DIA 04. URUGUAY. Punta del Diablo y Cabo Polonio

29 de Agosto de 2016.

La línea de costa que hay entre Punta del Este y la frontera con Brasil son un paraíso de parajes y playas vírgenes, consideradas muchas de ellas como las mejores de América del Sur. En todos ellos las notas características son la paz que se respira, su soledad más absoluta fuera de la temporada alta y el ser paisajes únicos y salvajes donde el hombre todavía apenas ha empezado a explotarlos o incluso ni siquiera los ha tocado.

Cabo Polonio

Es por todo lo anterior que una de las visitas ineludibles para nosotros en Uruguay era el poder admirar algunos de esos lugares de los que cada vez más, se oye hablar en documentales y revistas de viajes. Nuestra elección serían dos de los que cada vez suenan con más fuerza: Punta del Diablo y Cabo Polonio. Hacia ellos encaminaríamos nuestros pasos y nuestro vehículo durante la jornada de hoy.

Si queríamos ir con calma para visitar ambos lugares no nos quedaba otra que pegarnos un buen madrugón, por lo que a las 06.30 sonaba el despertador. Evidentemente perderíamos el desayuno ya que a esas horas tan sólo estaba despierta la persona encargada de recepción.

Tampoco teníamos hambre así que ya pararíamos a mitad de camino en alguna estación de servicio.

A las 07.00 estábamos ya en el coche, listos para partir hacia Punta del Diablo. Pero en el camino hasta llegar allí, todavía nos quedaban algunas sorpresas por conocer. La primera de ellas serían las lujosas casas que te van acompañando continuamente nada más salir del centro urbano de Punta del Este, algunas de ellas de hasta 15 millones de dólares,  vamos algo exagerado. Y es que no hay que olvidar que aquí tienen segundas residencias muchas de las grandes estrellas del cine y de la canción de América, tales como Shakira, Julio Iglesias o Naomi Campbell.

Pasadas las grandes mansiones y hoteles de lujo, pasaríamos por los famosos puentes gemelos diseñados por el ingeniero Leonel Viera, y que se caracterizan por su ondulación y parecer una montaña rusa al pasar sobre ellos. Es divertido pero nada práctico.

Pero, sin duda, que lo más destacable de las afueras de Punta del Este son sus extraordinarios paisajes naturales y sus kilómetros de playas vírgenes, más allá de la fiesta, el glamur y los hoteles caros.

El camino no tiene pérdida y no hay más que seguir la ruta nueve, una carretera bien asfaltada y de doble sentido donde en esta época del año apenas hay tráfico y se circula cómodamente. De todas maneras, desde mi punto de vista, la manera de conducir de los uruguayos, por lo general, no es agresiva y son bastante respetuosos con las señales, por lo que no me sentí inseguro en ningún momento.

La distancia entre Punta del Este y Punta del Diablo son 180 kilómetros que se tardan en recorrer unas dos horas y cuarto sin tráfico. Justo cuando andábamos a mitad de camino, decidiríamos parar en una gasolinera de carretera a desayunar unos ricos alfajores y unos batidos de chocolate.

Tras esta parada para coger fuerzas, completaríamos el recorrido, llegando a nuestro primer destino a las 10.00.

Punta del Diablo es un antiguo pueblo de pescadores que se caracteriza por ser la antítesis de Punta del Este, al estar formado por pequeñas viviendas sin grandes lujos y donde lo más alto que se puede divisar son sus inmensas dunas de arena. Hasta la llegada de la estación estival, donde su población se multiplica por más de tres, la aldea no la componen más de 400 almas, por lo que la tranquilidad aquí es absoluta.

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Se me olvidaba mencionar que el nombre de Punta del Diablo viene a razón de que por estos lares el mar es bastante traicionero y se cuentan por cientos las embarcaciones que han naufragado muy cerca de estas costas.

