, y dentro de este el lugar que mejor recuerdo es con diferencia el pequeño callejón de oro con sus casitas de cuento, además del peculiar cambio de guardia realizado en una gran plaza.

Castillo del Barrio de Hradcany. Praga (1995)

Vista Panorámica de Praga (1995)

A partir de ese momento, mis vivencias en la ciudad se encuentran desordenadas y las que quedan fluyen sin ningún tipo de orden, como si de un rompecabezas se trataran. Una de las mejores sería cuando al tomarnos nuestra primera cerveza en el barrio de Malá Strana, mi querida abuela diría de muy mal humor, después del primer sorbo: - ¡puf, esta mierda está caliente! Su cara no se me olvidará jamás y es que por aquel entonces era una tradición por aquí tomarla templada para apreciar mejor su sabor. Pronto iba a descubrir si esto había cambiado o no.

Tampoco puedo olvidar el maravilloso sonido que provenía del interior de la iglesia Santa María de la Victoria y es que se encontraban dando un concierto en su interior. Es aquí donde también pudimos ver el famoso niño Jesús de Praga, motivo real de desplazarnos hasta aquí. Así que nos llevaríamos dos por el precio de uno.

Y si hay dos símbolos en Praga que destacan por encima de cualquier otro esos son, sin duda, el maravilloso puente de Carlos con sus las preciosas estatuas barrocas que lo decoran y el famoso reloj astronómico de la torre del ayuntamiento con sus muñecotes anunciando la hora, ello acompañado de la bella iglesia de Týn y las casitas de colores que circundan la inmensa plaza.

Ntra Sra de Tyn y plaza de la Ciudad Vieja. Praga (1995)

Reloj del Ayuntamiento. Plaza de la Ciudad Vieja. Praga (1995)

Y qué decir de sus tiendas repletas de marionetas de todo tipo de tamaños y personajes, a la que no pudimos evitar sucumbir y hacernos con dos de ellas o la obra de teatro negro a la que pudimos asistir con esos objetos resaltados por sus colores fluorescentes mientras los hacían moverse en medio del escenario en absoluta oscuridad, a la vez que una mujer desnuda relataba una historia rocambolesca.

Y en aquellos días también tendríamos oportunidad de pasar un día en la ciudad balneario de Karlovy Vary, por donde caminamos ensimismados por la belleza del entorno con aquellas casitas de colores que parecían sacadas de un cuento infantil. Todo mientras bebíamos cuidadosos sorbos de agua caliente medicinal que contenían las peculiares mini jarritas de porcelana que vendían en cada rincón de la ciudad.

Balneario de Karlovy-Vary (1995)

Balneario de Karlovy-Vary (1995)

Dicen que Praga tiene algo misterioso, algo mágico. A lo mejor esa es la razón por la se han esfumado el resto de recuerdos de mi paso por ella. Y aunque hasta hace poco me conformaba con los que acabo de relatar, ahora ya no era suficiente, por lo que no me quedaba otra que regresar en busca de los que se me perdieron.

Este nuevo viaje a punto de comenzar, he decidido separarlo en tres diarios diferentes, ubicando cada uno en su correspondiente país y pestaña, pues creo que es más práctico en cuanto al orden y consulta, aunque haré referencia al principio y al final de cada uno de cómo se van enlazando unos destinos con otros, como ya hice en otras ocasiones.

Así que sin más preámbulos comienzo aquí mi nuevo viaje que me iba a llevar en primer lugar a reencontrarme con Viena después de 22 años de mi primera estancia en la capital austriaca.

En esta ocasión la compañía elegida para volar iba a ser la ya tradicional Iberia y es que en esta ocasión no tenía competidora posible en cuanto a precios se refiere. Todas las demás compañías que miré se encarecían considerablemente con respecto a esta y es que la elección que había hecho de sacar un vuelo combinado era algo que se notaba a la hora de comparar precios. Porque, efectivamente, así era, había optado por volar a Viena y regresar a Madrid desde Praga, no teniendo que volver a retornar al lugar de origen, lo que me iba a permitir poder disfrutar un día más de mi último destino. El precio que conseguiría, a mi parecer, no estaría nada mal, pagando por ambos trayectos, ida y vuelta, 171 euros.

El hecho de contar ya con la jornada intensiva me iba a permitir salir con tranquilidad del trabajo y pasar por casa a recoger la maleta, pudiendo incluso echarme una ligera siesta reponedora que me haría empezar con mucha más vitalidad este viaje que otros anteriores.

El avión despegaría a las 19:40 en punto, por lo que en tres horas justas estaba aterrizando en el aeropuerto de Viena. Nada más salir del espacio restringido para pasajeros, mi primer objetivo sería buscar el mostrador de AirportDriver donde tenía que recoger la Vienna Pass, es decir la tarjeta que me iba a dar derecho, a partir de mañana, a poder entrar en gran parte de los monumentos de la capital austriaca de forma libre. La compra de la misma la haría por su página web https://www.viennapass.es/vienna-pass-prices.php?lang=s , con la que ahorraría un 10%, saliéndome al final por 89,10 euros para tres días. (También tienes para uno, dos y seis días). Una vez que realizas el pago, te envían un voucher a tu dirección de correo electrónico, siendo este el que presentas en el mostrador de la empresa en la que me encontraba. Todo sería rápido y sencillo, me entregaría el pase, un pequeño libro con todos los lugares a los que se puede acceder y varios mapas y planos. Como siempre si me saldría o no rentable, es algo que se irá viendo a lo largo de los siguientes capítulos, aunque como siempre digo con este tipo de pases es fundamental hacer una planificación previa y ver si va a dar tiempo a entrar en los lugares previstos en base a sus horarios.

Viena Pass

Con esta primera gestión realizada, ahora sí, que me dirigiría a tomar el S-Bahn el tren que enlaza con el metro de Viena. Me costaría 3,90 euros y es la opción más barata para desplazarse en transporte público desde el aeropuerto hasta el centro. También se puede tomar el autobús aunque cuesta 8 euros y un tren expreso llamado CAT que cuesta 12 euros.

Es en la estación Wien Mitte, donde hay que hacer el transbordo al metro, donde cogería la línea U4 en dirección Huetteldorf, bajándome en la estación Kettenbruckengasse, donde caminaba cien metros y llegaba hasta el hostel que iba a ser mi alojamiento durante mi estancia en Viena. Este se llamaba Wombats City Hostel y se encuentra en frente del famoso mercado Naschmarkt, estando bastante céntrico y pudiendo llegar caminando desde él a todos los lugares de interés, sino y como se ha visto, el metro está al lado por lo que también se puede tomar este.

Optaría por una habitación compartida de tres personas, saliéndome a 32 euros la noche. Las habitaciones son amplias y limpias, con baño privado, no teniendo que salir de la habitación. Tienes varios enchufes, taquillas muy amplias para meter la maleta de mano con tarjeta magnética como llave y el desayuno se puede tomar por 4,5 euros. También cuenta con un pub para poderte tomar algo si te apetece.

Me atendería una chica que hablaba castellano, por lo que no tendría que esforzarme lo más mínimo para entenderme. Así que todo sería muy rápido. En la habitación me tocaría una pareja danesa de lo más discreta y muy tranquila, con la que tampoco hablaría mucho.

Entre que me organicé, me duché y cené el sándwich que me había traído de Madrid me daría casi la una de la madrugada, por lo que iba a empezar durmiendo bastantes pocas horas, antes de empezar a descubrir la mítica ciudad Imperial, la Viena de la música clásica, de la cultura y vida confortable y de la elegancia personificada. ¿Me acompañas en este nuevo paseo?

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