A veces las cosas no salen
como deseas y esperas y hoy sería un día nefasto y podría decir que casi
perdido en su conjunto por las diferentes vicisitudes que nos fueron sucediendo
en el camino.
Comenzando por el
principio, el caso es que la agencia había ofrecido días atrás una de esas
famosas excursiones en las que te llevan a conocer algún monumento o zona
esencial, pero que no está incluida en el programa y por la que te cobran una
fortuna. En este caso nos ofrecían visitar las famosas ruinas de Pompeya y Capri,
la idílica isla del mar Tirreno.
Es cierto que dudamos
bastante, pues era una paliza en autobús, ya que se hacía todo en el día,
suponía un desembolso extra importante y además, como suele ser habitual en
estas escapadas, todo se hace deprisa y corriendo sin casi tiempo para
respirar. Además de todo ello nos perdíamos, entre otras muchas cosas, las
catacumbas o la iglesia de San Pablo Extramuros de Roma, pero aún así y si todo
salía bien, no nos importaba el sacrificio.
A las seis de la mañana
subíamos al autobús que nos llevaría en algo más de tres horas a la ciudad
grecorromana enterrada hace 1700 años bajo las cenizas.
El 24 de agosto del año 79
n.e., hacia el mediodía, una violenta erupción del Vesubio provocaba que un diluvio de gases venenosos,
ríos de lava incandescente y cenizas, rodaran vorazmente hacia la ciudad de
Pompeya, enterrándola completamente. Las consecuencias, como todos sabemos ya,
fueron que los edificios quedaron destruidos, la población pereció aplastada o
asfixiada, y toda la urbe quedó enterrada bajo un manto de piedra pómez.
Durante siglos, Pompeya
permaneció dormida bajo ese manto de ceniza, conservando en perfecto estado sus
ruinas. Cuando finalmente fue desenterrada en el siglo XVIII, el mundo entero
quedó atónito al contemplar una sofisticada ciudad que albergaba unos 20.000
habitantes.
Ruinas de Pompeya |
Con nuestras entradas en
mano, nos dispusimos a atravesar el torno que te introduce en la ciudad y a
seguir el recorrido y las explicaciones de nuestro guía.
Entre los grandes edificios
públicos se encontró un foro y un anfiteatro, además de lujosas villas y toda
clase de casas que datan del siglo IV a.n.e. En el interior de gran parte de
ellas se encontraron multitud de estatuas, mosaicos, muebles de bronce, etc.
Pasear por las calles de
Pompeya te proporciona una experiencia única de vivir de primera mano lo que
era una ciudad romana, experimentando las sensaciones que te dan irrumpir en
una villa en la supuesta hora de la siesta, acceder a burdeles, dependencias
municipales o almacenes, asombrándote de lo mucho que aquellas vidas se
parecían a las nuestras.
Ruinas de Pompeya |
Ruinas de Pompeya |
Asombroso es también ver
los restos de personas que trataron de refugiarse o huir cuando tuvo lugar la
erupción, con cuerpos en postura de pánico, gestos de terror o tapándose la
cara.
Cuerpo cubierto por lava del Vesubio.Pompeya |
Las primeras excavaciones
causaron muchos daños, aunque supusieron un hito en la arqueología moderna. En
los siglos XIX y XX se fueron adoptando métodos mucho más rigurosos y se
produjeron grandes descubrimientos, pero aún queda mucho por revelar.
Sólo estaríamos en las
ruinas tres horas, tiempo más que insuficiente para poder ver una mínima parte
de ellas, pues su recinto es inmenso y muchísimo el patrimonio, por lo que al
menos se necesita un día entero para poder disfrutarlas, sino más, pero bueno
al menos nos llevábamos una ligera idea de lo que fue Pompeya.
¿Verdad que hasta este
momento nada hacía presagiar que lo que restaba de día sería ya un desastre?
Pues así sería.
Tras decir adiós a la
espectacular ciudad, nos pondríamos rumbo hacia el cercano puerto de Nápoles,
desde donde partiríamos en un barco hacia la preciosa isla de Capri, uno de los
lugares que más ganas teníamos de conocer.