Aparcaríamos el coche en un pequeño rincón y comenzaríamos dando un paseo  por su única avenida principal sin pavimentar y compuesta de arena. A nuestro encuentro saldrían algunos perros inofensivos que al no hacerles casos volvían por donde habían venido. También nos cruzaríamos con algún que otro aldeano que nos saludaría amablemente.

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Tras este primer contacto, no tardaríamos mucho en bajar a su inmensa playa, cuyo fin no se llegaba a divisar en la lejanía, y nos dedicaríamos a pasear por ella. Nuevamente no encontraríamos a nadie en nuestro caminar, tan sólo pequeñas embarcaciones pesqueras y puestos de salvamento de madera, ahora con una función meramente decorativa.

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Anduvimos casi una hora hasta que decidiríamos parar en uno de los muchos farallones rocosos que hacen de frontera entre unas playas y otras y aquí nos sentaríamos un rato para contemplar en la lejanía las casitas, casi inapreciables, de este rincón perdido de la costa uruguaya.

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Al regresar todavía tendríamos tiempo de acercarnos hasta el extremo contrario y más oriental de la playa, justo detrás del paseo de los Artesanos, donde podríamos encontrarnos con el monumento  a Artigas, uno de los principales responsables de la independencia uruguaya  y al que se rinde homenaje, constantemente, en muchos puntos del país.

Punta del Diablo

Monumento a Artigas.Punta del Diablo

Pero más allá del monumento a este en cuestión y la leyenda que se puede leer, lo que de verdad merece la pena aquí son las vistas del océano y el paisaje que te rodea, pues al ser un saliente rocoso se goza de unas vistas privilegiadas de la costa y del mar.

Punta del Diablo

Punta del Diablo

Y sería en este lugar tan especial donde me ocurriría la primera  y única gran desgracia del viaje. Pronto empezábamos con las sorpresas. Resulta que de buenas a primeras y cuando fui a tirar una más de las tantas fotos que ya llevaba hechas, la cámara empezó a desenfocar, daba igual el modo, ya fuera manual, automático o cualquier otra posibilidad que ofreciera el aparato, que el desenfoque era constante, lo que suponía que a partir de este momento no podía hacer fotografías con la cámara. No me lo podía creer, una cámara de tan sólo año y medio y me pasaba esto con ella. Mi cara sería un poema y me vine abajo, porque para mí las tomas que hacen lo móviles no tienen nada que ver con las de las cámaras.

Afortunadamente, iba con Raúl, que en estas situaciones es más práctico y más sensato que yo y me animaría haciéndome ver que sólo tendría que pasar media tarde haciendo fotos con el celular pues mañana llegábamos a Montevideo y allí podría comprar una nueva cámara y a la llegada a Madrid siempre podría llevar la estropeada a reparar al servicio técnico, al estar en garantía. Así que es cierto que salvo por el desembolso económico no era tan grave la cosa al final.

Así que después del disgusto inicial me volví a animar y nos dirigimos al vehículo para seguir con nuestra ruta.

De Punta del Diablo al centro de recepción de visitantes de Cabo Polonio, sólo nos separaban unos cincuenta kilómetros, por lo que no tardaríamos más de una hora en llegar.

Más allá de este punto sólo hay dos formas de acceder al afamado poblado. O bien caminando, o bien tomando uno de los enormes todoterrenos que a través de un camino lleno de baches, piedras y arena te dejan en, aproximadamente, treinta minutos en el centro del pueblo.

Todoterrenos en el Centro de Recepción de Cabo Polonio

Es evidente que optaríamos por la segunda opción, comprando allí mismo los billetes correspondientes. Nos costarían 200 pesos cada uno, ida y vuelta.  En esta época del año el último vehículo hasta Cabo Polonio sale a las 17.30 y a las 18.00 desde allí al centro de recepción de visitantes.

Decir que también existe un parking para dejar los vehículos y que la primera hora es gratuita, pagando a partir de la segunda hora y por el resto de la jornada completa 190 pesos. Por lo que no es caro.

