FLANDES ORIENTAL Y VALONIA - DIA 2. Dinant y Namur

10 de Octubre de 2015.

La región de Valonia se encuentra en el corazón de Europa y desde la guerra de la Galia se ha caracterizado por hacer de frontera entre los mundos latino y germánico. Esto además le ha permitido poder desarrollar un rico patrimonio militar, artístico y religioso del que yo me quería llevar una pequeña idea visitando dos de las ciudades más importantes de esta  región belga: Dinant y Namur.

No hay que olvidar que los habitantes de esta zona del país hablan francés y valón, a diferencia de Flandes de habla neerlandesa, pero aun así casi todo el mundo habla bastante bien inglés y hace por entenderte, lo cual demuestra el alto nivel cultural que existe en el norte de Europa, una vez más.

Si quería ir con calma y que me diera tiempo a hacer las cosas con tranquilidad, no quedaba otra, que madrugar a pesar de las horas a las que me acostaba ayer, por lo que a las 06.30 estaba sonando el despertador y a eso de las 07.40 ya me encontraba en la estación norte comprando el billete de tren que me llevaría al primer destino de hoy: Dinant.

Lo que yo no sabía y que me enteraría por el simpático encargado del hostal, es que hay muchos recorridos que los fines de semana están a mitad de precio por lo que este trayecto directo me saldría por 13,80 euros.

El tren no salía hasta las 08.13, lo que me permitiría desayunar algo tan tradicional de la gastronomía belga como un gofre con chocolate y un croissant, como no, relleno también de chocolate y es que hoy había que estar fuerte para aguantar bien todo el día.

Estación de Bruselas Norte

A la hora indicada salía el tren, tardando una hora y tres cuartos en llegar a Dinant. El trayecto se me pasaría volando pues me dedicaría a dormir y la última parte del viaje a observar, a través de los amplios ventanales, el monótono paisaje que se iba sucediendo, sin apenas variaciones en ningún momento. Llanuras y prados para hartarte era lo que se podía apreciar.

La estación de Dinant se encuentra muy cerca de su centro histórico por lo que en un breve paseo te plantas en el puente desde donde se contempla la famosa imagen de la localidad con la ciudadela, la iglesia de Notre Dame y otros edificios colindantes y con el río Mosa, afluente del Rin,  compartiendo protagonismo.

Ciudadela y Colegiata de Notre Dame

La principal peculiaridad de esta pequeña ciudad es que se encuentra empotrada entre un acantilado y el río, lo que le confiere un carácter realmente pintoresco. En el pasado sólo se podía acceder a ella en barco, pues por un lado existía una leprosería y por el otro un inmenso peñón bloqueaba totalmente la orilla.

Ni que decir tiene que me tiraría un buen rato por la ribera del Mosa, disfrutando de las preciosas vistas que tenía delante de mí, lástima que fuera un día gris.

Colegiata de Notre Dame y Río Mosa

Río Mosa a su paso por Dinant

Otro de los referentes en Dinant es que en ella nacería Adolphe Sax, el inventor del saxofón, algo de lo que se sientes muy orgullosos sus habitantes y prueba de ello son todas las esculturas de saxofones de diferentes países que adornan el puente que atraviesa el río Mosa.

Escultura Saxofón en el Puente sobre el Río Mosa

No habían estado nada mal los primeros impactos visuales de la localidad por lo que, con la intención de no dejar de sorprenderme, decidiría realizar la primera visita de la jornada a su ciudadela que fue edificada en 1051 por el Príncipe – Obispo de Lieja e importante enclave defensivo y estratégico en muchos momentos históricos y, especialmente, en la primera guerra mundial.

Para subir a lo más alto se puede optar entre afrontar 408 escalones o algo más rápido y cómodo como es un teleférico, pegado a la Colegiata.

Teleférico de la Ciudadela

Optaría por sacar una entrada conjunta que incluía el teleférico, el acceso a la ciudadela y un paseo en barco, a realizar en la hora del día que uno quiera en el muelle número diez. La broma me costaría 14 euros. Sin el paseo en barco se queda en 8 euros.

La visita, supuestamente, es guiada, pero la verdad que hubo cierto descontrol y confusión, al menos en lo que a la hora de mi turno se refiere. Cuando bajé de la cabina del teleférico me perdí por el patio principal de la gran edificación y comencé a entrar en muchas de las salas y habitaciones, a las que se tiene acceso desde él, como las troneras, una sala donde se recrea un ataque a la fortaleza con luces y sonidos que emulan explosiones y disparos entre ambas partes, varios miradores, etc.

Ciudadela

Ciudadela

Dinant desde su Ciudadela

Tan sólo ya en la última parte, donde se tiene acceso a la sala de armas y a estancias donde se encuentran maquetas de soldados emulando diferente momentos de la época, me acoplaría a alguno de los grupos que estaban por allí y todo esto ante la parsimonia total del guía.