Aunque el mar estaba
picado, nada hacía presagiar lo que estaba por llegar. Nuestro grupo entero
esperaba para tomar el siguiente barco, mientras observábamos como la
embarcación anterior a la nuestra tenía serios problemas para poder salir del
puerto, balanceándose y desplazándose fuertemente, dando la sensación incluso
de poder chocar en algún momento contra alguna parte de la escollera de
protección. El oleaje cada vez era más fuerte, pero aún así el capitán del
citado barco le echó valor y destreza y consiguió vencer la furia del mar y
partir hacia Capri.
Sería el último valiente,
pues siendo todavía testigos de cómo se alejaba, los responsables del puerto nos
empezarían a pedir a todos los pasajeros que nos retirásemos de donde
estábamos, comunicándonos que quedaban suspendidos todos los trayectos a la
isla, no zarpando ni una sola nave más durante la jornada de hoy. Nuestro guía
intervendría y tras una acalorada discusión, agacharía la cabeza y nos
comunicaría, poco después, que desgraciadamente la batalla la habíamos perdido
y Capri tendría que esperar mejor ocasión para conocerla.
Mientras nuestro grupo, de
más de veinte personas, esperaba tomando algo en un bar cercano, nuestro
responsable no dejaba de hacer y recibir llamadas, para pasado ese tiempo
reunirse con nosotros y comunicarnos que disponíamos sólo de dos horas para dar
una vuelta por Nápoles, pues después había que volver a Roma. Lo más gracioso
que no hizo mención alguna del precio de la excursión y de si iba haber o no
rebaja en la misma, por lo que serían varias personas las que le preguntarían
por el tema, respondiendo que lo sentía pero que no se podía devolver nada de
lo abonado. Todo el mundo estaba de acuerdo en que por mucho que fuese por
causas ajenas a la organización, dado el tiempo tan valioso que habíamos
perdido y que la estancia en Nápoles no daba para casi nada, creíamos tener
derecho a la devolución de la mitad de lo pagado. El guía se mantenía en sus
trece y los ánimos se iban encendiendo y el grupo iba rodeando al guía, el cual
lejos de amedrentarse se ponía más chulo y cabezón, si cabe.
Sería en esos mismos
momentos cuando un señor de avanzada edad propondría plantarnos sin subir al
autobús hasta que no hubiese un compromiso de devolvernos la mitad de nuestro
dinero, lo que sería secundado por todos y cada uno de los componentes de la
excursión. La actitud soberbia y déspota del guía pronto desaparecía ante este
motín en toda regla, volviéndose su cara un poema y teniendo que realizar
varias nuevas llamadas, hasta que por fin nos comunicaba que nos devolverían el
40 % de lo desembolsado, lo que aceptaríamos
unánimemente.
Habíamos perdido otros
cuarenta minutos en la lucha, por lo que sólo teníamos ya hora y cuarto para
ver Nápoles, un tiempo que causa risa, así que tendríamos que conformarnos con llegar
hasta la inmensa plaza del Plebiscito, una de las más grandes de Italia con
importantes edificios flanqueándola tales como la basílica de San Francisco, el
palacio Real o el palacio Salerno. Nos acercaríamos también a la galería
Humberto I, muy similar a la de Víctor Manuel II en Milán y de gran elegancia
al estar compuesta por techos de cristal y suelos de mármol. Está repleta de
tiendas y comercios para todo tipo de presupuestos.
Dado que el tiempo se
agotaba decidiríamos terminar nuestra efímera estancia en la ciudad paseando
por los alrededores del Castillo Nuevo, con un impresionante arco del triunfo
del siglo XV, y denominada así para diferenciarlo del antiguo castillo
dell´Ovo. Las vistas del grandioso puerto desde aquí también son preciosas, así
que una buena manera de decir adiós al sur de Italia, después de un día algo
aciago y amargo, pero que gracias al buen rollo de la gente pronto
olvidaríamos.Plaza del Plebiscito. Nápoles |
Galería Humberto I. Nápoles |
Castillo Nuevo. Nápoles |
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