DIA 23. ARGENTINA. Centro de Bariloche y regreso a casa

17 de Septiembre de 2016.

Desde mi llegada a San Carlos de Bariloche y desde el primer paseo nocturno que daría por las calles de la capital de la Patagonia andina, no podría evitar compararla con las aldeas y pueblos  alpinos característicos de países de  Europa central como Austria o Suiza.

Sus continuos detalles en los tejados inclinados de pizarra, las chimeneas y los campanarios con forma de reloj de cuco me hacían olvidar, por momentos, que me encontraba en Argentina, aunque en pocos segundos alguna animada conversación callejera con el marcado e inconfundible acento argentino me volvía a recordar que me encontraba donde me encontraba.

Aunque en principio mi última mañana en Bariloche y en Argentina  la iba a dedicar a subir hasta el cerro Otto, otro de los miradores con grandes vistas del lago Nahuel Huapi, al final entre que estaba nublado y era probable que no viera nada y el consejo que me daría Paola con respecto a que después de las vistas que había tenido desde otros cerros, no me iba a aportar nada nuevo, unido a que suponían otros 300 pesos y tampoco iba a poder disfrutar mucho ya que a las 13.30 tenía que salir hacia el aeropuerto, me hicieron tomarme la mañana de forma relajada y dedicarme a pasear por el centro de Bariloche, yendo a algunos de sus lugares más representativos y que todavía no había tenido oportunidad de visitar, además de prestar más atención al característico estilo arquitectónico  montañés de sus edificios que mencionaba en el párrafo anterior.

Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche

Comenzaría recorriendo, una vez más, sus avenidas principales como Mitre, M. Elflein o Moreno, repletas de comercios, restaurantes y arquitectura tradicional de madera y en las que casi siempre hay ambiente, aunque hoy debido al agua nieve que caía en estos momentos y que era sábado y temprano, no había casi un alma por sus calles.

Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche

Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche

Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche

No tardaría mucho en llegar hasta el primer lugar que tenía interés en conocer: la catedral Nuestra Señora del Nahuel Huapi, una obra neogótica construida en 1946 con vitrales que representan episodios históricos de la zona. Aquí me refugiaría un buen rato hasta que dejaría de nevar y es que hoy hacía mucho frío, seguramente rondáramos los cero grados.

Catedral Ntra Sra del Nahuel Huapi

Catedral Ntra Sra del Nahuel Huapi

La construcción religiosa se encuentra en un alto, pero pegada al lago Nahuel Huapi, por lo que sólo tendría que cruzar la avenida 12 de Octubre, para llegar a la ribera del mismo y disfrutar de sus vistas y de algunas tallas chemamules de madera que están allí esculpidas. Estas eran características del pueblo mapuche que las utilizaba para sus ritos funerarios y venían a ser lo mismo que para los cristianos las cruces.

Tallas Chemamules. Ribera del Lago Nahuel Huapi

Ribera del Lago Nahuel Huapi

Con la visión de los andes nevado a mi derecha, continuaría paseando hasta llegar al Puerto, para desde aquí volverme a meter en el interior de la ciudad y en sólo una manzana plantarme ante el centro neurálgico de San Carlos de Bariloche, es decir la plaza en la que está situado el famoso Centro Cívico o Ayuntamiento con su inconfundible torre del reloj, el cual está declarado Monumento Histórico Nacional. Sería construido por la Dirección de Parques Nacionales durante la presidencia del Dr. Exequiel Bustillo, e inaugurado en 1940 y hoy en día constituye la seña de identidad de la ciudad.

Centro Cívico de San Carlos de Bariloche

En esta plaza también se puede ver una escultura a caballo del general Julio A. Roca, aunque algo desmejorada por algunas pintadas desafortunadas, el edificio de correos con su balcón característico, la biblioteca y el museo de la Patagonia al que aunque me hubiera gustado entrar, preferí no hacerlo ya que me apetecía más hacer otra cosas y no daba tiempo a todo.

Escultura de Julio A.Roca y Correos

Siguiendo por la avenida Bustillo y dejando a mi izquierda un pequeño obelisco blanco, llegaría tras otros diez minutos hasta el museo del chocolate, el cual sí que visitaría pues había leído que eran bastantes interesantes las explicaciones de las que consta la visita guiada de su interior. El precio es de 50 pesos y no se puede hacer por tú cuenta.

Obelisco de San Carlos de Bariloche

Ribera del Lago Nahuel Huapi desde Avenida Bustillo

Durante cuarenta minutos la guía que nos acompañaba nos contaría la historia de esta delicia codiciada en el mundo entero. Desde las áreas principales de cultivo del cacao, en plena línea del ecuador, contando como principales productores a Ecuador, Brasil, Colombia y México, hasta su descubrimiento por parte de los colonizadores españoles y la llegada a Europa en el reinado del Emperador Carlos V, a quien le encantaría al igual que a Hernán Cortés.

También sería interesante saber cómo acabaron mezclando el cacao con canela, leche y otros productos para que fuera aceptado por todas las clases sociales, pues en principio la gran amargura del chocolate puro, no gustaba a todo el mundo.

En medio del recorrido no podría faltar una pequeña degustación de chocolate líquido, para seguir después con nuevas curiosidades como que al segundo país europeo que llegaría sería a Francia, encantándoles a Luis XIII y sus sucesores, así como al cardenal Richelieu.

