20 de Abril de 2014.
La noche anterior y cuando estaba terminando de cenar, el
amable Sr Schmid se sentaría un rato en mi mesa y me estuvo preguntando a lo
que me había dedicado durante todos estos días. Cuando acabé de contárselo me
dijo que estaba sorprendido de todo lo que había visto y tras contarle los
planes que tenía para el día de hoy, me comentó que era todo perfecto pero que
había algo que no había incluido, algo que muchos pasan por alto y que es una
auténtica joya de la región. Me estaba hablando de la Iglesia situada en el
pequeño pueblo de Rottenbuch.
Por ella comenzaría el día, pero siempre con permiso del
buen desayuno que me tenían preparado acompañándolo esta vez de una cestita de
mimbre con un montón de huevos de chocolate y otros dos de verdad pintados de
bonitos colores. Y es que hoy era el domingo de Pascua y era una jornada muy
especial para todos los bávaros. La verdad que me pareció de lo más entrañable
el bajar a desayunar y encontrarme con esto y además con una vela encendida en
mi mesa y con un “ Happy Easter Day” en cuanto me vieron entrar por el comedor.
Con todo esto es más que comprensible que no me hubiera marchado de allí en
años y de que considero esta casa, y su gente, como de las mejores que me he
encontrado a lo largo de los muchos viajes que realizado.
Al final tuvo que llegar la despedida y como guinda al trato
recibido, cuando me marchaba en el coche, la familia Schmid se asomaba a la
terraza y me despedían, ¡agitando una gran bandera española! Verlo para
creerlo.
Entre risa y emoción continué conduciendo hasta llegar a la
Colegiata de Rottenbuch, tal y como me habían recomendado. Aunque el exterior
es bastante normalito cuando entre en el interior y tuve el primer impacto
visual con lo que allí se encontraba, casi que me caigo para atrás. El súmmum
de la belleza y del estilo rococó. Es complicado expresar con palabras lo que
sentí al ver el interior, por lo que mejor que me remito a las fotografías para
ello. Yo lo único que hice fue sentarme en uno de los bancos y permanecer allí
postrado como un cuarto de hora hasta que miré el reloj y decidí continuar con
las visitas de lo que tenía previsto para hoy.
Colegiata de Rottenbuch |
A tan sólo 15 km de aquí se encontraba el pueblo amurallado
de Schongau, por el que me dejaría caer durante no más de una hora, ya que su
centro histórico es bastante pequeño y aún con tranquilidad el pobre no da más
de sí. Lo cual no quiere decir que no merezca la pena.
Paseé entre sus casas de
colores, me entretuve en la Marienplätz mientras era testigo de cómo repicaban
las campanas y hasta la última persona del pueblo iba acudiendo a la oración y llegué
hasta la otra puerta de la muralla encontrándome con una torre vigía. Incluso
me dio tiempo a entrar en la iglesia antes de que comenzara la misa y comprobar
una vez más el amor que profesan los bávaros por los estilos barroco – rococó.
La mañana seguiría entre iglesias y tras otros 35 km en
sentido contrario al que iba, me planté en la Wieskirche o Iglesia de la
Pradera, que hace honor a su nombre al encontrarse entre prados de un verde
intenso. Dejar el coche en el parking te cuesta dos euros y la entrada, al
igual que todo lo visitado durante la mañana, era gratuita.
Aunque el exterior, al igual que el de Rottenbuch, no
destaca especialmente, sin embargo hay que decir que me encontraba en un
edificio declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1983 y ello motivado, entre
otras cosas, porque su interior decorado en estilo rococó supone el emblema de este estilo en Alemania. Además de
ser uno de los centros de peregrinaje en el que más gente se da cita de todo el
país. Ello motivado por el acontecimiento acaecido en el S.XVIII en el que unos
campesinos vieron llorar a una estatua de madera de Cristo Flagelado, noticia
que pronto empezó a conocerse hasta en el lugar más recóndito de Alemania e
hizo que miles de peregrinos acudieran hasta el lugar, quedándose este pequeño
y viéndose las autoridades obligadas a construir una iglesia más grande que
diese cabida a toda esa gente. Aquí permanecería también largo tiempo
contemplando su hermoso interior, antes de dar por terminadas las visitas
religiosas en este viaje.
Efectivamente ya no visitaría más iglesias, ni abadías, ni
monasterios, pero eso no quiere decir que no continuara descubriendo lugares
sorprendentes. Y el siguiente de ellos me suponía retomar la vida de Luis II y
volver a perderme en sus fantasías y sueños a través de otro de sus afamados y
hermosos castillos. Era el momento de conocer Linderhof, una joya de estilo
rococó, al que llegaría a las 11.20 de la mañana. El parking me costaría 2,50
euros y la entrada al castillo más la gruta de Venus supondrían 8,50 euros. En
este caso no traía reservado nada porque no sabía si me iba a dar tiempo a poder
visitarlo, por lo que me tocó esperar una fila de unos veinte minutos, pero
nada del otro mundo si lo comparamos con las que se forman en los más famosos.
Ya con mi entrada me dirigí por los jardines hasta la fachada principal de
palacio y como la hora de visita era para las 11.55 y sólo me quedaban menos de
diez minutos, introduje el código de barras de mi entrada en el lector, pasé el
torno y me situé en la fila D que era la que me correspondía. A la hora
indicada una chica retiró la cadena que impedía el paso, nos dio la bienvenida
y nos invitó a pasar al interior del Palacio.
Tras la charla en el recibidor indicándonos las cosas de
siempre como que no se podían hacer fotos, la no utilización de los móviles y
que nos pusiéramos las mochilas por delante, comenzamos a subir una escalera
que nos llevaría a la primera de las estancias, para desde esta comenzar a
recorrer todo el palacio.