Hacía bastante frío, bastante más que por la mañana y eso que eran las 13.30. En el interior del todoterreno íbamos sólo cinco personas, incluidos Raúl y yo, y los laterales y el techo iban totalmente cubiertos de plásticos fuertes y bien amarrados y aún así el aire se metía entre las rendijas y te dejaba tieso. Vamos, igualito que las fotos que había visto de todo esto en primavera y verano.

Cabo Polonio me recordó muchísimo, salvo pequeños detalles, al Parque Nacional de Doñana en la provincia de Huelva, desde las dunas de arena, el largo recorrido por la playa y el entorno aislado en el que ambos se encuentran.

Cabo Polonio

Es un lugar que bien podría identificarse con aquellos a los que consideran como el fin del mundo, un rincón solitario, perdido en la nada, donde la única compañía son las olas, el viento, el mar y algún que otro lobo marino.

Cabo Polonio

Cuando bajamos de los inmensos vehículos, el panorama era desolador, los pequeños halos de luz que había en el centro de interpretación habían desaparecido y enormes nubarrones negros amenazaban con descargar un fuerte tromba de agua, todo estaba lleno de charcos, que más parecían lagos, consecuencia de la fuerte tormenta que caería ayer y no se veía ni gente ni un solo local o sitio abierto.

Cabo Polonio

Cabo Polonio

Así que lo primero que haríamos sería dirigirnos hasta el que iba a ser nuestro alojamiento en la noche de hoy, el Lobo Hostel Bar, que ya teníamos localizado al haberlo visto al pasar con el todoterreno. El sitio no era nada del otro mundo, incluso tirando a cutre, pero hay que tener en cuenta que es lo que domina por aquí. Además la mayoría de alojamientos no cuenta con luz eléctrica, ni agua corriente, ni televisión, ni teléfono. Y es que la experiencia aquí se trata, efectivamente, de vivir todo esto, de sentir la naturaleza al máximo sin las comodidades de siempre.

Lobo Hostel Bar.Cabo Polonio

Tras conocer a los responsables hippies del hostal y enseñarnos nuestra habitación, ubicada en la bohardilla y compuesta por dos viejos colchones que casi no permitían abrir el tablón de madera que hacía de puerta, saldríamos a conocer el lugar.

Al igual que sucedía con Punta del Diablo, Cabo Polonio también tiene sus inicios en una humilde comunidad de pescadores, para con el paso del tiempo, empezar a incorporarse a ella pintores, cantantes y artesanos que huían de la vida más ajetreada de otras zonas del país y de fuera del mismo.

Paseando por sus calles embarradas pudimos ir viendo, esparcidas sin un orden lógico, las sencillas casitas de madera y chapa, pintadas de vivos y alegres colores y originales graffitis en muchas de sus fachadas. Uno de los que más nos llamarían la atención sería el del ex presidente José Múgica, un auténtico ídolo para un porcentaje alto de la sociedad uruguaya.

Cabo Polonio

Cabo Polonio

Cabo Polonio

Cabo Polonio

Estábamos muertos de hambre y tras preguntar a varias personas en la aldea, no conseguimos que nadie nos pudiera aconsejar un sitio que estuviera abierto para comer. A punto de tirar la toalla y casi mentalizados de que hoy no nos echaríamos nada a la boca, de repente, un chico nos empezaría a llamar y a hacer gestos con las manos para que nos acercáramos a su pequeño kiosco.

Una vez allí y tras decirnos que se llamaba Gonzalo, nos ofrecería prepararnos un arroz, a lo que no dudaríamos en decirle que sí. A partir de este momento no pararíamos ya de conversar. Hablamos sobre nuestras vidas y mil temas más y es que si hay algo que les gusta a los uruguayos es charlar y debatir. El arroz estaba de muerte. Es increíble como con tres sencillos ingredientes pudo darle un sabor tan espectacular. Después y con un té final como acompañante, daríamos las gracias a Gonzalo por su amabilidad, pagaríamos los 800 pesos que nos cobró por todo y nos dirigimos hacia el faro.