Ciudadela

Menos mal que había leído en qué consistía la visita completa porque sino esto último me lo hubiera perdido y creo, sinceramente, que es lo más interesante y curioso y lo que compensa, realmente, el desembolso realizado. Esto es porque te conducen hasta unas habitaciones donde tienen montada una recreación de la primera guerra mundial, en un área donde, junto a maquetas de soldados, se simulan los disparos de las ametralladoras, los sacos apilados de las trincheras, el ruido de las explosiones, los efectos de luz, etc.

Bunker de la Ciudadela

Pero si lo recién comentado es impactante, no lo es menos la siguiente y última visita: la del bunker. Nada te hace pensar que las inocentes escaleras que te conducen hasta el subsuelo son casi que una trampa mortal o, si no es para tanto, sí que pueda servir para pasárselo en grande al que presenciara las reacciones de los que hemos vivido esta experiencia. El motivo es que según vas descendiendo, las escaleras se van inclinando de una forma muy rara, haciendo que pierdas la referencia de las líneas rectas y causándote esto cierto mareo o inestabilidad, pareciendo incluso una atracción de feria.

Bunker de la Ciudadela

A mí me resultaría divertido, tanto por la experiencia en sí, como por ver como lo pasaban un montón de gente, incluidos un grupo de la tercera edad que iban con las caras desencajadas. Me hizo gracia porque, es verdad, que no hubo ningún incidente, pero es cierto que no me extrañaría que algún desmayo o caída haya podido suceder ya.

La experiencia de los párrafos anteriores y las magníficas vistas de la ciudad de Dinant y el río Mosa, son sin duda lo más destacable de este enclave y es por ello que tras deleitarme un buen rato, de nuevo, con las panorámicas, decidiría realizar la bajada por las escaleras, para alargar un poco más ese impacto visual. Estas me dejarían a muy pocos metros de la puerta de entrada de la Colegiata de Notre Dame, que sustituye a la anterior iglesia románica, que quedó destruida por un desprendimiento del acantilado en 1227 y fue reedificada poco después.

Dinant desde su Ciudadela

Colegiata de Notre Dame

Si de su exterior lo más llamativo es la torre con forma de bulbo, en su interior lo que más llama la atención es su inmensa vidriera, una de las más altas de Europa.

Tras esta visita pasearía por la ribera del Mosa hasta encontrar el muelle número diez, donde se encontraba el barco que nos llevaría a mí y a otras dos chicas a realizar el pequeño crucero por el río. Tengo que reconocer que la primera impresión que tuve no sería del todo buena, pues era un barco completamente cerrado, incluidas las ventanas y hacía bastante calor en él, por lo que es evidente que ni podría hacer casi fotos y encima iba acabar sudando como un pollo. Afortunadamente me equivocaría, pues casi antes de zarpar, la mujer encargada empezó a abrirnos las ventanas con una manivela especial y a los cinco minutos de empezar a navegar, y al ser tan pocos, nos invitó a colocarnos en las escaleras de entrada con medio cuerpo fuera del barco. Si a todo esto le sumas que el día estaba abriendo y un hermoso cielo azul nos daba, por primera vez, la bienvenida, pues no se podía pedir nada más.

Dinant desde Paseo Fluvial por el Río Mosa

Dinant desde Paseo Fluvial por el Río Mosa

El paseo fue de lo más agradable pudiendo ver perspectivas increíbles de la ciudadela y la iglesia de Notre Dame, además de las muchas casas con arquitectura tradicional que se van encontrando a lo largo de la ribera del río, un inmenso viaducto y diferentes accidentes geográficos como una inmensa mole de piedra cortada en dos partes y haciendo una v, llamada Rocher Bayard, así hasta llegar a unas exclusas donde se da la vuelta.

Paseo Fluvial por el Río Mosa

Rocher Bayard desde Paseo Fluvial por el Río Mosa

Paseo Fluvial por el Río Mosa

Fueron cincuenta minutos, diez más de lo estipulado, de paseo fluvial, por lo que le dejaría una pequeña propina al capitán y a su acompañante por los detalles que habían tenido y ser tan flexibles para que pudiéramos disfrutar.

Para finalizar mi visita a Dinant decidiría pasear por su centro histórico y sobre todo por la Rue Grande, la calle principal y más importante de las tres que tiene. Mis pasos me llevarían a ver edificios como la iglesia de San Nicolás, el palacio de Justicia, la bonita fachada del Hotel de Ville, con sus jardines y sus esculturas dedicadas a los fallecidos durante la primera guerra mundial y al inventor del saxofón. También me encontraría con la famosa casa Jacobs que vende unas galletas tradicionales con mil formas y tamaños y que se caracterizan por cómo hay que tomarlas pues hay que partirlas primero para después pasar a chuparlas y luego ya comerlas. No las probaría pues no tenía ninguna gana de galletas en estos momentos.

