DIA 03. FLORENCIA. La ciudad de los Médicis

27 de Septiembre de 2000.

Florencia atesora tantos palacios, monumentos y edificios notables que bien se puede considerar una ciudad – museo. A pesar de su brillante pasado etrusco o medieval, es en el renacimiento cuando la ciudad se convierte en referencia en el mundo del arte, de las ideas, del comercio y de la política.

Dicho lo anterior, considero, en consecuencia, que dedicar un solo día a esta impresionante ciudad es a todas luces insuficiente y escaso, pues apenas te servirá para llevarte una ligera idea de tantísimas cosas como ofrece y, es muy probable, que acabes padeciendo en tus carnes el síndrome de Stendhal, una extraña enfermedad que aflora en el turista, causándole alucinaciones, ansiedad, vértigo e incluso depresión, como consecuencia de estar demasiado tiempo expuesto a la belleza y no poder asimilar tanta cantidad en tan poco tiempo.

Como sabíamos que éramos carne de cañón del anterior mal, desde el mismo momento que el autobús nos dejó en las inmediaciones del centro histórico le diríamos al guía que habíamos decidido pasar el día a nuestro aire y que no contara con nosotros hasta el siguiente, para de este modo poder hacer nuestro propio plan en base a nuestras prioridades, viendo lo que considerábamos imprescindible hasta que la falta de luz o el cierre de museos y edificios, nos impidiesen continuar.

Brunelleschi, Botticelli, Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Donatello, Alberti… Tanto y tanto dejó esta legión de hombres ilustres que sería imposible abarcar todas sus obras ni siquiera en semanas, así que optamos por empezar por un museo en el que se concentran un buen número de las más importantes y sobresalientes: la Gallería de la Academia. (Visita de 8:15 a 19:00; en verano, amplían el horario hasta las 22:00; excepto lunes. Entrada 7 euros).

Este antiguo hospital alberga una excelente colección de pintura florentina, con obras de Filippino, Fra Bartolomeo, Rafael o Botticelli, aunque no son estas su mayor reclamo, como seguramente ya sabréis, sino las esculturas de Miguel Ángel que se exponen en sus salas y especialmente El David, realizado en 1504 por encargo de la ciudad de Florencia para la Piazza della Signoria, donde estuvo hasta que fue reemplazado por una copia.

Galería de la Academia

Una vez que estás delante de él cuesta asimilar que existe y es real y es necesario tocarlo para cerciorarte de que es auténtico y genuino. Llegando a primera hora habíamos conseguido mitigar los efectos de haber llegado más tarde y encontrarnos con ejércitos de turistas, y sólo éramos unos cuantos los que lo mirábamos incrédulos y con admiración.

El David de Miguel Angel. Galería de la Academia

Habíamos cumplido nuestro cometido aquí, así que volveríamos a recorrer varios pasillos repletos de obras de arte y, algo apabullados, saldríamos otra vez al exterior para dirigirnos hacia la plaza del Duomo, centro religioso florentino que reúne el mismo Duomo, el Baptisterio y el Campanile, todos ellos revestidos de mármoles de colores.

El más antiguo de los tres es el Battisterio de San Giovanni, justo delante de la fachada de la catedral. Es una armoniosa construcción, cuyas puertas siguen alucinando a todo el mundo. La más famosa de todas ellas es la llamada del Paraíso (la del este). En las placas de bronce, Ghiberti ha representado pasajes del Antiguo Testamento a las que ha añadido figuras personales como su propio busto y el de su hijo (quedan a media altura). El artista no pudo olvidar su profesión y más parece que quiso realizar un trabajo de orfebrería que de escultura. Por cierto, la puerta que ahora se contempla es una copia.

Puerta del Paraíso de Ghiberti. Battisterio de San Giovanni

Respecto a la catedral y al Campanile, nos quedaríamos con las ganas de entrar a su interior y de subir a lo más alto, respectivamente, pues ambos estaban en restauración y cerrados a cal y canto, por lo que tendríamos que conformarnos con admirar la impresionante cúpula de Brunelleschi, quien ganaría el concurso que en 1420 se convocó entre diferentes arquitectos. Eso sí la mayoría acabaríamos con dolor de cuello.

Duomo

Cúpula de Brunelleschi. Duomo

Con tanta contemplación en esta zona se nos iría casi una hora, así que tendríamos que aligerar si no queríamos quedarnos sin ver la mitad de las cosas importantes de Florencia, al menos por fuera.

