LISBOA - DIA 4. Por los populares barrios de Alfama, Gracia, Castelo y Baixa

30 de Marzo de 2013.

Comenzaba la jornada  con la antítesis del día de ayer, es decir con un  cielo azul y radiante que me acompañaría durante gran parte de mis paseos y visitas y que me haría empezar mi jornada turística con bastante más fuerza y ánimo, para que luego digan que el tiempo no influye.

De esta manera me encaminaría como en los días anteriores hacia el metro, para dirigirme en esta ocasión hacia la estación  de Martín Moniz, donde saldría a la plaza del mismo nombre, desde la que parte la calle Rua da Palma, por la que comenzaría a pasear hasta que unos breves minutos después torcería a la izquierda y comenzaría una subida hasta el lugar con el que abriría el día de hoy, ni más ni menos que unos de los miradores más bonitos y con unas preciosas vistas de todo el centro de Lisboa. El llamado mirador da Senhora do Monte, el más elevado de la ciudad.


Mirador de Senhora do Monte


Aquí me detendría un rato para disfrutar de las vistas que se me ofrecían, antes de comenzar la bajada hasta otro cercano mirador, el de Gracia, donde está la iglesia del mismo nombre, rodeada de frondosos pinos. A sus pies se extendía, de nuevo, la capital portuguesa con una perspectiva parecida a la que había tenido desde el primer mirador, aunque con mejor primer plano del Castillo de San Jorge.


Mirador de Graça

Otros instantes aquí recreándome serían suficientes para volver a bajar otro tramo de las cuestas del barrio de Alfama, donde me encontraba, y así llegar en poco tiempo hasta el monasterio de San Vicente da Fora (5 euros), construido en honor a San Vicente, patrón de la ciudad. Este no está incluido en la Lisboa Card.


Monasterio de San Vicente de Fora

Nada me hacía pensar que la sobria fachada blanca, aunque de grandes dimensiones, y su estilo austero, típico por otro lado de la arquitectura portuguesa del S.XVI, me iba a hacer encontrarme auténticas joyas en su interior. 

Así después de detenerme nada más entrar ante una verja que daba acceso a la lúgubre cisterna, donde se almacenaba el agua y decorada con arcos de medio punto, pude acceder, ya sin más preámbulos a los platos fuertes del conjunto monástico. Me encontré con que prácticamente todas las paredes y los dos claustros del convento, están cubiertos con azulejos del S. XVIII, con escenas históricas o campestres. Además el segundo piso y las escaleras que lleva a este, tienen la misma decoración y te encuentras con una exposición de más de treinta paneles de azulejos con un montón de fábulas representadas en ellos.


Monasterio de San Vicente de Fora

Monasterio de San Vicente de Fora

Después de ver una gran parte de estas, continué mis pasos hacia las escaleras que te llevan hasta lo más alto de una de las torres, con unas nuevas vistas del río Tajo y la ciudad, especialmente del barrio de Alfama.


Monasterio de San Vicente de Fora

Lisboa desde el Monasterio de San Vicente de Fora

Claustros.Monasterio de San Vicente de Fora

Deshice otra vez mi camino y de nuevo en la planta baja me encontré, ni más ni menos, que con el panteón de la dinastía de los Braganza. Aquí pude ver los sarcófagos de casi todos los reyes portugueses de esta línea sucesoria, desde Juan IV hasta el último rey de Portugal, Manuel II. Lo más bonito, sin duda, para mí fue la estatua de una mujer rezando junto a las tumbas de Carlos I y de su hijo, que fueron asesinados en la plaza de Comercio. Un lugar sobrio pero imponente a la vez.


Panteón de los Braganza.San Vicente de Fora

Cuando salí, mira por dónde, que coincidió que estaban montados los puestos del llamado mercado de los ladrones, que ocupan desde hace un siglo el mismo lugar todos los martes y sábados. Vamos que es el rastro lisboeta de mayor solera, donde no cabía ni un alfiler, por lo que tampoco me entretendría mucho, vi algunos puestos con azulejos, hierro forjado y grabados y me perdí, de nuevo, por las decadentes y nostálgicas calles del barrio de Alfama, hasta salir a la Rúa do Chao da Feira y encontrarme así con la imponente muralla y la puerta de San Jorge, que da acceso al recinto del famoso castillo.


Barrio de Alfama

Pagué los 7,50 euros de la entrada (20% de descuento con la Lisboa Card) y me introduje en el primer gran espacio defensivo, donde hay una enorme plaza con algunas ruinas romanas y un enorme mirador sobre las propias murallas que ofrece unas vistas de los más espectaculares sobre Lisboa y el Tajo.