Hotel de Ville y Escultura 1ª Guerra Mundial

Hotel de Ville y Escultura Saxofón

Eran ya la una pasadas y de lo que sí tenía ganas era de comer y mira por donde que muy cerca de la tienda de galletas encontré un restaurante que me llamó la atención por su bonita fachada y que ofrecía sándwiches , ensaladas y pastas, así que no lo dude y para dentro que me metí. Se llamaba “La Petite Pause” y su interior es acogedor y la comida está muy rica. Yo me pedí un sándwich de jamón, queso y  huevo con ensalada y estaba de muerte, pues el pan es tradicional y el huevo frito está servido encima del pan, además la ensalada viene con una salsa especial que me encantó. De beber tomaría coca cola. Todo me saldría por 9,50 euros.

Restaurante La Petite Pause

Restaurante La Petite Pause

De esta manera terminaba mi estancia en la bella localidad belga, dirigiendo mis pasos, de nuevo hacia la estación para dirigirme a pasar la tarde a la capital valona: Namur, la cual se encuentra ubicada entre los ríos Sambre y Mosa y ha tenido un importante papel estratégico y militar a lo largo de los siglos.

El billete de tren me costaría 4,70 euros y en media hora me encontraba saliendo por las puertas de la estación, visitando la oficina de turismo, que se encuentra pegada a esta, y donde me darían un plano de la ciudad y me indicarían los principales puntos de interés. Todos ellos cercanos y asequibles para llegar hasta ellos caminando.

El día se había vuelto a nublar y la temperatura había bajado unos grados, pero nada que un forro polar no pudiera solucionar.

Mucha gente me había comentado, además de leerlo en muchos foros, que Namur era una ciudad fea y que no ofrecía nada interesante, pero quería darla una oportunidad y juzgarla por mí mismo y a eso iba a dedicar toda la tarde.

Comenzaría tomando la Rue de Fer, la principal calle comercial de Namur, para a las primeras de cambio desviarme por las calles aledañas y dirigirme hacia la Catedral de Saint – Aubain, construida a principios del siglo XIII. Ni por dentro, ni por fuera, me causaría gran impacto, por lo que tampoco duraría mucho en ella y me iría a visitar, que estaba a muy poco minutos, la iglesia barroca de Saint – Loup, la cual se erigió entre 1621 y 1645. La sobriedad de su exterior no se corresponde con lo que te encuentras en el interior, que te ofrece columnas de mármol púrpura, arcos de piedra negra y un techo repleto de motivos vegetales. Con razón sorprendería, dos siglos más tarde, a Baudelaire.

Catedral de St. Aubain

Iglesia de Saint Loup

Iglesia de Saint Loup

La plaza de Armas sería mi siguiente destino, encontrándomela ocupada por una gran carpa como consecuencia del Festival de cine francófono que se celebra en esta ciudad. Afortunadamente no afectaba para ver la fachada del Palacio de Congresos, antigua Bolsa, y las esculturas que representan a D Joseph y Fracwés, dos personajes del comic belga.

Edificio de la Bolsa.Plaza de Armas

Esculturas D Joseph y Fracwés.Plaza de Armas

Atravesando el gran arco que hay justo detrás de ellos, se puede encontrar uno de los restos medievales más importantes de Namur: el Belfroi, una torre, cuya campana, en el siglo XVI, anunciaba el cierre y apertura de las puertas de la ciudad.

Beffroi.Plaza de Armas

Muy cerca de este lugar me encontraría con una nueva plaza donde se encontraba el edificio del teatro, el cual se construiría en 1825 y sería destruido, pasto de las llamas, hasta en tres ocasiones y aun así sigue siendo de las construcciones más bellas del centro histórico.

Plaza del Teatro

Y cuando ya pensaba dirigirme hacia el otro lado de la Rue de L´Ange me encontraría, de casualidad, un nuevo torreón llamado Marie Spilar que formaba parte de los elementos de protección de la vieja ciudad y que se reconstruiría tras haber sido casi destruida durante la primera guerra mundial.

Torre de Marie Spilar

La Place Marché aux Légumes se caracteriza por ser uno de los lugares de congregación de la gente joven de Namur y pude dar fe de ello cuando me planté aquí en apenas cinco minutos desde donde me encontraba. Está repleta de bares y terrazas, me imagino que ya no por mucho tiempo las segundas, y ya había ambiente siendo sólo las 16.15. También en esta plaza se encuentra la iglesia de San Juan Bautista con una espectacular torre.

