Es casi
imposible hablar sobre Nueva York sin mencionar algo que no se haya dicho o
escrito ya, o sin caer en los tópicos más frecuentes, pues al fin y al cabo es
la ciudad que más sale en las películas, sobre la que más se escribe y a la que
más fotografías se le hacen. Es por ello que no es esa mi intención en las
líneas que siguen a continuación.
De la ciudad
de los rascacielos se pueden encontrar miles de guías, artículos, blogs y
libros y por tanto no creo que este diario pueda aportar nada nuevo a toda la
información que se recoge en todos aquellos y más teniendo en cuenta que las
vivencias de este viaje están escritas años después, siendo, seguramente,
diferentes la manera de acceder a determinados lugares o la forma de realizar
algunas visitas, los precios y otras muchas cosas.
Por tanto lo
único que pretendo con este diario es contar mi historia, narrar y así recordar
la estupenda semana que pasaría con unos buenos amigos por la gran manzana,
disfrutando de muchos de los lugares memorables que tantas veces habíamos
podido ver en las películas.
Estatua de la Libertad |
Tengo que
decir que Nueva York sería mi primer destino fuera del viejo continente, con el
que comenzaría mis viajes por el mundo, por lo que es un lugar que para mí es
especial.
Dos serían
los motivos por los que elegí este punto del mapa para salir por vez primera de
Europa. Por un lado que, sin comerlo ni beberlo, me encontraría con esa
propuesta de Isabel y Alberto, unos amigos de toda la vida, lanzándonos este
órdago a Carolina, otra amiga, y a mí, lo que, ante semejante proposición
indecente, era muy complicado decir que no.
Por otro
lado, es cierto que durante muchos años sería el destino más deseado y que por
la economía, el tiempo, o simplemente la vida, no me había permitido conocer.
No tengo
claro por qué siempre me obsesioné con ella, o tal vez sí, y es que es ese
sitio que antes de visitarlo ya lo conoces porque lo has visto en infinidad de ocasiones
y que en el fondo es la razón por la que todo el mundo quiere ir al menos una
vez en la vida. Lo has visto, en el cine o la televisión, y sientes que tienes
que visitar esa ciudad que tiene por costumbre regalar estampas casi perfectas,
sea cual sea la situación en la que se vea envuelta. Ya sea por una historia
dramática, una trepidante película de acción o una comedia romántica. Nueva
York es como los buenos actores, eficaz, atractiva y con múltiples registros.
Rascacielos en la Quinta Avenida |
No estoy
seguro si en la secuencia que me enamoró aparecía primero el Empire State o el
Puente de Brooklyn, pero el deseo por conocer ese lugar donde aparecían había
sido desde hacía mucho, muy intenso. Quería recorrer los parques en los que era
normal hacer picnics y pasar las tardes de domingo, cruzar los puentes que
llevaban o salían de Manhattan, quería ver Wall Street y comprobar si las
cantidad de hombres con corbata era tan alta como la de los edificios que les
rodeaban, o sentirme importante por unos segundos paseando por la Quinta
Avenida.
Manhattan desde Puente de Brooklyn |
Con el paso
de los años el deseo por conocer Nueva York no sólo fue creciendo, sino que
casi que llegó a convertirse en una obsesión y ahora por fin iba a poder
cumplir ese sueño y apaciguar ese ansia.
Sería el mes
de mayo del año 2008 cuando, en una de las clásicas quedadas que solemos hacer,
Alberto e Isabel pondrían sobre la mesa su intención: cruzar el charco e irnos
a pasar una semana a la “capital del mundo”. A decir verdad ni Carolina ni yo
nos lo esperábamos y nos pilló completamente de improviso. La verdad que era un
órdago en toda regla y con relativamente poco tiempo para hacer todos los
preparativos que suponía un viaje de esta índole, pero no tardaríamos más de un
minuto en decir que sí.
La fecha
propuesta era a mediados de julio, es decir, en plena temporada alta, por lo
que a sólo dos meses del viaje de nuestra vida era evidente que no íbamos a
encontrar ningún chollo en los vuelos de avión. Cuando nos pusimos a buscar, no
tardaríamos mucho en confirmar que no sólo era así, sino que los que iban
directos rondaban precios desorbitados, nada más y nada menos que unos 1200
euros, lo que hacía inviable esta opción. Así que pasaríamos al plan B que no
era otro que mirar nuevos trayectos incluyendo una escala europea, aunque eso supusiera
más tiempo, pero si con ello ahorrábamos pues no nos importaba.
