MARRUECOS - DIA 9. Despedida de Marrakech

26 de Marzo de 2016.

En apenas una mañana dejaría atrás las medinas, los cánticos de las mezquitas llamando a la oración, las chilabas y los velos, los minaretes, los olores de las especias, las vistas nevadas del Atlas y tantas sensaciones increíbles que este viaje me había aportado.

La cuenta atrás para volver al mundo occidental había comenzado y quería aprovechar al máximo las pocas horas que todavía me quedaban para caminar por el característico suelo rojizo de Marrakech.

En esta ocasión me iba a decantar por lugares que invitan a la tranquilidad y al paseo y que se salen de la locura de la medina y del ajetreo constante de las calles de la ciudad.

Pero antes de todo ello no podría evitar parar a desayunar en una cafetería cercana al Riad, pues aunque el desayuno estaba incluido no se servía hasta las 08.30, y me parecía muy tarde para ponerme en marcha. Me tomaría un zumo natural de naranja y fresa y un bollo de chocolate (12 dírhams).

Tras ello, atravesaría, una vez más, la ahora desierta plaza Jemaa el Fna, y me plantaría delante de la mezquita de la Koutoubia, para contemplar, otra vez, la imponente silueta de su torre. Justo detrás de ella se encuentran unos apacibles jardines, del mismo nombre que el edificio religioso, por los que iba a llevar a cabo el primero de los paseos que tenía pensado para hoy. Sin duda lo mejor de este lugar es la combinación de las enormes palmeras, por las que te encuentras rodeado, con las diferentes perspectivas que se tienen del emblemático minarete.

Mezquita de La Koutoubia


Jardines de La Koutoubia

El lugar lo abandonaría por la salida contraría por la que había entrado, encontrándome muy cerca, cruzando la calle, el mítico Mamounia, un palacio legendario, convertido en hotel, que ha sido frecuentado por personajes de renombre mundial como Winston Churchill, Richard Nixon y Orson Welles.

Hotel La Mamounia

Quería entrar a tomarme un té con menta y así poder disfrutar de sus mosaicos esmaltados y los cielorrasos del Gran Salón, entre otros muchos detalles, y aunque había oído que se exigía vestimenta correcta, jamás pensé que el grado de estupidez de los guardias de seguridad, que deciden si puedes o no pasar al recinto y por tanto a la cafetería, llegara a unas dimensiones tan grandes. Iba con unos vaqueros, una camiseta y una sudadera, hasta aquí no hubiese habido problema alguno, pero cuando se fijaron en mi calzado y vieron que llevaba unas playeras, me dirían que de esa manera no podría pasar, que si quería hacerlo tendría que volver con unos zapatos, así que nada, estaba claro que serían ellos los que se tomarían el té o lo que les diese la gana.

Pero ahí no acabaría la cosa con estos impresentables y es que cuando volví a cruzar la calle para hacer una fotografía del conjunto del hotel, uno de los gorilas cruzó corriendo detrás mía para supervisar la manera en que llevaba a cabo la toma. Vamos, ni que se tratase del palacio del rey marroquí. Así que como se puede ver este lugar es el paraíso del elitismo, los snobs y los sibaritas, así que poco recomendable para la gente normal.

Unos metros más adelante y lindando con la Maumonia, me encontraba con Bab el Jdid, una de las puertas más frecuentadas de la Medina y punto de partida de un florido paseo a lo largo de las murallas mejor conservadas. A decir verdad, hoy es un enorme boquete que separa dos partes de la muralla y el punto de inicio o final, según se mire, de la enorme avenida de la Ménara que te lleva hasta los conocidos jardines. Mi idea en un principio era llegar hasta ellos caminando, pero teniendo en cuenta que el tiempo era oro en esta mañana, al final optaría por coger un taxi (7 dírhams), que me dejaría en la misma puerta del recinto.

Murallas de La Medina

Otro de los lugares en Marrakech que inspiran calma, paz e invitan a la meditación son sin duda los jardines de la Ménara, donde dedicaría otra buena parte de mi escaso tiempo.

En el siglo XIX los Almohades erigieron en este lugar un armonioso pabellón con un gran estanque rodeado de un amplio jardín plantado de olivos. Todo ello vigilado por la imponente silueta del macizo del Atlas. Sin duda, un lugar privilegiado al que acuden los habitantes de Marrakech, para pasear en familia, estudiar o cortejar a sus novias. Yo no sería menos que todos ellos y me dedicaría a rodear el inmenso estanque, que sirve de depósito para el riego de las 90 Ha de olivares que lo circundan. Su sistema hidráulico, el mismo desde hace 700 años, capta el agua de las montañas y la conduce a través de 30 km.

Jardines de La Ménara

Es un rincón mágico con el que disfrutaría muchísimo y es que parece mentira que algo tan sencillo pueda tener tanto encanto. Parte de culpa lo tiene también el ya mencionado Pabellón que construiría en 1866 el soberano alauita Moulay Ab der- Rahman para vigilar el horizonte y que se refleja en las aguas del embalse. No dudaría en pagar los 10 dírhams que cuesta la entrada para subir hasta su piso superior y ser testigo de aquello, además de poder hacerme una idea de las sensaciones que tenían los sultanes, al ser este el punto de encuentro de sus citas amorosas. Por cierto que se comenta que uno de ellos acostumbraba a arrojar al agua, cada mañana, a la que lo había conquistado la noche anterior.

