Aunque apenas nos quedaban unas horas para tener que tomar el avión de regreso a Madrid, no íbamos a desaprovecharlas y las íbamos a dedicar a disfrutar de uno de los lugares que más no había gustado de la ciudad. Este no era otro que el Quincy Market y sus alrededores que aunque bastante turístico, rebosa por todas partes un agradable ambiente que anima a cualquiera. Es cierto que podíamos haber aprovechado para conocer algún que otro sitio de interés que se nos había quedado pendiente, pero esto era lo que más nos apetecía a los tres y por tanto lo que haríamos.
Además de los comercios, tiendas y restaurantes que,
ya comentaba ayer, están por todas partes, una de las principales
características de este lugar son sus continuos espectáculos callejeros que no
tienen nada que envidiar a los de cualquier teatro e incluso, por qué no
decirlo, algunos son bastante más impresionantes. Entre varios de los corros
que estaban formados viendo diferentes actividades, a nosotros nos
sorprenderían dos de ellas. Por un lado los impresionantes bailes de break
dance que estaban protagonizando un grupo de jóvenes de color con piruetas
imposibles, acompañados del rapeo de varios compañeros del grupo. Los
movimientos, los giros y las vueltas que estaban llevando a cabo nos dejaron a
todos los allí presentes atónitos y con la boca abierta.
Por otro lado tengo que reseñar el show de
contorsionismo y escapismo que llevaría a cabo un joven, el cual sería colgado
boca abajo provisto con un chaleco de fuerza y atado con una soga, disponiendo
de tan sólo un minuto para liberarse. Mientras se preparaba iba comentado que
hoy era un día muy importante para él, diferente de otros, y que si conseguía
acabar con éxito el espectáculo, lo que no tenía muy claro al intentar la
proeza en mucho menos tiempo que en otras ocasiones, tendría lugar un
acontecimiento del que todos los que estábamos allí seríamos testigos.
Escapista en el Quincy Market |
Con todo preparado, la cuenta atrás empezaría y el
joven se revolvería sobre sí mismo, se zarandearía de un lado para otro, haría
giros imposibles, se balancearía como un péndulo haciendo casi venirse abajo la
plataforma que lo sujetaba y, como por arte de magia y a sólo cuatro segundos
de que el tiempo transcurriese, conseguiría lo impensable.
Escapista en el Quincy Market |
Un ensordecedor aplauso rompería el tenso silencio que
hasta hacía unos instantes imperaba en el ambiente, para pasado ese empezar a
pronunciar un pequeño discurso haciendo referencia a lo importante que había
sido una persona para él durante los últimos años, teniendo claro que gracias a
ella había conseguido solventar importantes adversidades y problemas y que por
todo ello quería estar a su lado durante el resto de su vida, dirigiéndose,
mientras terminaba de hablar, a una chica del público y pidiéndola en este
momento que se casara con él. Esta respondería que sí, llorando y muy
emocionada, y acto seguido se fundirían en un emotivo beso, envuelto por un
atronador aplauso de todos los que estábamos allí presentes. Vamos que ni en
una película de Hollywood.
Sería así como daríamos por finalizada nuestra
estancia en Boston y en Estados Unidos, pues ya sólo tendríamos tiempo de
volver al hotel a recoger las maletas y dirigirnos al aeropuerto Logan.
Panorámica de Boston camino hacia el Aeropuerto Logan |
Pero todavía nos quedaba una última sorpresa para
terminar el viaje, algo que jamás pensamos que nos podría suceder y que por
cosas de la vida tendríamos la suerte de poder vivir.
Ya habíamos facturado y nos encontrábamos en la fila
de la puerta de embarque, cuando por megafonía comenzaron a llamar a mi padre
para que se presentara en el mostrador. La fila era considerable y entre que no
lo habíamos escuchado muy bien y estábamos un poco despistados, tendrían que
volver a llamarle, teniendo claro que, esta vez sí, era su nombre el que habían
pronunciado.
A paso ligero llegaría hasta las azafatas con las que
estaría hablando unos minutos, pasados los cuales empezaría a hacernos señas
con los brazos para que fuéramos hasta el principio de la fila. Allí nos
comunicaría que había overbooking y que habían decidido meternos en primera
clase, lo que hace que casi que nos caigamos de espaldas de la emoción.
Como es evidente no pusimos ninguna objeción ni nos
resistimos, que le íbamos a hacer, tendríamos que cruzar el Atlántico rodeados
de comodidades y de asientos que se convertían en cama.
La verdad que sería una pasada y aunque el dinero no
da la felicidad, lo cierto es que ayuda mucho. Podríamos disfrutar de comidas a
la carta, todo tipo de bebidas en cualquier momento, pantallas de juegos y
películas de todo tipo y, como ya he comentado, el placer de ir durmiendo como
si estuviéramos en una cama, lo que implica un confortable descanso y que el
vuelo se te haga muy muy corto, no enterándonos casi de las siete horas que
duraría este.
En primera Clase |
Sobre la una de la tarde del domingo 23 estábamos
aterrizando en Barajas, finalizando así un viaje complicado de superar, aunque
siempre se puede intentar, ¿verdad papá?
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