Después de
barajar entre muchas posibilidades nos
decantaríamos por hacer la escala en el aeropuerto de Ámsterdam, tanto a la ida
como a la vuelta, suponiendo así un ahorro de 400 euros y quedándose el billete
por unos 800 euros, algo bastante más asequible, aunque reconociendo siempre
que es una barbaridad para los precios que se pueden encontrar hoy en día, con
vuelos directos y haciendo las cosas con tiempo. Pero el caso es que no tardaríamos
mucho en apretar el botón del ratón y confirmar que, ahora sí, nos íbamos a
Nueva York.
Bandera Americana |
Tras dos
horas y media de vuelo a Ámsterdam, una hora y cuarto de escala en este
aeropuerto en la que casi acabamos sin aliento y perdiendo el nuevo vuelo, al
estar la puerta de embarque en el otro extremo del aeropuerto, y otras ocho
horas de trayecto hasta el aeropuerto John F. Kennedy, por fin llegábamos a
nuestro destino.
Estábamos
agotados, pero todavía nos quedaría pasar los terribles controles de seguridad
en los que nos tiraríamos una hora hasta que conseguimos ver estampado en
nuestros pasaportes el sello de entrada a los Estados Unidos. Y es que aunque
los puestos de aduanas son una barbaridad, las hordas de personas que llegan
aquí son exageradas.
Efectivamente,
no he mencionado el ESTA (Sistema Electrónico para la autorización de viaje) y
es que por aquel entonces todavía no haría falta este, aunque sólo unos meses
después entraría en vigor. Pero eso que nos quitamos.
La noche era
ya cerrada cuando salimos al exterior del aeropuerto y es que eran ya como las
22:00. Allí no dudaríamos en tomar un taxi para los cuatro para llegar hasta
nuestro alojamiento y es que al ser compartidos los gastos, nos pudimos dar
algún que otro capricho como este.
Y contra
todo pronóstico nuestra base de operaciones durante la semana que íbamos a
estar en Nueva York, donde íbamos a dormir cada noche, no estaría en la isla de
Manhattan, pues nos pareció mucho más interesante e infinitamente más
económico, casi regalado, la opción de quedarnos en Staten Island, uno de los
cinco distritos que conforman la ciudad, junto con el Bronx, Brooklyn, Queens
y, la ya mencionada, Manhattan, foco de todas las visitas turísticas y donde se
aloja el 90 % de turistas que van a conocerla.
El motivo de
esa decisión nos vendría casi caído del cielo y es que una amiga de Alberto
conocía, a su vez, a unas amistades que alquilaban su chalet durante sus
vacaciones de verano, por lo que lo primero que harían sería ofrecerlo a sus
conocidos a un precio más razonable que al resto. El precio por una semana
suponía 380 euros, es decir, 95 euros por persona de alojamiento en Nueva York,
lo que, efectivamente, parece un chiste pero no lo es.
El contra
estaba claro, alojarte justo en frente de Manhattan lo que suponía el tener que
ir y venir todos los días en ferry de un lado a otro, invirtiendo más tiempo en
los desplazamientos, pero creo que con ese precio bien merecía la pena. Y más
teniendo en cuenta que para conseguir un hotel o apartamento decente, de buena
calidad y en una zona aceptable en la misma Manhattan, puede suponerte la
bancarrota o no poder volver a viajar en mucho tiempo para economías medias.
Serían unos
cincuenta minutos los que tardaríamos en llegar, suponiéndonos unos 70 dólares
el trayecto. Eran las 23:00 cuando entrábamos por la puerta del chalet adosado
que se encontraba en una calle, bastante tranquila, de Staten Island llamada
Scribner Avenue. La vivienda era de dos pisos con cuatro habitaciones, salón,
cocina, dos baños y un pequeño jardín exterior. Se notaba que la familia que
vivía allí era limpia y ordenada porque todo estaba impecable.
Nuestra casa en Staten Island |
Preciosisimo me has inspirado muchisimo.De verdad,creo que me voy a ir cuando no haya pandemia.Gracias de verdad
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