DIA 07. POMPEYA y NÁPOLES. Un día de mala suerte

1 de Octubre de 2000.

A veces las cosas no salen como deseas y esperas y hoy sería un día nefasto y podría decir que casi perdido en su conjunto por las diferentes vicisitudes que nos fueron sucediendo en el camino.

Comenzando por el principio, el caso es que la agencia había ofrecido días atrás una de esas famosas excursiones en las que te llevan a conocer algún monumento o zona esencial, pero que no está incluida en el programa y por la que te cobran una fortuna. En este caso nos ofrecían visitar las famosas ruinas de Pompeya y Capri, la idílica isla del mar Tirreno.

Es cierto que dudamos bastante, pues era una paliza en autobús, ya que se hacía todo en el día, suponía un desembolso extra importante y además, como suele ser habitual en estas escapadas, todo se hace deprisa y corriendo sin casi tiempo para respirar. Además de todo ello nos perdíamos, entre otras muchas cosas, las catacumbas o la iglesia de San Pablo Extramuros de Roma, pero aún así y si todo salía bien, no nos importaba el sacrificio.

A las seis de la mañana subíamos al autobús que nos llevaría en algo más de tres horas a la ciudad grecorromana enterrada hace 1700 años bajo las cenizas.

El 24 de agosto del año 79 n.e., hacia el mediodía, una violenta erupción del Vesubio  provocaba que un diluvio de gases venenosos, ríos de lava incandescente y cenizas, rodaran vorazmente hacia la ciudad de Pompeya, enterrándola completamente. Las consecuencias, como todos sabemos ya, fueron que los edificios quedaron destruidos, la población pereció aplastada o asfixiada, y toda la urbe quedó enterrada bajo un manto de piedra pómez.

Durante siglos, Pompeya permaneció dormida bajo ese manto de ceniza, conservando en perfecto estado sus ruinas. Cuando finalmente fue desenterrada en el siglo XVIII, el mundo entero quedó atónito al contemplar una sofisticada ciudad que albergaba unos 20.000 habitantes.

Ruinas de Pompeya

Con nuestras entradas en mano, nos dispusimos a atravesar el torno que te introduce en la ciudad y a seguir el recorrido y las explicaciones de nuestro guía.

Entre los grandes edificios públicos se encontró un foro y un anfiteatro, además de lujosas villas y toda clase de casas que datan del siglo IV a.n.e. En el interior de gran parte de ellas se encontraron multitud de estatuas, mosaicos, muebles de bronce, etc.

Pasear por las calles de Pompeya te proporciona una experiencia única de vivir de primera mano lo que era una ciudad romana, experimentando las sensaciones que te dan irrumpir en una villa en la supuesta hora de la siesta, acceder a burdeles, dependencias municipales o almacenes, asombrándote de lo mucho que aquellas vidas se parecían a las nuestras.

Ruinas de Pompeya

Ruinas de Pompeya

Asombroso es también ver los restos de personas que trataron de refugiarse o huir cuando tuvo lugar la erupción, con cuerpos en postura de pánico, gestos de terror o tapándose la cara.

Cuerpo cubierto por lava del Vesubio.Pompeya

Las primeras excavaciones causaron muchos daños, aunque supusieron un hito en la arqueología moderna. En los siglos XIX y XX se fueron adoptando métodos mucho más rigurosos y se produjeron grandes descubrimientos, pero aún queda mucho por revelar.

Sólo estaríamos en las ruinas tres horas, tiempo más que insuficiente para poder ver una mínima parte de ellas, pues su recinto es inmenso y muchísimo el patrimonio, por lo que al menos se necesita un día entero para poder disfrutarlas, sino más, pero bueno al menos nos llevábamos una ligera idea de lo que fue Pompeya.

¿Verdad que hasta este momento nada hacía presagiar que lo que restaba de día sería ya un desastre? Pues así sería.

Tras decir adiós a la espectacular ciudad, nos pondríamos rumbo hacia el cercano puerto de Nápoles, desde donde partiríamos en un barco hacia la preciosa isla de Capri, uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer.

