DIA 10. EEUU. Últimas horas en Boston y regreso a casa

22 de Agosto de 2009.

Aunque apenas nos quedaban unas horas para tener que tomar el avión de regreso a Madrid, no íbamos a desaprovecharlas y las íbamos a dedicar a disfrutar de uno de los lugares que más no había gustado de la ciudad. Este no era otro que el Quincy Market y sus alrededores que aunque bastante turístico, rebosa por todas partes un agradable ambiente que anima a cualquiera. Es cierto que podíamos haber aprovechado para conocer algún que otro sitio de interés que se nos había quedado pendiente, pero esto era lo que más nos apetecía a los tres y por tanto lo que haríamos.
Además de los comercios, tiendas y restaurantes que, ya comentaba ayer, están por todas partes, una de las principales características de este lugar son sus continuos espectáculos callejeros que no tienen nada que envidiar a los de cualquier teatro e incluso, por qué no decirlo, algunos son bastante más impresionantes. Entre varios de los corros que estaban formados viendo diferentes actividades, a nosotros nos sorprenderían dos de ellas. Por un lado los impresionantes bailes de break dance que estaban protagonizando un grupo de jóvenes de color con piruetas imposibles, acompañados del rapeo de varios compañeros del grupo. Los movimientos, los giros y las vueltas que estaban llevando a cabo nos dejaron a todos los allí presentes atónitos y con la boca abierta.
Por otro lado tengo que reseñar el show de contorsionismo y escapismo que llevaría a cabo un joven, el cual sería colgado boca abajo provisto con un chaleco de fuerza y atado con una soga, disponiendo de tan sólo un minuto para liberarse. Mientras se preparaba iba comentado que hoy era un día muy importante para él, diferente de otros, y que si conseguía acabar con éxito el espectáculo, lo que no tenía muy claro al intentar la proeza en mucho menos tiempo que en otras ocasiones, tendría lugar un acontecimiento del que todos los que estábamos allí seríamos testigos.
Escapista en el Quincy Market
Con todo preparado, la cuenta atrás empezaría y el joven se revolvería sobre sí mismo, se zarandearía de un lado para otro, haría giros imposibles, se balancearía como un péndulo haciendo casi venirse abajo la plataforma que lo sujetaba y, como por arte de magia y a sólo cuatro segundos de que el tiempo transcurriese, conseguiría lo impensable.
Escapista en el Quincy Market
Un ensordecedor aplauso rompería el tenso silencio que hasta hacía unos instantes imperaba en el ambiente, para pasado ese empezar a pronunciar un pequeño discurso haciendo referencia a lo importante que había sido una persona para él durante los últimos años, teniendo claro que gracias a ella había conseguido solventar importantes adversidades y problemas y que por todo ello quería estar a su lado durante el resto de su vida, dirigiéndose, mientras terminaba de hablar, a una chica del público y pidiéndola en este momento que se casara con él. Esta respondería que sí, llorando y muy emocionada, y acto seguido se fundirían en un emotivo beso, envuelto por un atronador aplauso de todos los que estábamos allí presentes. Vamos que ni en una película de Hollywood.
Sería así como daríamos por finalizada nuestra estancia en Boston y en Estados Unidos, pues ya sólo tendríamos tiempo de volver al hotel a recoger las maletas y dirigirnos al aeropuerto Logan.
Panorámica de Boston camino hacia el Aeropuerto Logan
Pero todavía nos quedaba una última sorpresa para terminar el viaje, algo que jamás pensamos que nos podría suceder y que por cosas de la vida tendríamos la suerte de poder vivir.
Ya habíamos facturado y nos encontrábamos en la fila de la puerta de embarque, cuando por megafonía comenzaron a llamar a mi padre para que se presentara en el mostrador. La fila era considerable y entre que no lo habíamos escuchado muy bien y estábamos un poco despistados, tendrían que volver a llamarle, teniendo claro que, esta vez sí, era su nombre el que habían pronunciado.
A paso ligero llegaría hasta las azafatas con las que estaría hablando unos minutos, pasados los cuales empezaría a hacernos señas con los brazos para que fuéramos hasta el principio de la fila. Allí nos comunicaría que había overbooking y que habían decidido meternos en primera clase, lo que hace que casi que nos caigamos de espaldas de la emoción.
Como es evidente no pusimos ninguna objeción ni nos resistimos, que le íbamos a hacer, tendríamos que cruzar el Atlántico rodeados de comodidades y de asientos que se convertían en cama.
La verdad que sería una pasada y aunque el dinero no da la felicidad, lo cierto es que ayuda mucho. Podríamos disfrutar de comidas a la carta, todo tipo de bebidas en cualquier momento, pantallas de juegos y películas de todo tipo y, como ya he comentado, el placer de ir durmiendo como si estuviéramos en una cama, lo que implica un confortable descanso y que el vuelo se te haga muy muy corto, no enterándonos casi de las siete horas que duraría este.
En primera Clase
Sobre la una de la tarde del domingo 23 estábamos aterrizando en Barajas, finalizando así un viaje complicado de superar, aunque siempre se puede intentar, ¿verdad papá?

No hay comentarios :

Publicar un comentario