 Y tampoco nos decepcionaría ya que es probablemente el lugar más especial de Cabo Polonio, pues te hace despertar los cinco sentidos. Toda la base del mismo es un inmenso mar de rocas de diferentes tamaños y formas que te permiten ir rodeando con cuidado la construcción, mientras las olas se precipitan con fuerza sobre la agreste costa, el olor a sal se te cuela hasta las entrañas y la sensación de inmensidad, de encontrarte en un sitio único y sin igual te invade a cada segundo que pasa. Es sorprendente como la belleza de algunos rincones como este a veces consiguen tener tal fuerza que logran que te evadas del frío y de cualquier inclemencia meteorológica que te rodee en esos momentos, como así nos sucedería.

Faro.Cabo Polonio

Faro.Cabo Polonio

Cabo Polonio desde el Faro

Vistas desde el Faro.Cabo Polonio

Pero hay que decir que, una vez más, la suerte no nos acompañaría del todo, porque aunque es cierto que nos considerábamos afortunados de estar en un paraje tan especial, nuestra búsqueda de los famosos leones marinos que aquí habitan, sería infructuosa, salvo tres o cuatro que veríamos casi al borde de las rocas y que parecía que en cualquier momento se iban a esfumar también. Nos habían comentado que en algunos momentos, aunque suele ser raro, la comunidad de estos preciosos animales desaparece, sobre todo en invierno, y mira por donde que nos íbamos a llevar nosotros el premio gordo.

Sólo nos quedaba ya subir al faro para admirar desde lo más alto toda la línea de la costa, las casitas desperdigadas por el terreno en la lejanía, varias pequeñas islitas y la grandeza del océano, pero tampoco tendríamos fortuna porque estaba cerrado a cal y canto.

Así que emprenderíamos el camino de vuelta, costándonos avanzar en más de un momento ante la fuerza con la que soplaba el viento.

Cabo Polonio

Cabo Polonio

De nuevo en el espacio que hace las veces de plaza principal del poblado, nos pondríamos a hablar para tomar una difícil decisión.

Estaba empezando a chispear, no íbamos a poder ver la puesta de sol, en el hostel también hacía un frío que pelaba y no íbamos a poder salir de él hasta la mañana siguiente ante las inclemencias del tiempo y era muy probable que no pudiéramos pegar ojo de cómo soplaba el viento y estar en una buhardilla.

Así que con muchísima pena tomaríamos la decisión de coger el último todoterreno de las 18.00 y volver a Punta del Este a dormir, aunque ello me supusiera tener que hacer todo el camino de noche.

Cabo Polonio

Así le comunicaríamos todo ello a nuestros amables anfitriones que decidieron cobrarnos sólo 500 pesos en vez del total, por lo que les daríamos las gracias mil veces por su comprensión y amabilidad.

Tardaríamos dos horas y media en llegar a Punta del Este, ya que iría más despacio que a la ida, aun así estábamos entrando por la puerta del hotel Bonne Etoile a las 21.00, donde les explicaríamos lo sucedido y nos dijeron que no nos preocupáramos que teníamos todo el hotel para nosotros solos, por lo que no hubo problema en que nos dieran una habitación sobre la marcha.

Ya asentados, no dudaríamos en encaminarnos a la avenida Gorlero y ya en esta al Burguer King, pues después del pinchazo de ayer por la noche y la comida ligera de hoy, estábamos que devorábamos y nos apetecía mucho comida basura. (1200 pesos)


Ya con la tripa llena, aprovecharíamos para dejar el depósito del coche con la cantidad con la que nos lo entregaron, pasaríamos por la estación de autobuses para comprar lo billetes de mañana hacia Montevideo y nos iríamos rápido a descansar, pues estábamos fundidos.

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