14 de Junio de 2014.
Comienzo este capítulo con la petición que me haría mi hermana, unos meses antes, cuando me invitaba a venir a Oslo. Esta no era otra que no preparase ni mirase absolutamente nada sobre la ciudad, que no leyese ninguna guía, ojeara libro alguno o me documentase sobre lo que se puede visitar. Tengo que reconocer que ante esta petición me quedaría en blanco y sin saber que decir ni que hacer porque esto suponía un auténtico reto para mí: viajar a un lugar en el que por primera vez no iba a llevar nada preparado al respecto sobre lo que en él me podía encontrar. Es cierto que mi respuesta fue que lo intentaría y no sin hacer de tripas corazón, lo lograba, por lo que toda la visita de la ciudad la dejaba en manos de mis anfitriones. Veríamos como resultaba el experimento.
La hora que fijaron para levantarme fue las siete de la mañana, por lo que la cosa empezaba de maravilla, ya que me gusta aprovechar el día. Tras un buen desayuno consistente en unos cereales, me disponía a conocer la capital más antigua de los reinos escandinavos, la capital del país de los Vikingos, el salmón y los fiordos.
La casa de mi hermana se encontraba tan sólo a cinco minutos del puerto, por lo que el primer lugar con el que comenzaríamos la visita sería este y más exactamente con el Aker Brygge y sus alrededores que en estos primeros momentos de la mañana estaban desiertos. Esta zona que flanquea uno de los brazos de la bahía es un agradable y moderno complejo comercial en el que hay multitud de restaurantes y locales donde se puede comer y cenar y tomar una copa mientras disfrutas de las vistas al mar. El contraste entre la desolación de estas primeras horas en el que el día empezaba a desperezarse y el de por la noche, donde en toda la zona bullía marcha y animación, iba a ser un gran cambio que tendría la oportunidad de vivir al finalizar la jornada.
Alrededores de Akker Brygge |
En estos primeros instantes de paseo matinal lo que más me estaba gustando era la intensidad de la luz, bastante más tenue y acogedora que la que se da por otras latitudes. Esta contrastada con las vista a las aguas del fiordo que baña la capital hacía que no se pudiera empezar mejor el día. Además íbamos encontrándonos pequeños detalles adornando algunos rincones tales como la escultura de Blancanieves y los siete enanitos, una pequeña playa artificial decorada con un ancla y otros elementos gigantes y el famoso edificio donde se entrega todos los años el Premio Nobel de la Paz. (El resto se entregan en el Palacio de Conciertos de Estocolmo). Habíamos llegado al corazón del puerto, justo detrás del inmenso edificio del Ayuntamiento construido en 1950 y en conmemoración del 900º aniversario de Oslo. Tiene dos descomunales torres cuya belleza es ciertamente discutible. Una vez aquí mi hermana me llevaría hacia uno de los muelles del puerto para tomar un pequeño barco (50 coronas el billete de ida y vuelta) que navegaría hacia la península de Bygdoy, una zona tranquila y boscosa, donde íbamos a pasar la mañana visitando algunos de los museos más famosos y sorprendentes de la ciudad, encontrándonos desde naves polares a barcos vikingos, pasando por la arquitectura noruega más tradicional.
Radhus o Ayuntamiento |
Puerto de Oslo |
Tras diez minutos de trayecto desembarcaríamos en Bygdoy y andaríamos diez minutos más, todo recto, para llegar hasta el primero de los museos que íbamos a visitar, el de los barcos Vikingos. (60 coronas la entrada). En él se conservan tres magníficas embarcaciones de este aguerrido pueblo, temido en media Europa en su época de mayor esplendor. Los barcos que se muestran, especialmente el llamado Oseberg, están en muy buen estado y probablemente este sea el lugar del mundo donde mejor se puedan apreciar los diferentes detalles de este tipo de embarcaciones. Los que aquí se muestran tenían una función funeraria. En el museo también se pueden observar trineos, tejidos, objetos domésticos y hasta un carro de la época vikinga.
Vikingskipshuset o Museo de los Barcos Vikingos |
Muy cerca del museo que acabábamos de visitar, a menos de diez minutos andando, se encuentra uno de los secretos mejor guardados de la península de Bygdoy y de Oslo en general. Hablo del Museo del Pueblo noruego o Norsk Folkemuseum. (110 coronas la entrada). Nada más atravesar los tornos de acceso lo primero con lo que nos encontramos fue con una explanada con un edificio en el que pudimos ver una exposición permanente de arte noruego y objetos de uso cotidiano. Hasta aquí nada del otro mundo. Lo bueno empezaría a partir de aquí, pues el museo es en sí una pequeña ciudad al aire libre. En la parte izquierda del gran recinto comenzaríamos a pasear por el llamado Pueblo Viejo o Gamle By, un conjunto de casitas antiguas típicas de los siglos XVIII y XIX, donde están recreados a la perfección el edificio de correos, el banco, la farmacia, las tiendas artesanales y de comida, etc. A muchos de esos edificios se puede entrar y retroceder en el tiempo, pues todo lo tienen decorado como era la vida entonces.
