DIA 06. ROMA. Del Coliseo a la plaza del Popolo

30 de Septiembre de 2000.

Un río de personas esperábamos impacientes para poder abrir el día entrando en el imponente Coliseo, uno de los iconos de Roma, situado en el corazón de la ciudad. Pasaban sólo veinte minutos de las ocho y la fila era ya considerable, teniendo que esperar al final un poco más de una hora para conseguir acceder al interior. Es cierto que con la agencia hubiéramos podido realizar una visita guiada pero suponía pagar mucho más y estar sujeto a sus reglas y tiempos, por lo que optamos por hacerlo todo por nuestra cuenta.

Mandado construir por el emperador Vespasiano e inaugurado en el 80 d.C. el Coliseo es cautivador por su tamaño y grandeza. Si bien gran parte de la fachada original se ha destruido, sus restos avivan la imaginación e invocan visiones de gloria. El anfiteatro estuvo activo durante cuatro siglos y fue sede de importantes eventos: competiciones de gladiadores, caza de animales  e incluso ejecuciones públicas.

Coliseo Romano

Una vez dentro, la marea humana parecía que se diluía y comenzaríamos un viaje a través del tiempo, para así imaginar cómo, en la elíptica plaza y desde los anillos de las gradas, el público presenciaba como la arena absorbía la sangre de los animales y gladiadores que salían a luchar.

Así era como compraban los emperadores la voluntad del pueblo y recibían el saludo de los que morían por Roma.

Otro sector de lo más interesante es el correspondiente a la red de pasillos situados debajo de la arena donde los competidores esperaban, al lado de las jaulas de animales, hasta que llegaba el momento de salir al exterior y decidir en unos minutos su destino.

Coliseo Romano

Dado que en temporada alta las filas de espera pueden ser muy muy largas, soportando el sol abrasador romano, parece que existen, en la actualidad, múltiples opciones para poder evitarlas comprando por anticipado nuestras entradas en la web, por lo que no estaría mal informarse de ello.

De nuevo en el exterior, nos volveríamos a recrear con la desmesura de la fachada de cuatro pisos del Coliseo, antes de acercarnos hasta el arco de Constantino, atraídos por su elegancia.

Cruza la vía Triumphalis, la ruta que tomaban los emperadores cuando entraban en la urbe como triunfadores, siendo uno de los tres arcos conmemorativos de la ciudad que se han mantenido intactos desde la época de la Roma clásica.

Arco de Constantino

Se construiría para conmemorar la victoria de Constantino, primer emperador cristiano, en la batalla del Puente Milvio, a las afueras de Roma. Esta victoria lo afianzó como único gobernador del Imperio romano de Occidente y fue un punto crucial en la ascensión del cristianismo.

Continuando por la Vía Sacra, recubierta con losas de basalto, llegaríamos hasta el arco de Tito, el más antiguo de los que quedan. Se construiría poco después de la muerte de este, por encargo de su hermano Domiciano, su sucesor. Se encuentra decorado con una seria de bajorrelieves que celebran la victoria más ilustre de Tito: la lucha contra los judíos rebeldes que culminó con la ocupación de Jerusalén en el año 70 d.C.

Más allá se abre el Foro, donde no cuesta imaginar cómo desfilaban los ejércitos victoriosos. No sé si habrá cambiado la cosa, pero en aquellos momentos con la entrada no se entregaban mapas ni folletos explicativos en los que se describiese lo que nos íbamos a encontrar, y si ello sigue así y teniendo en cuenta que lo que se va a ver, en su totalidad, son ruinas, es muy importante documentarse antes si se decide hacer la visita en solitario para tener una pequeña noción de lo que es cada lugar y su historia. Nosotros afortunadamente contábamos con un apasionado del mundo Antiguo como era Antonio que se había documentado suficientemente para hacernos de guía.

Foro Romano

Las Siete Colinas podrían haber sido el corazón geográfico de Roma, pero su verdadero corazón latiente fue el Foro Romano. Una plaza alrededor de la cual se encontraban varios templos, importantes edificios públicos y estatuas y monumentos conmemorativos, que estuvieron en el centro de la vida diaria de la urbe durante más de mil años, sirviendo para muchos propósitos, desde un mercado hasta un escenario para discursos y juicios públicos, el Foro Romano fue esencialmente el centro comercial y político de Roma.

Hoy caminar por el Foro Romano se parece mucho a caminar por Pompeya, un poco más verde. Después de la excavación de la zona en el siglo XIX, hicieron nuevos caminos a través de lo que quedaba de los edificios gubernamentales donde se reunía el Senado, de los muchos templos y santuarios del Foro y de varios monumentos dedicados a los gobernantes famosos de la época. Unos pocos edificios, arcos, columnas, y estatuas siguen siendo reconocibles en sus formas semi-originales; el resto de lo que se ve son solo fragmentos de lo que alguna vez fue Roma, ¡pero es suficiente para poder imaginar lo increíble que se hubiera visto el Foro Romano en su mejor momento!

Las construcciones y los templos se amontonan sin descanso: el de César, el de Antonio y Faustina, el de Rómulo, así hasta llegar al de Séptimo Severo, donde volveríamos de nuestro viaje a través del tiempo, de nuevo al siglo XXI, al menos durante la hora de comer. Unas pizzas rápidas serían suficientes para volver a perdernos en el pasado, pues todavía quedaban muchos e interesantes monumentos por descubrir.