Lisboa desde Castillo de San Jorge
   
Continué bordeando el recinto defensivo acompañado en todo momento de las tremendas vistas de la ciudad y tras un agradable paseo llegaría hasta la entrada de la fortaleza, por la que ahora sí, definitivamente tomaría su interior. Dentro está prácticamente diáfano, por lo que la visita consiste básicamente en subir a las almenas e ir rodeando el perímetro del castillo, admirando más vistas y sus hasta once torres defensivas.


Castillo de San Jorge

Castillo de San Jorge

Decir del castillo que sería construido en el S.XV por los visigodos y agrandado después por los árabes, siendo modificado después por el rey Alfonso Enríquez. En 1755 el terremoto lo destruiría, hasta que en 1938, Salazar comenzaría, de nuevo, su reconstrucción y restauración.

Algo que me resultaría interesante sería la visita a la cámara oscura, en la que te muestran a través de un periscopio los detalles de los rincones  de Lisboa, como si estuvieras en un submarino, aderezado además con algunas anécdotas y momentos históricos de esta, durante unos 25 minutos. Te explican también el funcionamiento de este curioso invento. Las visitas se realizan cada media hora en portugués, inglés y español.

Cuando salí de esta visita, abandoné el conjunto amurallado principal, y sin salir todavía de la muralla exterior, me perdí por las callejuelas del pequeño barrio de Santa Cruz, admirando las fachadas desnudas, la ropa tendida en las ventanas y el sabor tradicional del modo de vida de antaño. De esta manera me despediría de estos rincones, cruzando otra vez la puerta de San Jorge, por la que había entrado hacía ya más de tres horas.

Seguí vagando por Alfama, por sus calles envolventes e intrincadas, subí y bajé por las calzadas empinadas, me perdí por sus callejones de pasado árabe y sin quererlo llegué hasta el mirador de Santa Lucía, donde me detuve otro instante, antes de comenzar a bajar siguiendo el curso de las vías de los tranvías, ya habría tiempo mañana de tomar alguno, y así llegar hasta la Sé o Catedral, donde entré para contemplar su sobriedad. Aquí renunciaría a visitar el claustro y el tesoro, ya que había que volver a pagar cinco euros para ello y me parecía excesivo.


Tranvía 28 por el Barrio de Alfama

Catedral de Santa María la Mayor o Sé

Nada más salir, retomé mi andadura, y en apenas unos minutos me planté delante de la casa de los Bicos, una curiosidad arquitectónica surgida de la excentricidad de un comerciante rico y preocupado por dejar su marca a orillas del Tajo. La fachada está tallada con piedras en forma de diamante (bicos) de inspiración italiana.


Casa dos Bicos

Desde aquí y en tan sólo unos metros llegaría a una de las plazas más importantes de Lisboa, la del comercio o llamada comúnmente como Terreiro do Paço (Plaza del Palacio). Este enorme espacio abierto albergó el Palacio Real durante 400 años, cuando Manuel I trasladó aquí la residencia, desde el castillo de San Jorge, al considerar que era más conveniente estar cerca del río. Todo quedó destruido en el terremoto de 1755, por lo que a partir de ese momento, la plaza se convirtió en el punto de inicio para reconstruir la ciudad por el Marqués de Pombal.


Plaza del Comercio

Después de pasear un rato por ella y no poder admirar ni el Arco del Triunfo de uno de sus extremos, ni la estatua del rey José I, que se encuentra en el centro, por estar restaurándose ambos y estar completamente tapados, decidí descansar sentándome en las escaleras del embarcadero situado en la parte que se abre al Tajo. Desde aquí me pude hacer una idea de cómo serían las pomposas ceremonias cuando tras una larga travesía, los navegantes portugueses y de otros países, la realeza y los embajadores, ponían pie en tierra y subían los amplios escalones de mármol que dan acceso a la plaza.


Muelle de las Columnas.Plaza del Comercio

Mientras me perdía en mis pensamientos y en todos esos suntuosos actos, a la vez que escuchaba el rumor de las pequeñas olas que traía el inmenso río, la tarde iba avanzando, por lo que aunque me hubiera tirado allí mucho más tiempo, todavía quería hacer varias cosas más mientras durase la luz, por lo que me puse en pie y me dirigí hacia el Arco del Triunfo y por un lateral accedí hasta las animadas calles y plazas de la Baixa.