Jardines de La Ménara

Jardines de La Ménara desde su Pabellón

Jardines de La Ménara desde su Pabellón

A la salida no dudaría en volver a tomar un taxi para llegar lo más rápido posible hasta el Jardín Majorelle. Sería este el último momento desagradable del viaje, por lo que tampoco puedo quejarme del carácter marroquí ya que como se ve fueron dos o tres hecho aislados. En esta ocasión y, como siempre procedía, pactaría el precio del trayecto con el taxista antes de montarme en el vehículo. Quedamos en que me cobraría 10 dírhams, pero al llegar a la puerta de los jardines me encontraría que el caradura me quería cobrar el doble de lo convenido, señalándome para ello el taxímetro que, casualmente, había activado. Me saldría del alma una pregunta: ¿por qué me has mentido? A lo que su reacción fue una serie de frases en árabe y gritando que tengo que reconocer que me asustaron un poco. Así  que cogí los 20 dírhams que me pedía, se los tiré al asiento de delante y salí pitando de allí. Afortunadamente no salió detrás de mí.

Mi sorpresa al llegar a las taquillas del Jardín Majorelle es que había una fila de campeonato y toda ella compuesta por extranjeros. Sin duda que era el lugar donde más europeos había por metro cuadrado de todos los sitios en los que había estado. Tendría que esperar casi veinte minutos hasta que llegó mi turno para sacar la entrada. Compraría la conjunta del Jardín con el museo Beréber, costándome 100 dírhams (70 del jardín y 30 del museo). Como se ve lo más caro que pagué y precio totalmente europeo.

Este lugar encantador fue creado por el pintor Francés Jacques Majorelle, que se estableció aquí en 1922. Su jardín se compone de palmeras, cactus, papiros, nenúfares y un sinfín de plantas exóticas. Además te encuentras con varias fuentes y estanques de loto, que acompañado del canto de los pájaros, hace que te encuentres en un nuevo oasis en la ciudad.

Jardín Majorelle

Jardín Majorelle

Jardín Majorelle

En el corazón de esta vegetación el artista construiría su taller y vivienda, caracterizada por llevarse a cabo con un diseño art decó y ser pintada de un azul brillante e intenso.

Taller - vivienda del Jardín Majorelle

Tras la muerte del pintor, pasaría por varias décadas de abandono hasta que en 1980 el famoso diseñador francés Yves Saint Laurent y un amigo suyo, comprarían y restaurarían todas las instalaciones, siendo uno de sus lugares preferidos para pasar largas temporadas.

Aunque entraría con ciertas reservas, tengo que reconocer que al final no me defraudaría en absoluto, pues cualquiera de sus rincones es un lujo para la vista.

Jardín Majorelle

Jardín Majorelle

Jardín Majorelle

El museo Beréber tampoco me decepcionaría, pues la colección reunida por Yves Saint Laurent muestra la creatividad del pueblo más antiguo del norte de África: puertas decoradas, alfombras, joyas, cinturones, tejidos y hasta 10 trajes diferentes de la manera de vestir de esta cultura.

La visita al recinto la terminaría con lo que llaman Galería Love, un pequeño lugar donde se exponen los posters collage que el diseñador enviaba al final de cada año a sus seres queridos y clientes habituales. Todos se inspiraban en la palabra “Love” y fue una costumbre que llevaría a cabo durante más de treinta años.

Galería Love.Jardín Majorelle

Salía de este último lugar casi a las 13.40, por lo que poco más podía visitar, sólo tendría tiempo ya de admirar, pues me pillaban de camino hacia el Riad, la puerta Bab Doukkala, flanqueada por dos grandes torres y antaño un puesto de peaje muy frecuentado y, por último, la mezquita, del mismo nombre que la puerta, con un esbelto minarete con magníficas molduras sobre fondo verde.

Puerta Bab Doukkala

Mezquita Bab Doukkala

Llegaba a recoger la maleta al Riad a las 14.30, me despedía de mi anfitrión y atravesaba, ahora sí, por última vez, la enorme plaza Jemaa el Fna, que tantos buenos momentos me había hecho pasar, para dirigirme a las paradas de autobuses que se encuentran en uno de los sectores de esta. Allí cogería el autobús número 19 que es el que te lleva al aeropuerto, tras pasar por modernos barrios como el de Guéliz.

Tardaría no más de media hora en llegar, por lo que pasadas las tres ya estaba en el aeropuerto de Ménara. Mi vuelo no salía hasta las 17.30 pero el motivo por el que llegaría tan temprano sería por un mail recibido de la compañía Ryanair donde se recomendaba estar tres horas antes de la salida de tú vuelo como consecuencia de las medidas de seguridad que se habían establecido tras los atentados en el aeropuerto y el metro de Bruselas.

Efectivamente tampoco me sobraría mucho tiempo, pues ya en el mismo acceso al edificio la policía me estaba pidiendo el billete de avión. Luego cambiaría los dírhams que me habían sobrado a euros y, aunque no tenía nada que facturar, me hacían pasar por los mostradores de la compañía para ponerme un sello de autentificación de mi billete. Las colas que tuve que aguantar para hacer esas gestiones, unidas a las propias de los controles de seguridad, más exhaustivas, si cabe, que las que normalmente se llevan a cabo, harían que sólo tuviera media hora antes de embarcar, la cual aprovecharía para comprarme un bocadillo y una fanta para saciar un poco el hambre que tenía.


El avión saldría en hora y a las 20.30 estaba aterrizando en el aeropuerto de Barajas, tras haber sido un auténtico éxito mi primera aventura en solitario por el continente africano.

No hay comentarios :

Publicar un comentario