La siguiente parada sería dedicada a la basílica de Santa Croce o Santa Cruz (De 09:30 a 17:30), alma de un tradicional barrio popular. El templo sirve de panteón de hombres ilustres: Miguel Ángel a la derecha, aunque su tumba está en el suelo cumpliendo el deseo del pintor; Galileo, a la izquierda, más o menos enfrente; Maquiavelo y Rossini, también a la derecha. Una curiosidad: mirad la estatua que hay a la entrada entre las dos puertas. ¿No os recuerda la de la Libertad? Según parece el escultor francés se inspiró en esta para la neoyorquina.

Tumba de Miguel Ángel. Basílica de Santa Croce

De la anterior visita, que nos encantaría, pasaríamos al corazón de Florencia: la plaza Signoria, escenario natural al aire libre, el cual se rodea de palacios y la Loggia dei Lanzi. Este impresionante pórtico se construyó a finales del siglo XIV para las asambleas públicas de la Señoría y es una de las mejores muestras florentinas del gótico tardío, albergando unas cuantas obras maestras del arte escultórico como “Rapto de las Sabinas” o “Perseo”. Además de lo anterior también se puede ver la fuente de Neptuno, así como la estatua de Cosme I de Médici.

Fuente Neptuno en Plaza Signoria

Flanqueando otro de los lados de la plaza se puede también observar el palacio Vecchio, sede del Ayuntamiento,  que serviría de residencia a los Medici hasta que se mudaron al palacio Medici – Riccardi. Situadas muy cerca de este último no tardaríamos en contemplar las portentosas esculturas que hacen de centinelas en las paredes de los exteriores del palacio de los Uffizi, uno de los mejores ejemplos de arquitectura renacentista y cuyo interior posee uno de los más importantes museos del mundo. Desgraciadamente, en estos dos últimos casos no podríamos acceder tampoco a su interior porque con el poco tiempo que teníamos hubiera sido malgastar el dinero para ir con demasiadas prisas, por lo que mejor dejarlo para una próxima ocasión.

Palacio Vecchio en Plaza Signoria

Después de devorar unas pizzas sin prisa pero sin pausa, continuaríamos hasta el inigualable Puente Vecchio, el único superviviente de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, el único puente histórico que se mantuvo en pie tras la contienda y por eso, valiosa muestra de la época de mayor gloria y esplendor de la ciudad de Florencia.

Desde sus primeros tiempos, allá por la mitad del siglo XIV, albergó a talleres de curtidores y herreros que utilizaban el río Arno como simple basurero. Durante el ducado de Fernando I estos fueron expulsados del lugar y el puente pasó a ser un lugar de paso para los florentinos, siendo en este momento cuando se fraguó el comercio de orfebrería que aún hoy perdura.

Destacar también el viejo corredor en el que se pueden ver autoretratos de artistas como Rembrant o Rubens y que los Médicis lo encargaron para permitirles cruzar de los palacios Vecchio al Pitti, sin necesidad de salir a la calle y mezclarse con el resto de la población.

A nosotros nos pasaría justo lo contrario que a la rica familia y tendríamos que atravesarlo acompañados de una masa ingente de personas que hacía que te costara andar y fueses empapado en sudor, pero pasado este trago, llegaríamos al palacio Pitti que, en mi caso, especialmente, no quería marcharme de Florencia sin conocer sus entresijos, más por ver la riqueza y la decoración de paredes, habitaciones y techos que, propiamente, por entretenernos en observar la gran cantidad de obras de arte que se hallan en los tres museos que se alojan entre sus estructuras. Y no sería por falta de ganas, no, sino porque antes de que se hiciera de noche queríamos dar un último paseo por los jardines Bóboli, que envuelven al edificio y subir la gran escalera que se encuentra justo detrás del palacio, si mi mente no me falla, para una vez en lo más alto poder admirar las inigualables vistas de la ciudad que es por excelencia símbolo del Renacimiento, mientras el sol se escondía en el horizonte.

Palacio Pitti

Por la noche Florencia es todavía más mágica paseando entre su tenue iluminación, lo que haríamos hasta que, obligados por el hambre y porque se empezaba a hacer tarde, tuvimos que abandonarla tomando un taxi hasta el hotel, con la confianza de volver pronto para, entre tanta belleza, sentir lasa veces que haga falta el mal de Stendhal.

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