Gamle By o Pueblo Viejo. Museo de los Pueblos |
Gamle By o Pueblo Viejo. Museo de los Pueblos |
Pero si esto nos había entusiasmado lo que vendría a continuación, ya nos iba a dejar fascinados del todo y es que muy cerca se encuentra lo que realmente merece la pena de este lugar: las casi 200 casas tradicionales traídas de todos los rincones de Noruega, esparcidas por un parque que se recorre a pie por senderos de tierra. Era como volver a la Noruega medieval y tener la sensación de que en cualquier momento iba a salir de cualquiera de ellas algún guerrero con el típico casco a saludarnos.
Casas Tradicionales. Museo de los Pueblos |
Después de este agradable paseo todavía quedaría ponerle la guinda a la visita y es que tras subir por una pequeña pendiente llegaríamos hasta un pequeño prado en cuyo centro nos recibía radiante e imponente una iglesia vikinga de madera procedente del pueblo llamado Gol. No pensé que en este viaje iba a poder ver una de estas maravillas que tanta ilusión tenía en contemplar y mira por donde que allí la tenía delante de mis narices.
Iglesia de Madera. Museo de los Pueblos |
Una vez que visitamos su interior y nos recreamos un rato por los exteriores y dado que ya llevábamos en este museo dos horas, decidimos encaminarnos a la que sería la última de las visitas de la mañana, la del museo FRAM, un edificio con forma de triángulo en cuyo interior se encuentra el barco ártico más poderoso del mundo, el Fram, el único barco en el que se ha navegado tanto al Polo Norte como al Polo Sur y en el que personajes como Amundsen o Nansen hicieron historia con sus expediciones. Lo mejor del museo es que puedes subir a cubierta y acceder a casi todos los lugares del barco, sintiéndote como un explorador más de la época, viendo, además, los camarotes, en los cuales se conservan las ropas, instrumentos, aparejos y recuerdos de los tripulantes. Creo, de verdad, que merece la pena pagar las 80 coronas de la entrada.
Frammuseet o Museo del Fram |
A la salida y tras hacernos unas fotos con las esculturas de Amundsen y los miembros de su expedición, volvimos a tomar el barco que nos había traído hasta aquí, pues en las inmediaciones había otra parada, y tras el breve paseo, estábamos, de nuevo, en la zona del puerto.
Roald Amundsen y su Equipo.Península de Bygdoy |
Y si los primeros instantes de la mañana los habíamos dedicado a pasear por uno de los flancos de la bahía, ahora y antes de comer era el momento de descubrir el otro y yo creo que más interesante, o al menos con más historia, de los dos. Era el momento de ascender hasta la pequeña colina que teníamos justo delante de nosotros y acceder a la fortaleza de Akershus que domina la entrada del fiordo desde hace más de setecientos años. Su interior está plagado de jardines y de preciosos rincones desde donde se obtienen algunas de las mejores vistas de la ciudad. También aquí se encuentra el castillo de Akershus por el que anduvimos un rato visitando su patio principal y la tienda de recuerdos, pero en el que no entraríamos dado que había que volver a desembolsar, creo que otras 80 coronas, y ya nos parecía excesivo después de la mañana que llevábamos de museos.
Akershus Festning o Fortaleza de Akershus |
Akershus Festning o Fortaleza de Akershus |
Así que como ya eran las 15.30 mis anfitriones decidieron llevarme a uno de sus restaurantes preferidos en Oslo, no muy lejos del centro y unas cuantas manzanas más allá de donde nos encontrábamos. Se llamaba Elías y en el pudimos probar tanto el famoso salmón, entendiendo por qué tiene tanta fama ya que estaba buenísimo, como un arroz y una hamburguesa de carne, que igualmente, estaban riquísimos.