Antes de perderme por ellas, haría una parada en una pequeña tienda de conservas llamada Conserveira de Lisboa, especializada en conservas de pescado aderezado con todos los sabores: pimienta, limón, tomate, etc. Aquí compraría unas cuantas latas para la familia y poco después me encontraba subiendo por la Rúa Augusta, la calle más elegante y turística de la Baixa y llena de cafés, tiendas, pastelerías y un auténtico hervidero humano.


Conserveira de Lisboa

Rua Augusta

De repente, mi mirada se dirigió hacia la izquierda y allí estaba, tan sólo a dos calles más allá, el famoso elevador de Santa  Justa, un ascensor neogótico que fue construido a principios del S.XX, por un aprendiz de Eiffel. Me dirigí hacia él, esperé la fila que había y subí en una de sus dos cabinas de madera hasta la pasarela que conecta la torre con el Largo do Carmo. Antes de salir a esta placita y ya en el piso superior del elevador, todavía me quedaría continuar por una escalera de caracol, que me conduciría a una terraza con unas soberbias vistas del trazado de la Baixa, la iglesia do Carmo, el Rossio y el Castillo de San Jorge, igual de espectaculares que todas las llevaba vistas durante el día de hoy, y es que esta ciudad se mire desde donde se mire es igual de bella. ¡Ojo! El título de transporte también te vale aquí. No es necesario pagar los cinco euros que cuesta.


Elevador de Santa Justa

Lisboa desde Mirador del Elevador de Santa Justa

Lisboa desde Mirador del Elevador de Santa Justa

Después de recrearme otro rato aquí, ahora sí que atravesaría la pasarela que mencionaba antes y nada más salir a la pequeña plaza, me metí en el interior de la Iglesia do Carmo, donde hay un pequeño museo arqueológico. (3,50 euros). Pero lo que suscita más interés y un cierto misterio, es el hecho de no tener techo y quedar al aire libre los nervios que cruzan la nave central. En las escalinatas interiores de estas fantasmales ruinas, sería el lugar elegido para sentarme y desde ellas contemplar como acababa de ponerse el sol, por lo que me relajé como otros cuantos turistas más que optaron por hacer lo mismo.


Iglesia Convento do Carmo

A la salida, decidí poner fin a la jornada turística y encaminarme hacia el corazón del barrio de Chiado, conocido por su ambiente intelectual, y el cual visitaría mañana, y una vez en este y localizando en la Rua Garret el famoso Café A Brasileira, punto de encuentro favorito de la gente de letras de la época como Fernando Pessoa, meterme en su interior a merendar hasta que llegara la hora de la cena.


Café A Brasileira

Aunque estaba a rebosar, tuve la suerte de que una simpática pareja inglesa de avanzada edad, me harían un hueco en su mesa, por lo que me ahorré una larga espera o incluso el tenerme que haber ido de allí sin poder conseguir sitio. Mientras me atendían me recreé mirando en el interior los techos pintados, las lámparas de araña y los artesonados que engalanan este café, una auténtica institución de este popular barrio. Por fin, llegaría mi turno y pude pedir al camarero un té con una deliciosa tarta de manzana. Yo creo que en mi vida he probado cosa más rica. Estaba de muerte y me hubiera tomado otras cinco porciones más, pero me contuve y traté de que me durara la hora y media que estuve en el interior del local. En este tiempo aprovecharía para relajarme, observar el trasiego de la gente y poner un poco al día algunas notas para este diario. Así que entre una cosa y otra pronto llegaron las 20.15, hora en la que me dirigiría, después de pagar (4,50 euros), hacia el restaurante donde cenaría en el barrio alto, muy cerca de donde me encontraba.

No quería volver a irme de Portugal, y menos de Lisboa, sin darme el capricho de asistir a una Casa do Fado a escuchar esta popular forma de cantar y que tanto se identifica con este país. Vamos que es una de las máximas expresiones de su arte. Además quería hacerlo cenando como Dios manda y disfrutando al máximo de esos momentos, por lo que buscando, buscando, al final me decanté por el restaurante y Casa do Fado: O Faia, en la Rua do Barroca, 54-56. Además hoy no me había gastado un duro en comidas, ya que al haber desayunado como una bestia, no había comido y sólo había  merendado el trozo de tarta, hacía unas horas, por lo que bien que me merecía este lujo, ya que realmente es caro, pero bueno, un día es un día, ya que casi nunca frecuento este tipo de restaurantes.