Aunque el mar estaba picado, nada hacía presagiar lo que estaba por llegar. Nuestro grupo entero esperaba para tomar el siguiente barco, mientras observábamos como la embarcación anterior a la nuestra tenía serios problemas para poder salir del puerto, balanceándose y desplazándose fuertemente, dando la sensación incluso de poder chocar en algún momento contra alguna parte de la escollera de protección. El oleaje cada vez era más fuerte, pero aún así el capitán del citado barco le echó valor y destreza y consiguió vencer la furia del mar y partir hacia Capri.

Sería el último valiente, pues siendo todavía testigos de cómo se alejaba, los responsables del puerto nos empezarían a pedir a todos los pasajeros que nos retirásemos de donde estábamos, comunicándonos que quedaban suspendidos todos los trayectos a la isla, no zarpando ni una sola nave más durante la jornada de hoy. Nuestro guía intervendría y tras una acalorada discusión, agacharía la cabeza y nos comunicaría, poco después, que desgraciadamente la batalla la habíamos perdido y Capri tendría que esperar mejor ocasión para conocerla.

Mientras nuestro grupo, de más de veinte personas, esperaba tomando algo en un bar cercano, nuestro responsable no dejaba de hacer y recibir llamadas, para pasado ese tiempo reunirse con nosotros y comunicarnos que disponíamos sólo de dos horas para dar una vuelta por Nápoles, pues después había que volver a Roma. Lo más gracioso que no hizo mención alguna del precio de la excursión y de si iba haber o no rebaja en la misma, por lo que serían varias personas las que le preguntarían por el tema, respondiendo que lo sentía pero que no se podía devolver nada de lo abonado. Todo el mundo estaba de acuerdo en que por mucho que fuese por causas ajenas a la organización, dado el tiempo tan valioso que habíamos perdido y que la estancia en Nápoles no daba para casi nada, creíamos tener derecho a la devolución de la mitad de lo pagado. El guía se mantenía en sus trece y los ánimos se iban encendiendo y el grupo iba rodeando al guía, el cual lejos de amedrentarse se ponía más chulo y cabezón, si cabe.

Sería en esos mismos momentos cuando un señor de avanzada edad propondría plantarnos sin subir al autobús hasta que no hubiese un compromiso de devolvernos la mitad de nuestro dinero, lo que sería secundado por todos y cada uno de los componentes de la excursión. La actitud soberbia y déspota del guía pronto desaparecía ante este motín en toda regla, volviéndose su cara un poema y teniendo que realizar varias nuevas llamadas, hasta que por fin nos comunicaba que nos devolverían el 40 % de lo desembolsado, lo que aceptaríamos  unánimemente.

Habíamos perdido otros cuarenta minutos en la lucha, por lo que sólo teníamos ya hora y cuarto para ver Nápoles, un tiempo que causa risa, así que tendríamos que conformarnos con llegar hasta la inmensa plaza del Plebiscito, una de las más grandes de Italia con importantes edificios flanqueándola tales como la basílica de San Francisco, el palacio Real o el palacio Salerno. Nos acercaríamos también a la galería Humberto I, muy similar a la de Víctor Manuel II en Milán y de gran elegancia al estar compuesta por techos de cristal y suelos de mármol. Está repleta de tiendas y comercios para todo tipo de presupuestos.

Plaza del Plebiscito. Nápoles

Galería Humberto I. Nápoles

Dado que el tiempo se agotaba decidiríamos terminar nuestra efímera estancia en la ciudad paseando por los alrededores del Castillo Nuevo, con un impresionante arco del triunfo del siglo XV, y denominada así para diferenciarlo del antiguo castillo dell´Ovo. Las vistas del grandioso puerto desde aquí también son preciosas, así que una buena manera de decir adiós al sur de Italia, después de un día algo aciago y amargo, pero que gracias al buen rollo de la gente pronto olvidaríamos.

Castillo Nuevo. Nápoles


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