Entre lo más destacado de todo lo que pude ver lo más
espectacular fue: la sala de Audiencia, que era utilizada por Luis II como
estudio personal y en la que nunca recibió a nadie, a pesar de tener esta
función; el comedor, en el que nos contaron la anécdota más curiosa de todas
las que escuchamos y es que aquí se encuentra el famoso montaplatos para que el
monarca pudiera comer sólo sin ser molestado y sin ver a ningún sirviente,
consistente en un mecanismo de subida y bajada a la cocina. Además para mayor
extravagancia, la mesa se montaba para cuatro personas porque al rey le gustaba
cenar con personajes imaginarios como Luis XIV de Francia, María Antonieta o
Madame Pompadour; el dormitorio donde la cama estaba colocada en forma de altar
para dar la sensación de glorificación de Luis II, mientras dormía. Además
cuenta con un espectacular candelabro con 118 velas; y sin duda la mejor
estancia de todas fue la sala de los espejos, la cual utilizaba para leer por
las noches, ya que dormía durante el día, y para ello contaba con cientos de
velas que se reflejaban en los espejos, que a su vez producían un efecto óptico
y daban una sensación de profundidad a la sala, como si esta no terminase
nunca.
Estas fueron muchas de las anécdotas y habitaciones que pude
escuchar y ver y que, curiosamente, creo que fue el interior que más me gustó
de los tres castillos que pude visitar durante mi estancia en Baviera.
A la salida me iría directo hacia la gruta de Venus, que se
construyó en un flanco del jardín y que reproduce la gruta azul de Capri,
aunque en realidad es un decorado real para escenificar la ópera “Tannhäuser”
de Wagner. Un pequeño escenario se abre a un lago sobre el que flota una
góndola dorada en forma de cisne. También hay una cascada, una máquina de proyección
del arco iris y una máquina para hacer olas. Casi nada lo que tenía montado el
rey para la época.
Después de esta visita ya me dedicaría a pasear por los
estanques, fuentes y jardines escalonados del inmenso parque, encontrándome
esculturas alegóricas, terrazas con cascadas y, en uno de los rincones, lo que
llaman el Kiosco morisco, que el monarca compraría en la Exposición Universal
de París de 1867.
Palacio y Jardines de Linderhof |
Palacio y Jardines de Linderhof |
Jardines de Linderhof |
Kiosko Morisco.Jardines de Linderhof |
Me habían dado las dos de la tarde sin comerlo ni beberlo,
por lo que abandoné las instalaciones de este maravilloso palacio y recorrí los
13 km que me separaban del pueblo de Oberammergau, la última visita que
realizaría antes de marchar hacia el aeropuerto.
Curiosamente y después de
haber estado alojado aquí, iba a ser mi última visita y es que me pudo más
visitar antes todas aquellas cosas que estaban sujetas a horarios, dejando para
el final el paseo por esta población. Esta pequeña villa además de ser bastante
bonita en su conjunto, destaca fundamentalmente por sus casas pintadas, pero no
en el sentido de fachadas pintadas de colores y ya está, sino porque están
decoradas con motivos pictóricos, la mayoría de ellas religiosos, pero también
hay alguna con las imágenes de alguno de los cuentos más famosos como Caperucita
Roja, Hansel y Gretel, Los Trotamúsicos o Los Siete Cabritillos. De entre las
que cuentan con motivos religiosos destaca por encima de todas la llamada
Pilatushaus o Casa de Pilatos.
Altstadt O Casco histórico.Oberammergau |
Pilatushaus o Casa Pilatos.Oberammergau |
Tras deleitarme con todo esto, con la iglesia de San Pedro y
San Pablo y con sus encantadoras plazas y callejuelas, había llegado el momento
de comerme el bocata y acto seguido partir hacia el aeropuerto de Múnich del
que me separaban unos 140 km. Una vez más iba con el tiempo justito, ya que
eran casi las cuatro y mi vuelo salía a las 19.20. Lo bueno de que no hubiese
límite de velocidad es que ello te permite adaptarte a las necesidades de cada
momento.
Una vez pasado Múnich y un poco más allá, pude ver a mí
izquierda el famoso estadio Allianz Arena del Bayern, al cual me había quedado
con las ganas de ir, por falta de tiempo, así que algo es algo, aunque fuera
por unos instantes.
Después de esto empezarían los agobios ya que cada vez me
iba acercando más al aeropuerto y aunque pueda parecer raro, no encontré ni una
sola gasolinera en los 35 km que me faltaban para llegar a mi terminal, por lo
que no me quedó otra que devolver el vehículo con el depósito por la mitad y
esperar la correspondiente sanción por parte de Europcar. Por lo demás todo
estaba correcto. De segundas me tocaría darme una buena carrera de la terminal
A hasta la terminal D donde se encontraba IBERIA y aunque era el último por
hacer el check in, afortunadamente, el mostrador no se había cerrado, por lo
que hecho este, pasé los controles de seguridad y diez minutos antes de que
cerraran las puertas conseguía acceder a la nave. Creo que después de esta
última experiencia, he aprendido, definitivamente, la lección de llegar con
algo más de tiempo al aeropuerto. Veremos a ver si es verdad en el próximo
viaje.
A TENER EN CUENTA:
- Merece mucho la pena un paseo por los jardines de Linderhof ya que encontrarás alguna sorpresa, además de unas vistas excepcionales desde lo más alto de los mismos.
- Las casas con los cuentos pintados en Oberammergau están en sentido contrario al centro de la villa, casi a las afueras, pero el paseo no dura más de quince minutos.
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