Comida en Restaurante Elias |
Después de la grata sobremesa, la tarde la comenzaríamos con un buen paseo, de algo más de media hora, que me permitiría conocer el barrio Okupa, con las fachadas de sus edificios plagadas de grafitis y una gran lámpara de salón colgada de unos cables cualesquiera en su calle principal, para llegar, minutos después, hasta el Museo Edvard Munch, que desgraciadamente estaba cerrado desde las cinco de la tarde, por lo que como ya pasaban veinte minutos de la hora, el famoso cuadro “El Grito” no iba a poder verlo, al menos en el día de hoy. Mi hermana y mi cuñado me dirían que no me preocupara que lo volveríamos a intentar al día siguiente, así que dado que estábamos justo en frente decidimos dar una agradable caminata por el jardín botánico, que es un parque público más pero lleno de multitud de especies con sus respectivos nombres al lado de cada una de ellas y de una belleza particular por su distribución y los pequeños arroyos y lagos decorando el entorno.
Jardín Botánico |
De la tranquilidad de los jardines pasaríamos, otra vez, al ajetreo de la ciudad dedicándonos, lo que quedaba de tarde, a transitar por los lugares más representativos del centro de Oslo, comenzando por el nuevo símbolo de la ciudad desde no hace mucho tiempo: la Ópera, un increíble edificio blanco cuya estructura externa está compuesta por unas rampas, rodeando al cuadrado principal, y a través de las cuales puedes acceder hasta un nuevo y fantástico mirador de la ciudad. Allí estaríamos relajados unos minutos antes de ir a parar a la gran plaza de la estación central con su destacada escultura del tigre de bronce. Desde aquí nos dedicaríamos a recorrer la gran calle peatonal Karl Johans Gate que recorre el centro y que te lleva, en una perfecta línea recta, hasta el Palacio Real.
Había un ambientazo tremendo y estaba a rebosar de gente y de artistas callejeros. Todo el paseo se encuentra repleto de pubs, restaurantes, tiendas y a lo largo de su recorrido nos fuimos encontrando con los edificios más importantes de Oslo: la Catedral o Domkirke, más bien pobre; la Stortorvet, una plaza que se utiliza para montar un mercadillo de flores y que está presidida por la escultura del rey danés Christian IV; el Stortinget o Parlamento, sede de la soberanía del pueblo noruego y donde han tenido lugar algunos de los episodios más relevantes del país. Aquí se elige cada año al ganador del Premio Nobel de la Paz; el Teatro Nacional, donde durante décadas se han representado las obras de los grandes dramaturgos noruegos Henrik Ibsen y Bjornson; los tres edificios de la Universidad; y por fin el modesto edificio, color crema, del Palacio Real, la que es actualmente la residencia oficial de los reyes de Noruega. Desde la colina en la que se encuentra ubicado hay unas bonitas vistas de toda la Karl Johans Gate, perdiéndose en la lejanía. Algo que me sorprendió aquí fue la poca seguridad que había en los alrededores de palacio, tan sólo tres guardias y nada más, prueba de la sencillez de esta monarquía.
Stortinget o Parlamento |
Palacio Real |
Eran las 21.30 y seguía siendo de día y aunque el sol empezaba a ocultarse, bien parecía que eran las 19.00 de la tarde y que la noche no iba a llegar nunca. Pero habíamos terminado la visita que mis anfitriones me habían preparado para el día de hoy. Estaba encantado con tantísimas cosas que había podido ver y que mejor que celebrarlo cenando en un restaurante cercano al puerto llamado Café Sorgenfri, en la terraza exterior, degustando un cazuelita de pollo y verduras con patatas a lo pobre y una de las especialidades noruegas: mejillones bañados en salsa de nata. Estaban riquísimos, los mejores que he probado hasta ahora.
Cuando terminamos de cenar eran las 23.30 y todavía seguía existiendo una ligera luminosidad que hacía que no te situases bien en la hora del día en la que te encontrabas. Aún así el cuerpo es sabio y el cansancio empezaba a avisar de que era la hora de la retirada.
Opiniones:
Elías: Restaurante ecológico situado cerca del paseo Karl Johan Gate donde pudimos comer bastante bien a un precio razonable para lo que es Oslo. Recomiendo el Salmón y el risotto de cebada. De beber no hay que dejar de pedir el zumo de manzana, estaba buenísimo.
Café Sorgenfri: En la famosa zona de Aker Brygge, al lado del puerto. Pudimos cenar en su terraza al aire libre y degustar los maravillosos mejillones con nata. Muy recomendables. El servicio es bueno y los camareros agradables para la seriedad noruega.
Consejos: Puede ser interesante adquirir la Oslo Pass ya que con ella se tiene acceso gratuito a muchos museos y al transporte y reducciones en algunos restaurantes y hoteles.
No hay comentarios :
Publicar un comentario