Y lo primero sería dirigirnos a la cercana iglesia de San Pietro in Vincoli, donde se esconde otro gran tesoro esculpido por el gran Miguel Ángel: el Moisés. La intensidad emana de sus ojos, sus músculos se tensan y su pierna hacia atrás parece como si estuviera listo para en cualquier momento ponerse en pie. Contemplarlo te deja absorto ante la perfección de una de las mejores obras del genio italiano.

Moisés de Miguel Ángel. Iglesia de San Pietro in Vincoli

Y de Moisés pasaríamos a Neptuno sobre una cuadriga tirada por corceles alados. ¿Dónde nos encontrábamos? Efectivamente habéis acertado, estábamos en la inconfundible Fontana di Trevi, la cual domina una de las fachadas del pequeño palacio Poli. La fuente, construida en mármol blanco, es uno de los mejores exponentes del estilo barroco, ya que su forma contrasta con la fachada del citado palacio. El agua que alimenta la fuente procede de unos manantiales situados a 22 kilómetros de Roma y es conducida hasta aquí por un acueducto.

Fontana di Trevi

Por supuesto que no nos iríamos de allí sin realizar el ritual mundial de lanzar una moneda por encima de nuestros hombros con la intención de que en el futuro podamos volver a Roma, pues es lo que dice la tradición. No sé si lo haríamos mal, pero lo cierto es que todavía no ha habido oportunidad de regresar. Lo correcto es lanzar la moneda sobre el hombro izquierdo con la mano derecha.

Dado que el tremendo esfuerzo anterior nos había dejado agotados, decidiríamos recargar un poco las pilas sentándonos a tomar algo en una terraza. Como queríamos que fuese un sitio especial, no dudaríamos en elegir la plaza Navona, una de las más famosas y pintorescas de Roma, donde además de ver pasar a turistas, jubilados, estudiantes y ciudadanos romanos, nuestra vista no dejaba de admirar la fuente de los Cuatro Ríos, situada en el centro del espacio y realizada por el artista barroco Bernini. Sus esculturas representan los grandes ríos de cada continente conocidos por los geógrafos contemporáneos de aquella época: el Nilo en África, el Ganges en Asia, el Danubio en Europa y el Río de la Plata en las Américas. Cada río está representado por plantas y animales del continente, y también se puede ver un obelisco que data del siglo I d.C. coronado por una paloma, símbolo del poder pontificio sobre el mundo conocido entonces.

Fuente de los Cuatro Ríos. Plaza Navona

Fuente de Neptuno. Plaza Navona

Tras despedirnos de este encantador rincón, nos encaminamos por Vía Condotti, la cara y elegante calle donde se encuentran las grandes marcas de ropa tales como Dior, Louis Vuitton, Ermenegildo Zegna, etc., hasta la Piazza más emblemática de Roma: Plaza de España, coronada por la iglesia de la Trinidad de los Montes y por el obelisco de Salustiano y completando el conjunto la fuente de la Baracacia, a los pies de la escalera, y más de doscientos escalones que unen estos elementos. La plaza debe su nombre al embajador español ante la Santa Sede, quien se empeñó en ubicar aquí su morada y en declarar territorio español todo el entorno. La denominación se ha mantenido, así como su encanto, intacto a lo largo de tres siglos.

Aunque el conjunto estaba tomado por una cantidad ingente de personas, conseguiríamos hacernos un hueco en un pequeño rincón y disfrutar allí sentados de este lugar tan especial, utilizado tantas veces  como plató de centenares de películas, y de sus flores multicolores adornando cada esquina, sin duda una de las más bellas caras de la ciudad eterna.

En las proximidades, sucumbiríamos a entrar al Café Grecco, el más antiguo de Roma y por donde ya pasarían celebridades como Casanova, Lord Byron o Buffalo Bill. Nunca me ha gustado el café pero dado que todo el mundo decía que, aún así, este era el lugar perfecto para que me empezara a gustar, decidiría tomar una pequeña taza. No hubo suerte y es que aunque el aroma era realmente increíble, el sabor seguía sin ser compatible con mis papilas gustativas.

A la salida ya se nos había echado la noche encima y aunque estábamos fundidos no podíamos dejar de ver la plaza del Popolo, por lo que hacia allí nos dirigimos para admirar las iglesias mellizas de Bernini, así como el obelisco del centro de la plaza que fue traído del antiguo Egipto y originalmente fue erigido en el Circus Maximus. Siempre es sorprendente pensar como lograron transportar estos enormes monumentos de piedra desde Egipto hasta Italia en aquel entonces. En la base del obelisco hay cuatro fuentes en forma de leones egipcios, que se agregaron posteriormente.

Tras una pequeña subida por unas escalinatas cercanas podríamos deleitarnos con unas preciosas vistas nocturnas del cercano Vaticano y de una parte de Roma, sacadas de la mejor de las películas. No había mejor manera de terminar la exhausta jornada de hoy, antes de tomar un taxi que nos devolviera a nuestro hotel, pues a más de uno las fuerzas le habían abandonado desde hacía ya tiempo.

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