Poco después acabaría extendiéndose por todo el viejo continente y por el mundo entero y empezaría a comercializarse a través de famosas y prestigiosas marcas como Nestlé en Suiza y otras en Bélgica. Aunque tengo que reconocer que después de probar los chocolates en Bariloche, estos han desbancado a muchos otros que hasta ahora estaban entre los primeros puestos para mi gusto.

Por último podríamos ver una galería en donde se exponían animales característicos de la región, pero hechos de chocolate, por lo que estaban bien protegidos por gruesas vitrinas que impedían hincarles el diente.

Museo del Chocolate

Museo del Chocolate

La visita terminaría a las 12:40, por lo que ya sólo tendría tiempo de regresar al centro de la ciudad, dirigirme hacia algunas tiendas que ya tenía localizadas para comprarme alguna que otra sudadera y camisetas y, por supuesto, que los últimos chocolates y alfajores en la famosa chocolatería Rapa Nui. Estos últimos, sin duda, los mejores que había probado en todo el viaje y de todo tipo de variedades y sabores. Tampoco podría evitar caer en la tentación de hacerme con las últimas tarrinas de las inigualables Franui, las bolitas de chocolate rellenas de frambuesa  y chocolate blanco que casi me hacían perder la razón cuando las descubría días atrás. Lástima que sólo duren 24 horas fuera del congelador, porque si no me hubiera llevado cientos de ellas, aunque por otro lado mejor, porque también es cierto que me hubiera supuesto cambiar todo el vestuario.

A la llegada al hostal, me estarían esperando Paola y Luciana para despedirse. Sin duda que si algún día vuelvo por estos lares regresaré aquí, pues me encontré como en casa y me hicieron sentir muy cómodo.

Para ir al aeropuerto no encontré disponible para mi hora el servicio de combi que había contratado para venir hasta aquí y que me había costado 120 pesos, por lo que si quería ir con cierta tranquilidad y no andar con agobios, no me quedaba otra que contratar un taxi o remix, por lo que me supuso pagar 300 pesos, más del doble que con la otra opción, así que conviene reservarlo con tiempo y no esperar hasta el último momento.

Después todo iría ya sobre ruedas. El vuelo de aerolíneas despegaría en hora: a las 15:35 llegando al aeropuerto de Ezeiza de Buenos Aires a las 17.30. Así que cuatro de cuatro en puntualidad, por lo que teniendo en cuenta mi experiencia personal es muy recomendable esta aerolínea, además de por lo que te sirven en el avión y por el servicio que te presta el personal.

Sólo me quedaba dirigirme a la terminal de vuelos internacionales, que se encontraba a tan sólo 500 metros caminando, donde llevaría a cabo la última facturación de equipaje con IBERIA, pasaría todos los controles y esperaría hasta las 21:30 a que saliera mi último vuelo del viaje hacia Madrid, donde tras una tranquila travesía de vuelta, la cual pasaría la mayor parte del tiempo durmiendo y viendo varios capítulos de alguna serie famosa, llegaría a Madrid a las 14.40 del domingo 18, donde daría por finalizado este nuevo e increíble viaje por América del Sur.

De los países visitados en Sudamérica, tengo que reconocer que Argentina me ha fascinado y me ha robado el corazón. El carácter de su gente, el ambiente europeo de Buenos Aires, las excepcionales cataratas del Iguazú y el observar la fuerza de la naturaleza casi llevada al extremo como nunca antes la había visto, las panorámicas inigualables desde los cerros de Bariloche y tantas otras gratas experiencias, me han fascinado y, sin duda, que aunque me queda mucho mundo por recorrer, son lugares a los que no me importaría volver en un futuro.

De Uruguay sobre todo me quedo con el humor inteligente de los uruguayos y su impresionante amabilidad y su buena gente, alejados totalmente de la picaresca argentina. Sin duda que la costanera de Montevideo me apasionaría, aunque no menos que la ciudad colonial de Colonia del Sacramento y sus calles empedradas donde parece que el tiempo se ha detenido, sin olvidar los peculiares Cabo Polonio o Punta del Diablo, lugares aislados y únicos y donde se me quedaría la espina clavada de no poder contemplar sus puestas de sol, pero así es el tiempo y los viajes, caprichosos muchas veces. Y qué decir de Punta del Este, con su mano y su puerto y aunque también algo desangelado por el hecho de ser invierno, es uno de esos lugares donde no me importaría vivir un verano y disfrutar de sus playas y su sol.

Otra de las cosas que me llevo también es la comida, donde he disfrutado muchísimo de ella. Desde los Chivitos uruguayos hasta los lomos altos y buena carne de ambos países, donde se me deshacía en la boca a unos precios muy asequibles y nada que ver con los europeos. Y por supuesto que los dulces, tanto los alfajores, como el chocolate, como las tartas increíbles de Buenos Aires.

En definitiva otro viaje de contrastes increíbles que no hace más que afianzar en mí las ganas de seguir descubriendo esta maravilloso mundo repleto de magia y belleza y para el que se necesitarían muchas vidas para poder conocerlo en su totalidad. Al menos tengo la fortuna de poder seguir contemplando en vivo y en directo, poco a poco, algunas de las tantas sorpresas que ofrece, ¿cuál será la siguiente?

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