Comencé con una crema de verduras y patatas, con finas tiras de espinacas y  después, algo típico, como bacalao con arroz, aderezado con tomate seco y queso fundido. Estaba todo buenísimo.


Cenando en Casa de Fados O Faia

Al poco tiempo de servirme el primer plato, de repente la luz se apagó y únicamente quedaron encendidas las tenues luces de las velas, dando lugar a un ambiente acogedor y romántico, ideal para escuchar esta música tan sentida. Se oyeron los pasos de los músicos, uno con guitarra portuguesa y otro con viola, que se situaron en el centro de la sala. Poco después se acercaría, al lado de ellos, la primera intérprete. El silencio era sepulcral, hasta que comenzó a cantar. En este tipo de canciones se expresan los malos momentos de la vida, las pequeñas historias del día a día de los barrios marginales, la amargura, la frustración, por lo que cierto sentimiento de melancolía y tristeza te acompaña mientras lo vas escuchando.

Después de tres canciones consecutivas, las luces volvieron a encenderse y continué cenando hasta la siguiente actuación, así sucesivamente en intervalos de unos veinte minutos para dedicarlos a la cena. Las siguiente actuaciones fueron de nuevos intérpretes hasta cuatro de ellos, tanto hombres como mujeres, por lo que pude apreciar distintas formas de interpretar y versionar este tipo de música. Algunos momentos algo más alegres, otros más tristes, pero siempre acompañado todo de ese fatalismo innato por el que se caracteriza este arte y esa tristeza constante saliente de cada nota.

A mí me gustó mucho, pero reconozco que es el tipo de música que o te encanta o aborreces, como de hecho les pasó a unos rusos que tenía al lado, que no paraban de bostezar y de hacer bromas cuando dejaban de cantar y al final acabaron marchándose casi con el postre en la boca. La verdad que me hicieron gracia, porque nadie tiene la culpa de que te guste más o menos una cosa, siempre que tengas respeto y ellos lo tuvieron.

Yo estaría allí hasta las doce y me hubiera quedado más si no hubiera sido porque el metro lo cerraban a la una y no quería quedarme en el andén tirado, así que pedí la dolorosa cuenta y la bofetada fue de 65 euros, pero mereció la pena. Por lo que tengo entendido suele ser ese precio  más o menos, en cualquier Casa do Fado de prestigio con cena y todo el espectáculo incluido, aunque luego también tienes la posibilidad, como vi a muchas parejas, que sólo venían a tomar una copa después, llegando sobre las 22.30, por lo que de esta manera te puedes ahorrar bastante dinero y llevarte, igualmente, un muy buen recuerdo si te acaba gustando.

Llegaría al hotel a la una de la madrugada, pero realmente eran las dos, ya que mira por donde, hoy era cuando se adelantaba una hora por el horario de verano, y me había tocado, por lo que mañana habría que ser algo más benévolos con la hora de levantarse, sino quería parecer un muerto viviente.

Dado que mañana no iba a entrar en ningún sitio debido a que era el día de Pascua e iba a encontrarse todo cerrado, haré aquí un pequeño análisis referente a los cálculos de la Lisboa Card y si al final me hubiera merecido o no la pena el comprarla, antes de pasar al último capítulo.

Como ya dije, la Lisboa Card para tres días me hubiera salido por 39 euros.

Mis gastos de transportes y monumentos relacionados con esta tarjeta fueron los siguientes:
  • Transporte en Lisboa: 18 euros con el pase diario (6 euros por día)
  • Tren de ida y vuelta a Sintra: 4,80 euros
  • Monumentos en Sintra: 9 euros del Palacio Nacional y 5 euros de descuento por el Palacio da Pena y Castillo de los Moros, si hubiera tenido la tarjeta.
  • Monumento a los Descubridores: 1 euro de descuento.
  • Castillo de San Jorge: 2,25 euros de descuento.
  • Iglesia do Carmo: 0,60 euros de descuento.
El total ascendió a 40,65 euros, por lo que la cosa me salió 1,65 euros más cara. Por lo que está claro que si se va a Sintra y también a Cascáis y vas a entrar a los sitios te renta seguro, porque además hay que tener en cuenta que yo entré gratis a los Jerónimos y a la Torre de Belém. Si no se sale de Lisboa, creo que dependerá mucho de lo que se quiera visitar y en que vayan a consistir los planes de cada uno. Creo que es necesario hacer cuentas y verlo, porque al final puede no salir tan rentable.

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