Plaza Marché aux Légumes

Iglesia de San Juan Bautista

De esta manera completaba la visita al centro histórico y aunque es cierto que posee algún que otro edificio interesante, no voy a negar que en su conjunto tampoco me llamaría demasiado la atención. Es una ciudad prescindible y que no puede competir, ni compararse al resto de tesoros belgas. Si además se tiene en cuenta que el llegar hasta aquí supone casi una hora y media, creo que uno se la puede perdonar, aunque es cierto que se puede aprovechar para visitarla si se llega al aeropuerto de Charleroi, que pilla más a mano. Sin embargo creo que es imprescindible conocer Dinant, por lo que puede ser un complemento a esta.

Aunque había terminado la visita al casco antiguo, todavía me quedaba por descubrir los entresijos del emblema principal de Namur: su Ciudadela, por lo que me dirigí a cruzar el puente sobre el río Sambre, encontrándome aquí el parlamento valón, y en pocos minutos más estaba delante de la llamada rampa verde, el principal acceso para conquistar este coloso de piedra. Esta entrada se construiría en el S.XVII y sería utilizada asiduamente por carruajes y caballos.

Río Sambre a su paso por Namur

Parlamento Valón

Cuesta Verde. Ciudadela

La empinada cuesta se me resistió lo suyo y es que últimamente estoy algo más bajo de forma, pero con algo de esfuerzo extra conseguía llegar hasta la parte alta, donde podría presenciar unas vistas espectaculares de la ciudad y de sus dos ríos. Es esto, sin duda, lo que más merece la pena, pues aunque de proporciones descomunales no hay nada que, realmente, te haga sorprenderte. Puedes pasear por los pasillos de las murallas, sus túneles, sus amplios espacios verdes, pero, para mi gusto, todo resulta monótono y no tiene ningún aliciente especial.

Namur desde su Ciudadela

Ciudadela

Ciudadela

Lo mejor, como ya comentaba, las diferentes e increíbles perspectivas que te puedes llevar desde casi cualquier ángulo. Sólo por esto merece la pena subir.

Desperdigados por toda esta extensión de terreno, también puedes encontrarte con un montón de edificios y barracones que hacen de salas de exposiciones, algún restaurante y un centro de información al visitante, pero nada reseñable.

En uno de los extremos se puede visitar una tienda de perfumes de quien es toda una celebridad para los belgas, Guy Delforge, pero tengo que decir que no duré allí ni cinco segundos porque este es un tema que me aburre sobremanera.

Para finalizar mi visita llegaría hasta la explanada, donde hay un enorme parking y un monumento con columnas simétricas dedicado a la patria, pero bastante mal conservado, la verdad que da pena, así que eché un vistazo rápido y comencé la bajada por el lado contrario por el que había venido hasta llegar a la ribera del río Mosa.

Teatro de Verdure.Ciudadela

Aunque me encontraba cansado, el pasear con el inmenso caudal de las aguas a mi lado era algo que me relajaba. Hacía un frío soportable y no había casi ni un alma por esta zona, por lo que se me hicieron agradables los casi dos kilómetros que me separaban de mi hostal de hoy, el Auberge de Jeunesse, situado en Avenue Felicien Rops, 8.

Río Mosa

Este ocupa una preciosa casona en perfecto estado y se encuentra en frente del río Mosa, lo que permite desde cualquier habitación que dé a este, poder contemplarlo. Me recibiría un señor y una de sus hijas, indicándome las instrucciones de siempre, que casi no varían en cualquier alojamiento de este tipo. Además me comunicarían que había sido afortunado porque la habitación de cuatro personas que había reservado por 28 euros, la tenía toda para mí, por lo que más feliz no podía estar. El dormitorio era inmenso, limpio y con ducha y un pequeño lavabo incorporado, teniendo sólo que salir fuera de él para ir al servicio. Además daba al río y las vistas eran inmejorables. Por ese precio y con todo esto, era para considerarse agraciado. El único pero, que está, como ya he comentado, a dos kilómetros del centro histórico y a tres de la estación de trenes, pero hay autobuses que te dejan casi en la puerta.

Auberge de Jeunesse

Tras descansar un rato, me animaría a bajar a la zona común y pedirme una buena cerveza. Me recomendarían una que se llama Galouise y mientras la saboreaba, me entretendría descargando las fotos y viendo como un grupo de más de veinte jóvenes se lo pasaban en grande.

Eran ya las nueve y el estómago empezaba a hacer estragos, por lo que no lo haríamos esperar mucho y, como servían cenas, por supuesto, que lo aprovecharía. Me pediría dos salchichas blancas, con compota de manzana y croquetas de patata. Estaba todo riquísimo y en buena cantidad. Lo mejor de todo el precio, seis euros la comida y tres la cerveza.

Mientras la juventud seguía con la fiesta que parecía se alargaría hasta altas horas de la madrugada, yo optaría por retirarme a mis inmensos aposentos y dar por finalizado el tan bien aprovechado día.

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